Vilma Fuentes
Lenguaje y pornografía
El semiólogo y gramático Juventino Calderón de la Cruz fue detenido, a sus 73 años, por agentes de la seguridad pública y defensa del lenguaje decente por haber pronunciado en un lugar público los soeces términos de epistemología, metafísica y semántica.
Sin siquiera haber sufrido la mínima amenaza corporal cuando lo interrogaron para hacerlo confesar el delito y repetir las procaces palabras que los agentes no pudieron retener con exactitud, pero debían ser anotadas en el acta, «el jijo de la chi...», como hizo constatar uno de los agentes, se permitió pronunciar groserías aún más obscenas que la taquígrafa logró consignar, tales como «hetimolojía», «jáideguer» y otras semejantes cuyo insultante significado trató de justificar hablando de una banda secreta dedicada a propagar un lenguaje que, de manera obvia, atenta contra la dignidad humana y pone en peligro el respeto que todo mexicano se debe a sí mismo y a sus superiores. Por fortuna, como dejó filtrar un ayudante del Ministerio Público, presente durante el interrogatorio, « el c... sujeto» dio los nombres de varios de sus cómplices, todos extranjeros, enemigos de la patria, como puede deducirse por sus nombres: Sócrates, de seguro griego o turco y a la mejor pariente del famoso provocador de 68; Lévi-Strauss, al parecer uno de los principales miembros de la banda «estructuralista», así denominada por el sinvergüenza semántico, quien no mostró ningún signo de arrepentimiento, agravando su caso con palabras cada vez más soeces, imposibles de consignar, como los nombres de los otros «méndigos» pervertidores de la juventud ?actividad en la cual parece ser un profesional el llamado Sócrates, según las propias palabras del acusado.
Por fortuna, y sin que mediara golpe alguno, pues los moretones fueron causados por una caída del gramático al tratar de fugarse, el «p... sujeto» confesó el nombre del antro en donde se reúnen impunemente los desalmados energúmenos. De inmediato la policía se puso en busca del «Elea», cantina sin duda de mala muerte.
Seguros de una promoción, una medalla o, al menos, un diploma, los tres agentes que capturaron al susodicho semántico sufrieron una asombrosa regañiza que les puso el juez del Ministerio Público cuando terminó de leer el acta de acusación y presentó mil disculpas al gramático, antes de dejarlo en libertad sin siquiera imponerle una multa. Para colmo, su superior los puso a barrer la delegación durante tres meses, sin pensar que el salario no les alcanza para mantener a sus familias. Y esto precisamente cuando acababan de «cometer» un acto honesto, sin ninguna mordida, de acuerdo con la ley y por puro respeto a la decencia y el pudor.
Así, los tres agentes de la seguridad pública cuentan a quien quiera oírlos que los «jijos de p...» influyentes y ricachones pueden coludirse con «los c...» extranjeros para socavar el honor de la familia mexicana con toda impunidad, protegidos como están por políticos traidores, capaces de vender la patria para seguir enriqueciéndose como si fueran a vivir mil años.
Por si fuera poco, el susodicho se permitió enviarles un libraco titulado Diccionario y, según les contaron, publicó un largo y aburrido artículo -las malas lenguas, gente de mala fe, dicen irónico- sobre el lenguaje utilizado en la televisión, «el cual limita y vulgariza cualquier pensamiento», aprovechándose el «c... maldito» para atacar a gente que sí habla con palabras decentes que todo mundo entiende, como «ay, nanita», «a mí me la pelas», «tan buenota mi mamacita». De paso habló del abuso del «sujuntivo» (sic) cuando debe utilizarse el «pretérito», otras dos palabrotas que el más que sospechoso sujeto escribió en un gran diario. Y no satisfecho, seguro de sus influencias, habló de comenzar por multar a los ídolos del pueblo que pasan en la televisión -sin duda por puros celos-, así como de quitarle la chamba a los policías para dársela a los literatos, poetas, académicos y todas esas especies tan extrañas como ociosas que no sirven para nada a la patria.
Pero de ahora en adelante nuestros tres agentes no vuelven a detener a nadie y juran arreglárselas con el delincuente de acuerdo con las tradiciones tan arraigadas en la nación.