VIERNES Ť 29 Ť JUNIO Ť 2001
Ť "Voy a la base de Amparo Aguatinta, a hablar con los soldados", señala uno de ellos
Continúa arribo de kaibiles a cuarteles de Chiapas
Ť Retén militar no dejó de operar ni siquiera durante la fugaz "desmilitarización" foxista
HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO
La Trinitaria, Chis. Un autobús con problemas de índole mecánica detenía el tránsito por la carretera fronteriza, a la altura de Poza Rica. Sobre la cinta asfáltica se armó un bullicio entre la gente varada: el intercambio de opiniones y curiosidades entre prójimos que, aun viajando en vehículos distintos, descubren que van en el mismo barco. Por retraído que uno sea, siempre acaba encontrando a alguien.
Un hombre joven, indígena, pero de hablar occidentalmente correcto, abrió conversación sobre cualquier cosa y se mantuvo atento, sin que yo me diera cuenta.
Cuando los carros pequeños lograron pasar por la cuneta, el hombre pidió un aventón. "Voy cerca, aquí antes de los Lagos de Montebello". Presionado por las circunstancias, rompí mi regla de no dar rait a desconocidos en la zona de conflicto. Era difícil negarse, después de compartir el naufragio carretero.
Empezó por relatar que llegó de Guatemala aún siendo niño, como tantos indígenas, huyendo de la guerra. "A mi familia la mataron los kaibiles", dijo, sin el menor dramatismo. Y para abreviar sus años de destierro, agregó: "también me hice mexicano, tengo las dos nacionalidades".
Se recordará que hace unos años hubo reformas a la legislación mexicana, para permitir la doble nacionalidad. Los más beneficiados por la medida fueron los refugiados guatemaltecos, al grado que miles de ellos prefirieron permanecer en nuestro país a la hora de la repatriación, cuando la paz (frágil) llegó a Guatemala. A lo largo de la franja fronteriza de Las Margaritas y La Trinitaria, miles de quichés, kakchikeles, mames y otros pueblos mayas formaron campamentos, protegidos por el gobierno mexicano, las Naciones Unidas y las agencias internacionales de asistencia. Hoy permanecen varios miles, que in cluso han obtenido derecho de tierras.
Durante los años 80, la guerra civil guatemalteca había alcanzado el carácter de tragedia. El genocidio y la violación sistemática de los derechos humanos en 30 años de conflicto forman hoy parte de la historia universal de la infamia. El ejército guatemalteco (que ocupaba el poder) y sus policías practicaron secuestros, torturas, desapariciones, matanzas colectivas de civiles. En la memoria de todos está el papel jugado en la guerra por el cuerpo de kaibiles: feroces, implacables, adquirieron una fama terrible. Su nombre se volvió un sinónimo de la crueldad. También conocimos fotos y testimonios de pequeños huérfanos de las aldeas arrasadas, que fueron "adoptados" por los kaibiles, y desfilaban con ellos, con uniformes de campaña y la cara pintada, cual mascotas.
Un cariz distinto
"Cuando me llegó la edad del servicio militar, escogí hacerlo en Guatemala", prosiguió el relato, que de la historia triste y común del refugiado derivó hacia un cariz distinto.
"Me gustó ser soldado, me quedé en el ejército y conseguí que me aceptaran en los kaibiles". Para probarlo, extrajo su cartera del pantalón y me mostró, con orgullo, su carnet militar. Pude verlo con boina, en uniforme de campaña, en la foto tamaño infantil que aplastaba por la orilla con su índice.
Preferí desviar la conversación hacia temas de mi interés, como por ejemplo Ƒdónde dijo que iba a bajar? Dejábamos atrás el pueblo de Nuevo Huixtán, en las cálidas tierras bajas al sur de la selva mexicana. A muy pocos kilómetros estas tierras se convierten, imperceptiblemente, en Guatemala. En las comunidades de por aquí es común todavía ver a las mujeres chamulas con la pesada falda de lana que usaban en las frías montañas de donde salieron huyendo por motivos políticos y religiosos, y también a las indígenas guatemaltecas con sus barrocas faldas de colores. Un distinto exilio las reúne.
"Voy aquí a la base del Ejército Mexicano de Amparo Aguatinta. Me quedo en el puesto de control. Voy a hablar con los soldados", respondió haciendo alarde.
Un caso de plano psicoanalítico de fascinación por el verdugo. El hombre eligió el lado del fuerte. Antes que resentimiento u horror, desarrolló un deseo de ya no ser la víctima. Eso y otras cosas iba yo pensando al volante: "No llego tan allá -mentí-, me detengo en Nuevo San Juan Chamula, adelantito de Pacayal".
Como si no escuchara, prosiguió: "me voy a presentar, para integrarme con ellos".
A pesar del desinterés por sostener esa conversación, solté otra pregunta: "Ƒlo esperan?". El kaibil expresó que lo ignoraba, que como bien acababa de decir, apenas iba a presentarse.
Dos reportajes recientes de Jesús Aranda en La Jornada (18 y 25 de junio) documentaron la abierta colaboración entre el Ejército federal y los kaibiles del país vecino. Durante los años recientes, ambos han compartido, al menos, cursos de adiestramiento para la guerra irregular en tierras de los pueblos mayas contemporáneos. Se han formado cuerpos de elite, entrenados para la sobrevivencia en condiciones extremas y las acciones de contrainsurgencia. En plena zona de conflicto (concretamente en el municipio autónomo Tierra y Libertad), este episodio ilustra la colaboración entre los ejércitos mexicano y guatemalteco.
Crecía en mí la urgencia por interrumpir esa transformación de un Doctor Jekyll exilado en Mister Hyde. En la primera tienda de Pacayal detuve el carro. "Hasta aquí llego", anuncié, descendí del vehículo y caminé unos metros hacia el local abierto. El kaibil permaneció en el asiento, como si nada.
Regresé con dos latas de refresco y lo vi revisar mis cosas. Al sentirme venir, se hizo el disimulado. Subí al carro, le ofrecí una Coca fría y dije: "aquí nomás amigo. Ya se puede bajar".
Levemente sorprendido, quizás fingiéndolo, tomó su maleta y se apeó despacio. Dio una frías gracias y se encaminó hacia las casas de mala gana. O permaneció en la cuneta, no sé.
Incómodo, encendí el motor y aceleré con lentitud, sin mirar atrás.
Pocos kilómetros adelante, pasando la comunidad de Amparo, alcancé el retén militar que ni siquiera durante la fugaz "desmilitarización" foxista dejó de operar." Mientras los soldados revisaban y tomaban datos, comenté al capitán a cargo: "por ahí vienen a visitarlos". El oficial no reaccionó a mi crítico comentario. Supongo que no entendió a qué me refería. Pero por segunda ocasión en el último cuarto de hora sentí que, hablándole a alguien, con nadie hablaba.