viernes Ť 29 Ť junio Ť 2001
Horacio Labastida
Reflexiones de López Obrador
En la sugestiva entrevista de Elena Gallegos al jefe de Gobierno del DF, Andrés Manuel López Obrador, hay juicios sobre nuestra política que deben acentuarse precisamente cuando las circunstancias sociales exhiben múltiples cuarteaduras y no pocas pobrezas que ya caen sobre el pueblo. Los hechos están a la vista. Si la economía estadunidense se tambalea con recesiones de honduras imprevistas, nuestro país sufre sacudimientos por las múltiples vinculaciones que nos enlazan a la conducta de quienes mandan en Estados Unidos. Lo señaló Wrigth Mills (1916-62) en su célebre libro The power elite (1956), donde prueba que los señores del dinero junto con selectas jerarquías militares y políticas toman las decisiones fundamentales que acata el gobierno y se imponen a las familias en la casa del Tío Sam, situación conmovedora porque de ella derivan ignominiosos ejemplos de victoria de la barbarie sobre la razón. Por esto en México los ciudadanos rechazan con energía la política oficial que fomenta acciones que profundizan aún más la dependencia del capitalismo trasnacional que impera en Washington. Creemos que este es el motivo que tuvo López Obrador al señalar que su gobierno se corresponde con un proyecto político "distinto, contrapuesto al del Presidente". ƑCuál es en lo esencial la diferencia del gobierno defeño con el que se ha puesto en práctica desde Los Pinos? La respuesta está en lo que el entrevistado contestó a una pregunta sobre el asunto: gobernamos "con y para la gente", "trabajamos de abajo para arriba" con programas que responden a compromisos de campaña que el ciudadano aprobó en las elecciones; y esto se acredita -agrega López Obrador- si se analiza la orientación del presupuesto. Aun cuando nuestra finalidad es gobernar para todos, las necesidades ostentosas de la población obligan a atender a los más desprotegidos: niños desamparados, viejos abandonados, microempresas a las que se destinan mil 300 millones de pesos, sin dejar a un lado ni el amparo a las mayorías del alza de los precios -Liconsa, por ejemplo- ni los compromisos con la cultura redentora; pronto, asevera López Obrador, veremos cómo la secretaría del ramo multiplica sus proyectos en la ciudad, y también la apertura de la universidad del Distrito Federal gratuita, pública y responsable de una docencia de calidad excelente. En resumen, el jefe de Gobierno del Distrito Federal reafirma un principio básico: "la alianza más importante, la que debe ocupar a la izquierda es la que se hace con el pueblo", y esta es la tesis que sustancia la idea democrática en la administración pública de la capital.
Las anteriores reflexiones impulsan a escudriñar en la historia lo que ha sido y es la democracia mexicana. Desde nuestros orígenes hay dos visiones del uso y usufructo del poder político. Mientras en el siglo xix contrastaron las generaciones insurgentes, ilustradas y liberales con las presidencias de Santa Anna y Porfirio Díaz -el primero fue presidente nueve veces entre 1833 y 1855; el segundo lo fue 10 veces incluidas siete relecciones en el periodo 1876-1911-, en el pasado siglo xx resultaron antagónicas las propuestas de los revolucionarios y el factum implantado tanto por el presidencialismo autoritario y militarista del régimen Obregón-Calles (1920-1936), cuanto las moldeadas por el presidencialismo autoritario civilista en el largo periodo que inicia Miguel Alemán, en diciembre de 1946, y que todavía no concluye en el presente. Los insurgentes, los ilustrados y los liberales decimononos propusieron un gobierno del pueblo y para el pueblo, comprendida la justicia social exaltada en los Sentimientos de la nación (1813). En cambio, Santa Anna y Porfirio Díaz sirvieron hacendosamente a las elites locales y extranjeras, burlando con violencia la voluntad popular; y lo mismo sucedió después. Obregón, Calles y sucesores con la notable excepción de Lázaro Cárdenas, olvidaron en mayor o menor grado a las mayorías en beneficio de los acaudalados en el marco de las señales enviadas desde la Casa Blanca. Por una parte resplandece la demanda de una democracia verdadera que denuncia y censura el mandamiento plutocrático disfrazado de democracia mentirosa. Y entre estas graves y tensas contradicciones de nuestra historia aún no bicentenaria, Andrés Manuel López Obrador invita a izar las banderas que en el ayer levantaron los insurgentes simbolizados en José María Morelos y Pavón, los ilustrados que representan Gómez Farías y José María Luis Mora, los liberales y Melchor Ocampo, el Nigromante, Francisco Zarco y Benito Juárez, entre otros, y los revolucionarios presididos por Emiliano Zapata y Lázaro Cárdenas. El dilema es nítido: o gobierno del pueblo o gobierno de las elites; es decir, ser o no ser, según la expresión clásica.