sabado Ť 30 Ť junio Ť 2001

Luis González Souza

Sociedad-gobierno: la alternancia faltante

Pasado mañana se cumple un año de la gesta electoral del 2 de julio. A contracorriente de siete décadas de hegemonía priísta, en esa fecha por fin se produjo la cacareada alternancia electoral (a favor del PAN), la que muchos "transitólogos" idealizaban como el momento culminante de la transición de México a la democracia. Nos hicieron creer que, derrotado el PRI, y colocado en su lugar cualquier otro partido, México habría de dedicarse simplemente a "administrar la abundancia democrática".

A lo largo del último año, sin embargo, la realidad se ha encargado de desintoxicar casi día con día la nueva borrachera discursiva de los ahora poderosos. Ha quedado al desnudo la falaz teoría de la alternancia electoral como parteaguas de la democracia. No faltarán quienes lo intenten explicar con el cliché de que la democracia-no-es-la-panacea, sino sólo un sistema para regular los accesos al poder por medios pacíficos. Pero muchos de esos teóricos son los mismos que inflaron a la democracia como el moderno Deus ex machina, al tiempo que descalificaron todo aquello que no cuadrara con la idea "occidental" (estadunidense) de la democracia: notablemente, procesos alternativos de cambio como los ensayados lo mismo en la Cuba de Fidel, que en la Venezuela de Chávez o en el Chiapas zapatista.

Quizá el quid del desencanto democrático no reside tanto en la conceptualización de la democracia, como en la mitificación de la alternancia, junto a todo lo electoral. Creer que el progreso de México depende de qué persona o qué partido se siente en Los Pinos, o creer que la llegada ahí de superFox es suficiente para culminar la transición, son ponzoñosos resabios de la vieja cultura que, en el pecado del caudillismo/borreguismo ahora llevan la penitencia del desencanto las depresiones e incluso la claudicación de algunos.

Si hay humildad de todas las partes, este Año 1 dF (después de Fox), este tramo inicial de la famosa alternancia por muchos tan idealizada, puede arrojar valiosas enseñanzas. A nuestro gusto, la principal consiste en dejar de encandilarnos con el enfoque superficial de la transición -leyes, partidos, caudillos e instituciones-, y aceptar de una buena vez la importancia decisiva de la transición cultural. En la cual sobresale todo lo referente al ideal, también irresponsablemente choteado, de una "nueva relación entre el gobierno y la sociedad". Porque de nada servirá elegir a un gobierno de "superhombres" (de negocios, de politiquerías o de lo que sea), si los ciudadanos siguen achicados en los sótanos del autodesprecio, la apatía y el "borreguismo".

Muy lejana y discutible aún la utopía del anarquismo, el hecho de que los gobiernos sigan siendo necesarios no significa que deban asfixiar a la sociedad, ni resta un ápice de valor a las tendencias crecientes, e imparables en el mundo, hacia las autonomías, los autogobiernos y hacia toda suerte de proyectos autogestivos. Por el contrario, todo lo atinente a la(s) autonomía(s) de todos los segmentos de la sociedad, hoy más que nunca y al menos para nuestro país, aparece como el principal motor primero de la transición cultural, y enseguida de todas las transiciones que se quieran: política, económica, jurídica y hasta espiritual, si alguien gusta.

Por ello es tan grave que el grandilocuente gobierno de la transición en ésta, la era de Fox, no pueda ni siquiera dejar atrás el perverso proyecto salino-zedillista de aniquilar -o vender, ahora con el PPP o PKK- el principal, el más probado y duradero manantial de autonomía en nuestro país, que es el de los pueblos y las comunidades indígenas, sobre todo de filiación zapatista en el sureste de México. También grave es la incapacidad del "nuevo" gobierno para ir más allá de la retórica en sus compromisos de establecer una "nueva relación" entre el gobierno y la sociedad. En los hechos, tales compromisos siguen deambulando entre los viejos corporativismos y clientelismos de diverso orden, sin faltar episodios de "acarreo dictatorial" (sin la menor consulta al acarreado), como el denunciado por Causa Ciudadana en El Correo Ilustrado del pasado miércoles.

Sociedad-gobierno -en ese orden, para nunca más volver a olvidar las jerarquías- es la alternancia que falta, si hemos de celebrar algún día y en serio la mítica alternancia electoral del 2 de julio. Pero, como toda alternancia, también ésta supone cambios, tantos y tan importantes, que tendremos que examinarlos en otra ocasión.

PD obligada por la honestidad: con todo, después del 2 de julio, en México aún se respira un aire menos lesivo para la renovación de sueños y esperanzas. Valió la pena la alternancia electoral, pero dista mucho de ser suficiente.