domingo Ť 1o. Ť julio Ť 2001
Rolando Cordera Campos
Primer no cumpleaños
Con bastantes penas, poca o nula gloria, pero todavía en medio de su luna de miel con la popularidad, festejará el presidente Fox su triunfo electoral. Lo mismo puede decirse del jefe de Gobierno del Distrito Federal, quien nos acaba de asestar otro bando para hacer del 6 de julio el día de la democracia, bueno, en la ciudad de México (véase La Jornada, 29/06/01, p.9, y no se pierda ni considerandos ni el grand finale: "por lo anterior, he decidido lo siguiente: declarar el 6 de julio Día de la Democracia en la Ciudad de México").
Mientras los amigos del Presidente se animan a declarar el 2 de julio el día de todos los cumpleaños, la República asiste cansada a la ilusión perdida. Sus respuestas a las encuestas y sondeos pueden ser en positivo y hasta con entusiasmo por el cambio, pero no es de eso que viven los países cuando de comer, tener salud o educarse se trata. Y es de eso que habría que empezar a hablar antes de que a alguien se le ocurra que para superar el hambre haya que privatizarla.
Quizás el mero recuento de estos meses rocambolescos nos permita llegar a una conclusión menos festiva pero con un poco de suerte un poco más útil que las que las concelebraciones nos sugieren. Por ejemplo, que con votos y alternancia solamente no se supera un desgobierno que viene de lejos, y cuyas inercias amenazan apoderarse no sólo de las instituciones existentes, lo que ya ocurre en algunas cruciales, sino de los reflejos primarios del pueblo que tanto milagro ha hecho para encarar y sobrevivir a la adversidad recurrente que en las décadas finales del siglo se volvió tragedia del desarrollo, y personal para muchos.
Los pactos del futuro inmediato no serán como los de antes, nos advierte el secretario del Trabajo, porque ahora hay democracia y no verticalismo como antaño. Algo sabrá de eso el licenciado Abascal, porque se pasó una buena temporada de pactista y luego de compañero de viaje de Fidel Velázquez en busca de una "nueva cultura laboral", que por lo pronto nos ha dejado un pésimo saldo en materia de seguridad en el trabajo, inseguridad en el empleo y penuria salarial.
Lo que es indudable es que el país tiene que pactar e ir más allá del convenio primigenio que dio sustento al tránsito electoral pacífico de 1997 y 2000. Sin eso, lo que nos espera es más turbulencia económica y financiera, una vez que termine el bono del que nadie habla pero vaya que produce ganancias, y que tiene que ver con el descalabro en Argentina y las reducciones en la tasa de interés estadunidense. Bono bueno, pero que todos sabemos que dura poco.
La Organización de las Naciones Unidas convoca a la humanidad a asumir la gravedad de la epidemia del sida, y en nuestro país encuentra buen eco en las palabras del secretario de Salud. Sin embargo, romper el silencio como lo pidió la Conferencia de Africa del Sur del año pasado no puede ser tarea de un hombre solo o de una profesión o de una vocación solidaria pero sectorial.
Bien, superbien, que asistamos con responsabilidad pública a los grupos vulnerables, que siguen siendo los más afectados por la amnesia y el desprecio criminal con que hace más de 10 años se recibió desde el poder imperial (Reagan) a la enfermedad. Sin embargo, es claro ya para todos que en realidad vulnerables somos todos, en especial los jóvenes, que no parecen dispuestos a sacrificar vigor y libido en el altar siempre engañoso de la castidad autoinfligida. Romper el silencio, entonces, significa volver el tema del sida asunto público, de Congreso y partidos, de medios informativos y escuelas, y también de púlpito consciente de que lo que está en juego es más, mucho más, que convicciones doctrinarias que para mantenerse requieren, y con urgencia, de un buen encuentro con lo que las ciencias médicas han descubierto y conquistado, en este caso sí como verdades que, sin traicionar el criterio científico de la duda, pueden presentarse ya como robustas e iluminadoras.
Migración sometida a vigilancia y escrutinio es otra novedad del primer año de la alternancia y del cuarto de la democracia. Pero más allá de la parafernalia con que buscan divertirse en la frontera de cristal rasgado por la pobreza y la necesidad de brazos que hagan el trabajo sucio, lo que está sobre la mesa y a la cabeza de la agenda es nuestra incapacidad nacional para dar trabajo y ofrecer alguna seguridad mínima a quien lo busca y a veces lo encuentra.
Son cada vez más los jóvenes valientes los que se van al norte, y se ha estimado que también son cada vez más los que después de la aventura regresan infectados. Trabajo y salud podrían ser los ejes de esos pactos que tantos buscan y ahora nos ofrecen desde la cumbre como nuevos e impolutos. Pero en ambos casos, a lo que hay que temerle como la peste es al silencio y al conciliábulo.
Si no se habla claro sobre la realidad laboral de los mexicanos, que es de pulverización y precariedad; si se mantiene una sibilina discreción sobre la cuestión sanitaria, para no alborotar la gallera del fundamentalismo ramplón, dejando en el archivo la lección ejemplar de las primeras reacciones y decisiones oficiales contra el sida, allá por 1986; en fin, si no los volvemos ejes gobernantes de nuestra reflexión y nuestra pedagogía política, el cambio y los aniversarios serán piezas de panteón y mero objeto de nostalgia beata. En fin, feliz no cumpleaños, a tú, a tú.