MIERCOLES Ť 27 Ť JUNIO Ť 2001

Emilio Pradilla Cobos

Globalización, recesión y desempleo urbano

Los funcionarios del gobierno federal no se ponen de acuerdo sobre la situación económica que vive el país y que afecta crecientemente a la Zona Metropolitana del Valle de México: unos aceptan que se vive una recesión, otros sostienen que es una desaceleración, y otros hablan de atorón, que en economía nada quiere decir.

Lo real es que de un crecimiento del producto interno bruto de 6.9 por ciento en 2000, se bajó a 1.9 en el primer trimestre de 2001, mientras la manufactura se contrajo 1.3 por ciento. Pero todos coinciden en fincarle la responsabilidad a "factores externos", y en concreto al declive de la economía estadunidense, a la cual está atada la mexicana; esta afirmación es una cortina de humo, pues la política neoliberal, compartida por el PRI y el PAN, amarró voluntariamente esta relación de dependencia y reformó la estructura productiva interna para que así fuera, lo que la convirtió en factor interno.

Todo alumno de economía, con excepción de los esterilizados por el dogma neoliberal y aislados de cualquier corriente crítica "contaminante", sabe que el capitalismo siempre ha tenido un movimiento cíclico de expansiones y recesiones a corto plazo, y ondas largas expansivas y recesivas de largo plazo. México, que no sale aún de la onda larga recesiva iniciada en los años 70, dada su grave debilidad estructural, resiente más fuertemente los ciclos recesivos y las crisis financieras mundiales, a las cuales la ataron los globalifílicos, y ya agotó su ciclo corto de expansión posterior a la recesión de 1995.

El impacto sobre el empleo ha sido inmediato, pues se habla de 400 mil puestos de trabajo perdidos, un tercio de los cuales correspondería a la metrópoli.

Las estadísticas oficiales no dicen nada sobre la gravedad del fenómeno, pues su definición de desempleo abierto no incluye a quienes están en la economía informal, el trabajo precario, el narcotráfico o la delincuencia (más de 40 por ciento de la población activa), lo que hace que los índices de desempleo reportados sean de un tercio de los registrados en Europa y la mitad de los de Estados Unidos, dando la falsa impresión de que en empleo estamos mejor que en los países hegemónicos.

Sabemos que ante la ausencia de un salario de desempleo, en México quienes pierden el trabajo ingresan inmediatamente a la economía subterránea, reuniéndose con quienes nunca lograron obtenerlo.

En la globalización no es necesario que haya recesión para que el empleo formal, estable y bien remunerado disminuya. El cambio tecnológico acelerado en la producción y el intercambio, para mantener la competitividad internacional, bajar los costos salariales y elevar las ganancias del capital, reduce continuamente la fuerza de trabajo necesaria, aun en fases de expansión económica; este hecho está comprobado para la economía mexicana desde 1980, lo que convierte en sobrante a una parte creciente de la población y la hunde en el empobrecimiento permanente. Este excedente de mano de obra reduce los salarios reales al saturar el mercado laboral, y es una ventaja adicional para los empresarios trasnacionales exportadores y maquiladores, y los consumidores de los países hegemónicos; exportamos mercancías producidas por trabajadores sobrexplotados más allá de lo humanamente tolerable. Esta es una de las razones para que los trabajadores se opongan a la globalización neoliberal salvaje que depreda sus condiciones de vida.

La changarrización foxiana, con tintes de usura bancaria, sólo amplía el limbo de la miseria informal de subsistencia, y su magnitud es insuficiente para atenuar la gravedad del problema, ligado a la explosión de la delincuencia. El Distrito Federal sufre rudamente esta situación estructural, agravada porque recibe más de 4 millones de trabajadores y consumidores de servicios venidos de los municipios mexiquenses conurbados, aún más pobres que los locales; en este campo, no cuentan las fronteras administrativas ni el lugar de residencia.

Si se busca frenar para luego revertir el empobrecimiento de la población, la informalidad y la delincuencia, es necesario concentrar esfuerzos en la solución de las contradicciones de la economía actual. Aunque son necesarias las acciones para mitigar la pobreza, son insuficientes ante un patrón de acumulación de capital que genera más pobres que los que puede atender una política de subsidios. Esta discusión debería llevarse a cabo con participación de todos los actores sociales, en los ámbitos federal y local.

Ante la ola de trasnacionalización y desnacionalización de la economía, disfrazada de globalización, hay que criticar a fondo los discursos demagógicos neoliberales y diseñar un proyecto económico-social realmente alternativo que tenga como actores y receptores a las mayorías excluidas y no a los multimillonarios de la lista Forbes, incluidos los 13 mexicanos y sus trasnacionales.