DOMINGO Ť 1Ɔ Ť JULIO Ť 2001
Ť Carlos Bonfil
Quizás
Visiones apocalípticas, extrañas fantasías románticas, registro de paranoias, miedos y desesperanzas. Hace dos años, en vísperas del nuevo milenio, de Taiwán a Río de Janeiro, de Nueva York a París, se multiplicaron películas que, de modos muy variados, dieron fe del tránsito fenomenal de un siglo a otro, una suerte de angustiante salto al vacío. Los títulos eran elocuentes: El agujero, de Tsai Ming Liang; Días extraños, de Katherine Bigelow; Medianoche, de Walter Salles, etcétera. Una de las muchas sorpresas fue la producción futurista francesa, Quizás (Peut etre), de Cédric Klapisch (Un aire de familia, Y Chloé perdió a su gato), cuya trama resumía curiosamente los temas y preocupaciones de los directores mencionados. Un agujero en un edificio parisino era la comunicación secreta con otra época, y la hora clave, la medianoche de aquel histórico 31 de enero, el momento en que un personaje daría el gran salto a otra dimensión temporal. Del otro lado del agujero, al exterior del edificio, otro París yacía abandonado en inmensidades de arena. El año: 2070. El paisaje urbano, un cruce entre Mad Max y Un hombre y su perro. Desolación, vandalismo, escepticismo radical de los sobrevivientes. El joven intruso, visitante del siglo pasado, encontraría ahí a su propio hijo, un hombre de 70 años (Jean Paul Belmondo), concebido al parecer la noche misma del festejo planetario.
Cédric Klapisch es uno de los directores más representativos del nuevo cine francés, ese cine renovador e iconoclasta que con audacia y suerte desigual combina propuestas de autor y fórmulas comerciales. En ese laboratorio de creación atento a conquistar públicos más vastos y sobrevivir así, inteligentemente, a la avalancha hollywoodense, destacan los nombres de Assayas, Ozon, Breillat, Desplechin, Dumont, Dominik Moll. En ese panorama, Klapisch sorprende e irrita con Quizás, la extravagancia futurista en apariencia ajena a lo realizado por él anteriormente. Sus méritos no son, sin embargo, desdeñables. En Y Chloé perdió a su gato el tema de un barrio (la Bastilla) a punto de desaparecer a golpes de transformaciones urbanas, prefiguraba el París en ruinas que hoy languidece en esta nueva cinta. La galería de personajes extraños de Un aire de familia, salidos todos de una tira cómica, entrañables y a la vez mezquinos, enclaustrados en sus cafés al borde de una ruta vacía, o animados por prejuicios e intolerancias que ellos mismos no comprenden, anuncian también a los jóvenes y ancianos de las dos épocas providencialmente confundidas. El tono de comedia es abiertamente fársico, muy alejado del encanto y contención dramáticos de los filmes anteriores. El espectador puede, según su capricho, resistirse, negarle una tregua a la racionalidad, y considerar absurda toda esta aventura o, por el contrario, vivirla de otro modo, como el producto de un mal viaje en una noche de reventón casi cósmico. Quizás la película no quiera insistir en el gastadísimo tema de la brecha generacional, en las preocupaciones de otra cinta francesa en cartelera, Tras los pasos de mi padre, de Rémi Waterhouse. Quizás el joven personaje (Romain Duris), todo speed, en éxtasis o anfetas, sólo aterrice en su propio territorio mental increíblemente transformado. Piénsese en los delirios en otra película fuera de serie, ƑQuieres ser John Malkovich?, también con un pasadizo secreto a otra realidad y un similar efecto de estupefacción en las vivencias personales. Klapisch permanece fiel a sus obsesiones y a su manera melancólica de contemplar una civilización devorada por el pragmatismo y la obsesión modernista. Su película abre interrogaciones, juega con ambigüedades, y desde su título celebra los privilegios de la incertidumbre. Su capacidad de reflejar un malestar cultural y al mismo tiempo divertir con la ligereza de su tono y la solvencia de un comediante como Belmondo, colocan a Quizás en un sitio especial en ese joven cine francés que a cuentagotas llega hoy a nuestras pantallas. Por ser raras esas gotas y arrasador el diluvio hollywoodense en cartelera, quizás valga la pena asomarse al año 2070 que proponen Klapisch, Belmondo y compañía.