jueves Ť 28 Ť junio Ť 2001
Octavio Rodríguez Araujo
En la espiral de la ingobernabilidad
En el autorizado Diccionario de Política dirigido por Bobbio, Matteucci y Pasquino, este último nos señala que las crisis de gobernabilidad se deben, según la interpretación, a la incapacidad de los gobernantes y/o a las demandas excesivas de los ciudadanos. A éstas corresponde la que se llama ingobernabilidad por sobrecarga de demandas. Gobernabilidad e ingobernabilidad, para Pasquino, no son fenómenos acabados sino "procesos en curso, relaciones complejas entre los componentes de un sistema político".
Relacionada con la interpretación de Samuel P. Huntington (referida a la hipótesis de la crisis de la democracia), Pasquino señala que "la disminución de confianza de los ciudadanos respecto de las instituciones de gobierno y la falta de credibilidad en los gobernantes provocan automáticamente una disminución de las capacidades de estos últimos para afrontar los problemas, en un círculo vicioso que puede definirse como la espiral de la ingobernabilidad."
Por los pactos que se están llevando a cabo en estos días en México, da la impresión de que el párrafo citado se convirtió en la fuente teórica y la fórmula política encontradas en Los Pinos para generar nuevos consensos, presumiblemente democráticos, que le permitan al gobierno de Fox recuperar la legitimidad necesaria para evitar así la espiral de ingobernabilidad.
El tema es fundamental. Las demandas aparentemente excesivas (sobrecarga de demandas) de los ciudadanos vienen acumulándose desde hace varios años, especialmente a partir de las políticas económicas y sociales neoliberales que han deteriorado crecientemente la condición de por sí ya precaria de la mayoría de la población. La opción para evitar que esas demandas justificadas y sólo en apariencia excesivas (pues obviamente no es excesivo querer vivir en condiciones dignas) pudieran explotar fue de índole política: una mayor democratización de las relaciones Estado-sociedad y, por supuesto, la canalización de la democracia por la vía del fácil expediente electoral que, bien manipulado, no pone en riesgo el poder de quienes lo tienen y lo han usufructuado.
En esa coyuntura de más democracia para que lo sustantivo siga igual (conservación del statu quo), surgió la candidatura de Vicente Fox con sus promesas de cambio, consistente éste, en primerísimo lugar, en la posibilidad de la derrota definitiva de un régimen que a los mexicanos ya no nos brindaba expectativa alguna. Con este cambio se renovaron esperanzas y con éstas se evitó que las "demandas excesivas" se convirtieran en movimientos explosivos que pusieran en serio riesgo los intereses de los grupos dominantes en el país. Pero la sobrecarga de demandas sigue ahí. De hecho aumenta cada día que pasa pues los problemas de pobreza, desigualdad, desempleo, inseguridad, salud, educación y otros no menos importantes siguen acumulándose al mismo tiempo que se acumulan también los millones de dólares de los poquísimos mexicanos de la lista de Forbes.
De esta manera, si hay sobrecarga de demandas e incapacidad (deliberada) de parte del gobierno por atenderlas, además de incapacidad para ser eficaz como gobierno, había que buscar consensos incluso en la oposición para, por lo menos en las apariencias, ganar credibilidad de las cúpulas políticas, económicas y de opinión, ya que no es posible ganarla entre la población común y mayoritaria cada vez más pobre y con menos expectativas de mejorar. La tregua planteada por López Obrador con Fox no tiene otro significado. Se trata, precisamente, de evitar la espiral de ingobernabilidad, no sólo del gobierno federal sino del suyo propio, por más que diga (a Elena Gallegos en este diario) que los pobres de esta ciudad están muy contentos con sus políticas.
Lo que estamos viviendo en México es una crisis de gobernabilidad tanto por incapacidad de los gobernantes como por sobrecarga de demandas -que serán más con la recesión económica que, como la quieran llamar, es un hecho indudable y reconocido hasta por los más optimistas. Buscar consensos y treguas con gobiernos locales, dirigentes partidarios y representantes empresariales no será suficiente. Estos consensos no engañan a nadie, y buscar consensos con la población mayoritaria sería perder el tiempo pues a ésta no se le está dando nada. Por lo mismo no habrá mayor confianza de los gobernados en los gobernantes y éstos no tienen los recursos para afrontar con eficacia los problemas, aunque quisieran hacerlo. Ergo, la espiral de ingobernabilidad seguirá en curso y una nueva crisis política será realidad en muy poco tiempo. Confiemos en que, por lo menos, esta crisis política no se convierta en más autoritarismo y más intolerancia.