JUEVES Ť 28 Ť JUNIO Ť 2001

Angel Guerra Cabrera

Argentina: el ocaso de los espejismos

La sublevación popular de la semana pasada en la pequeña ciudad argentina de General Mosconi, está lejos de ser un hecho aislado de mera connotación local. Es cierto que la ciudad está enclavada en Salta, una de las provincias más pobres del país y que su economía ha sido destrozada por una privatización salvaje y corrupta de la industria petrolera, anteriormente su principal fuente de trabajo.

Pero el cuadro social de General Mosconi --nombrada así en recuerdo de un célebre militar nacionalista, director en su tiempo de la extinta empresa petrolera estatal-- y la rebelión de sus habitantes sugieren toda una metáfora sobre la declinación de Argentina desde los años 60 del siglo XX y sobre el ánimo prevaleciente hoy en gran parte de su cuerpo social. Sacan a flote el estado de desesperación latente en amplios sectores del país austral ante el creciente empobrecimiento material y espiritual producido por casi un cuarto de siglo de políticas de liberalización económica y entrega del patrimonio nacional. Políticas instrumentadas bajo la tutela de Washington a partir del golpe militar de 1976 a base de la aplicación sistemática del terrorismo de Estado, que buscaba descabezar y diezmar al movimiento guerrillero y popular argentino como parte de un proyecto contrarrevolucionario a escala continental.

Logrado ese objetivo tocó el turno al espejismo de una transición democrática monopolizada desde las cúpulas políticas, que dejó impunes a los asesinos y torturadores y completó la desnacionalización de la economía y la privatización de la casi totalidad de funciones del Estado.

Otros espejismos, constituidos por un alza transitoria del consumo de las clases medias, el control de la inflación, el establecimiento de la paridad peso-dólar y un crecimiento económico prendido con alfileres, introdujeron una cultura de individualismo a ultranza que culminó la tarea de desgarramiento del tejido social iniciada por la dictadura militar.

Eran los tiempos de gloria del hoy procesado y detenido Carlos Saúl Ménem, el mismo que adjetivó de "carnales" las relaciones de su gobierno con Washington, calificativo que sin proponérselo su autor define gráficamente la causa principal de la actual tragedia argentina y prefigura la que se fragua con el ALCA para toda América Latina: la subordinación colonial del Estado nacional y de las propias burguesías locales a los intereses económicos y estratégicos de Estados Unidos.

A expensas de la actividad productiva, en el país del Río de la Plata sentó sus reales la especulación financiera, nutrida por flujos de dinero procedentes del narcotráfico y de otras fuentes ilegales, y surgió un Estado mafioso dominado por una voraz cleptocracia.

La crisis del modelo estanciero agroexportador, crónica desde hace décadas, fue ahondada así hasta extremos inusitados de penuria. Sobre 36 millones de habitantes, la otrora pujante Argentina cuenta hoy con 14 millones de pobres, cerca de 3 mi-llones y medio de indigentes e igual nú-mero de desempleados. La economía lle-va tres años con crecimiento cero y la deuda externa crece indeteniblemente sin que quepa esperar remedio alguno ni de los eventuales "milagros" del ya una vez fracasado Domingo Cavallo ni de ningún otro tecnócrata en turno.

Desde que se desvanecieran las ilusiones alentadas por Carlos Ménem la respuesta única de las autoridades a la inconformidad es la represión, continuada e incrementada por el socialdemócrata Fernando de la Rúa. La irrupción de la Gendarmería Nacional en General Mosconi como un ejército de ocupación, con saldo de dos muertos y numerosos heridos, y la existencia en el país de 2 mil 500 presos por protestas sociales confirman la ausencia de toda voluntad de diálogo por parte del gobierno. Más aún, hacen previsible la instauración de una dictadura con ropaje civil y constitucional.

Las formaciones políticas y sindicales tradicionales de la izquierda y del campo popular, incluido el peronismo, parecen haber agotado su ciclo histórico. Es el mo-mento de los nuevos movimientos sociales. Estos, aunque dispersos y carentes por ahora de objetivos comunes salvo en te-mas puntuales, van en ascenso, son muy combativos y reciben creciente solidaridad de una sociedad civil que renace.

De su capacidad para crecer, vertebrarse y unificar sus acciones depende que puedan dar batalla con éxito a un modelo económico en bancarrota y cada vez más impopular.

 

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