MIERCOLES Ť 27 Ť JUNIO Ť 2001
Ť El espíritu de William Shakespeare y Serguei Prokofiev, abiertos en canal
Estallido de la convivencia de las artes, con los bailarines de Les Ballets de Monte-Carlo
Ť Culminó anoche breve temporada en el Teatro de Bellas Artes, con la versión de Jean Christoph Maillot al clásico Romeo y Julieta Ť La pasión, una llama transparente
PABLO ESPINOSA
La noche de este martes concluyó en el máximo foro cultural del país una breve temporada de ballet que, entre otros datos relevantes, se ubica de inmediato dentro de lo más importante que ha acontecido en nuestro país durante los últimos meses.
Superior en sus alcances estéticos a la reciente temporada del Ballet Kirov y semejante en su dimensión a la presencia, también reciente, de la Filarmónica de Nueva York, la visita de Les Ballets de Monte-Carlo significó también la demostración de que hay nuevas formas artísticas aun dentro de territorios que todavía siguen confinados al conservadurismo. El caso del arte del ballet es emblemático, pues sigue sujeto al dominio de los dueños del dinero, que lo usan todavía como mero ornato.
Los planteamientos estéticos de Jean-Christophe Maillot como director de esta compañía de tan rancio abolengo y tradición, van en sentido contrario de tal situación, pues muchas de sus propuestas resultan abiertamente subversivas, no sólo a contrapelo, sino vigorosamente frescas, recias, sencillas y directas.
Caudal de gritos y susurros
La versión de Maillot a Romeo y Julieta, que para muchas compañías no deja de ser una pieza de museo, es un manantial de maravillas. Tomando como piedra de toque el gesto minimal, entrelaza, amarida, unta, ayunta de manera formidable el arte del ballet con el de la danza, sin romper ninguno de ellos. El estallido se da en el sentido anímico. Una detonación de dimensiones colosales.
Asume también el punto de vista del cine, una escenografía que abre el horizonte hacia el arte de la arquitectura en su dimensión más humana, y siempre en este juego de elementos con el gran recurso del alto contraste.
Los logros son monumentales. En primer lugar una sensación de verosimilitud tal que el lector puede percibir con un ejercicio sencillo de memoria, sin necesidad de haber presenciado el montaje de Les Ballets de Monte-Carlo: recuerde el lector, la lectora, su primer amor, hallará todo el cúmulo de emociones, sensaciones, intensidades, crispamientos y situaciones límite que le son propias a esta gran obra que pertenece al patrimonio artístico de la humanidad.
Da siempre en el blanco Maillot, en consecuencia de tener una idea clarísima de sus herramientas e intenciones. Entre ellas, el asumir como punto de partida fundamental la partitura de Serguei Prokofiev, lo cual ya otorga una dimensión muy diferente de la versión consabida de Chaikovski, tan bella pero tan cerca todavía del rococó, el almidón, el cartón piedra.
Esa música-aullido, ese caudal de gemidos, júbilos, sonrisas, amaneceres, esa música profundamente escénica como es el Romeo y Julieta de Prokofiev, adquiere carne y músculo y llanto y alegría en la puesta en escena de Maillot. Cada vez que ingresaba en altavoces el leitmotiv de la partitura, se concentraban en escena esos caudales de gritos y susurros y emociones tensadas hasta el límite. El arco monumental que traza Maillot alcanza una buena parte de la historia de la humanidad.
El esplendor de la escena
Los detalles son grandiosos. Por ejemplo, el roce a corazón abierto, palpitante, entre los labios de Julieta y los de su nodriza, como un big close-up del entrecruce de miradas sin que existan cámaras de cine, sólo la majestuosidad de la escena y los ojos del público, que pueden notar los pies desnudos de Julieta, mientras su nodriza lleva zapatillas. O bien el final del primer acto, cuando Romeo acaricia los senos de Julieta en la consumación del maremágnum de emociones, sentimientos, ideas, situaciones íntimas, sociales, de ensueño en carne viva, que se acumulan desde que se abrió el telón y habrán de estallar de aquí en adelante en el esplendor de la escena. El estallido de la convivencia de las artes.
Esa carnalidad eleva las intensidades de manera prodigiosa. El duelo entre Teobaldo y Mercucio, esos quince golpes de timbales que conmovieron al planeta entero, muy bien pudo haber sucedido ayer en la ciudad de México, que es decir cualquier urbe del mundo, en una discoteca, en un rave, en un mitin. La pasión humana, temblorosa como el rocío matutino sobre un jardín de ensueño, recuerda atmósferas únicas, impresiones humanas que sólo pueden suceder en sueños, carnalidades que han sido filmadas pocas veces en la historia, por ejemplo algunas escenas capitales de Eyes wide shut de Stanley Kubrick.
Teatro, cine, danza, ballet, arquitectura, los sueños. El genio del coreógrafo Maillot trajo a escena el espíritu de William Shakespeare, lo puso junto al de Serguei Prokofiev, los untó a los cuerpos de sus bailarines y los abrió a todos en canal, de la manera más sencilla, la más sublime.
Recuerde usted, lector, el amor de adolescencia, el más loco, el más crispado, el más intenso, el que es posible renovar, poner en carne y sangre, y hallará el espíritu de lo que se puso en escena durante estas cuatro últimas noches en el Teatro de Bellas Artes.