jueves Ť 28 Ť junio Ť 2001

Sami David

Cabos sueltos

Escándalo, desmesura, intolerancia. Y el desbarrancamiento del lenguaje. Afanes infantiles que pretenden asustar a los timoratos. Propensión a desautorizar a quien sostiene opiniones diferentes y provocar descrédito a la menor insinuación de crítica. El diálogo simplemente no existe. A la crítica se le limita con adjetivos inusitados. De esta manera, entre gruñidos, ladridos y zapatazos, la agenda política avanza a pasos lentos y el país inicia una espiral plena de riesgos, con demasiados cabos sueltos que nos llevan a una palabra, a un concepto. Y que más que certidumbre representa un peligro para la nación: ingobernabilidad.

El país no puede conducirse bajo la prueba del acierto y el error. Ni el rumbo determinarse por encuestas y mediciones. El diálogo, la propuesta inteligente de programas y acciones, no puede ser soslayada por actitudes incomprensibles. El protagonismo y la intransigencia, el anhelo de debatir en el vacío, parece ser el síntoma que impera. Infantilismo, sí; falta de prudencia y madurez evidencian posiciones que revelan peligrosamente la realidad política de México: el asunto de las foxitoallas no es para echarse en saco roto. Ni su lectura puede asumirse de manera simplista. Sábanas, toallas, choninos o bubulubus no representan, ciertamente, un asunto menor de transparencia. También simbolizan despilfarro o corrupción.

Invocar el aspecto de la seguridad nacional para encubrir el desmesurado manoseo presupuestal es una prueba inequívoca de que algo no funciona bien en la cabeza del país. Y si en algo menor hubo desaseo, el mensaje que se ofrece a la ciudadanía es relevante. Demasiados cabos sueltos ofrecen un panorama oscuro. Recordemos que la seguridad nacional involucra no sólo presupuestos ocultos a los ojos de los simples mortales. Se refiere también a la creación de empleos y viviendas, al fortalecimiento de la educación y la cultura, sin soslayar el sano aspecto financiero. Partidas secretas más, partidas secretas menos son representativas de un orden, de un sistema. Pero volver los ojos al pasado para intentar disminuir los efectos del escándalo en las cabañas presidenciales puede petrificar a sus habitantes. Una deficiente lectura de los tiempos y los ritmos puede dejar sin efectividad al mejor de los proyectos. Si es que existe algún proyecto de país. El compromiso con México es insoslayable. Y la única vía es la legalidad, la entrega, la voluntad de servir. No de servirse.

Por supuesto que el despido de funcionarios de diversos niveles es significativo porque constituye el reconocimiento de un hecho repudiado por la sociedad mexicana. Además, la propuesta de un acuerdo político nacional es de gran trascendencia porque señala la necesidad de establecer los puntos capitales para iniciar una dinámica social a favor del país. Pero este pacto no debe surgir por el escándalo, sino de la voluntad política para configurar un proyecto de país.

El espacio idóneo para ventilar controversias, resolver diferencias y equilibrar tensiones, lo he dicho en otras ocasiones, es la política. Y ésta debe asumirse plenamente. Y dignificarla para conformar un eje conductor normativo, democrático. El próximo 2 de julio debe ser una fecha no para el júbilo, sino para la reflexión. Una jornada que avale la madurez cívica, democrática, del pueblo mexicano. Un acuerdo para respaldar lo alcanzado por el país, no por un partido político.

Antes que el odio y el rencor se apoderen de los espacios críticos y de la reflexión es necesario defender estos valores. El desahogo de frustraciones con infantiles pretensiones mesiánicas a nada conduce. No soslayemos las lecciones de la historia. Un clima de linchamiento tampoco es prudente. Pero tampoco la utilización de giros idiomáticos, esquemas y estrategias propagandísticas. La unidad de México es lo primordial. Ahí debe centrarse toda discusión, cualquier propuesta: servir a la patria, no a los intereses particulares o afectivos.

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