LUNES Ť 2 Ť JULIO Ť 2001
Ť El escritor argentino-canadiense publica Una historia de la lectura, alegato en pro del libro
Leer, un acto inmensamente placentero: Manguel
ARTURO GARCIA HERNANDEZ
En plena era de la imagen y frente a la incontenible expansión de Internet, al libro se le augura un futuro incierto. Se lee poco y cada vez menos, dicen los observadores y estudiosos del tema. No obstante el pesimismo imperante, llama la atención la cantidad de libros, ensayos, artículos, alegatos y apologías que se publican continuamente a favor del libro y de la lectura. Quizá no sea para lanzar las campanas al vuelo, pero si alguna certeza existe sobre tan preocupante tema es que, por poco que se lea, al libro nunca le faltarán defensores.
A la lista de quienes han alzado la voz para subrayar las bondades del libro se suma ahora Alberto Manguel, de quien editorial Norma acaba de publicar Una historia de la lectura. Lo que distingue a Manguel de otros amantes del libro y la lectura es que, además de reconocer su inmenso aporte a la cultura, remarca un hecho simple en apariencia pero de suma importancia: leer es o puede ser un acto inmensamente placentero.
Manguel nació en Buenos Aires en 1948 y ahora está nacionalizado canadiense. Es escritor, novelista, crítico literario, antologista, traductor y editor. Amante, pues, de los libros, narra su historia de la lectura -resumen los editores en la contraportada del libro- "con el encanto y entusiasmo, la pasión y delicadeza de los enamorados. Ese amor por los libros brinda las historias más maravillosas, desde el asombro que a unos soldados les producía ver a su jefe, Alejandro Magno, leer una carta de su madre en silencio para sí mismo, o el antiquísimo placer de las lecturas en cama; o los clubes de lectura en la Francia medieval hasta la quema de libros en la Alemania nazi; desde la escritura cuneiforme hasta los bits que componen la letra en la era de las computadoras".
Manguel, por su parte, escribe: "Cualquier historia como esta -hecha a partir de intuiciones personales y circunstancias privadas- ha de ser una entre muchas, por impersonal que se proponga ser. En último término, quizá la historia de la lectura sea la de cada una de las personas que leen. Incluso su punto de partida tiene que ser fortuito. Al reseñar una historia de las matemáticas que se publicó a mediados de los años treinta, Borges escribió que adolecía 'de un defecto insalvable: el orden cronológico de los hechos no corresponde al orden lógico, natural. La buena definición de los elementos es, en muchos casos, lo último, la práctica precede a la teoría, la impulsiva labor de los precursores es menos comprensible para el profano que la de los modernos'.
"Algo muy parecido se puede decir de una historia de la lectura. Su cronología no puede ser la de la historia política. El escriba sumerio, para quien leer era una prerrogativa muy apreciada, tenía un sentido de la responsabilidad mucho más desarrollado que el lector de Nueva York o Santiago (...) Tampoco puede ajustarse una historia de la lectura a la sucesión coherente que encontramos en la historia de la crítica literaria; (...) la historia de la lectura tampoco se corresponde con la cronología de las historias de la literatura, puesto que la historia de la lectura de un determinado autor comienza, frecuentemente, no con su primer libro, sino con uno de sus primeros lectores; al Marqués de Sade lo rescataron de las estanterías de la literatura pornográfica, donde sus libros habían permanecido durante más de 150 años (...)
"A nosotros, los lectores de hoy, supuestamente amenazados de extinción, todavía nos queda por aprender qué es la lectura."