miercoles Ť 27 Ť junio Ť 2001
Luis Linares Zapata
Comisiones: verdad y futbol
La virtual eliminación del equipo nacional, después de la merecida goleada que le propinó el de Honduras, y la pérdida de brillo en la imagen popular de Fox, acentuada por el follón del inflado menaje de casa aunado al atorón de la economía que tanto agobia a la gente, son sucesos que corren paralelos y, en muchos aspectos, se hermanan y funden en el imaginario colectivo. Tales circunstancias solicitan, por un lado, una reforma integral del futbol nacional que le haga ocupar el lugar mundial que puede merecer; y, por el otro, la celebración de un pacto que apuntale la frágil gobernabilidad en pos de la tranquila mejoría y continuidad de los asuntos públicos.
Ambas pretensiones, renovación futbolera y pacto político para la transición, parecen condenadas al fracaso o a su tratamiento a medias tintas. Los dos sucesos, sin embargo, exigen un análisis despiadado, sin miramientos, treguas o salvoconductos para sus actores. Pero también se advierte, con tristeza y desaliento, que en el fondo de ellos subyace la casi imposibilidad de llevar a cabo la convergencia de las fuerzas y talento que harían posible tanto la reorganización, sobre bases distintas, del futbol profesional, como el establecimiento de, entre otros supuestos previos para un pacto político de gran aliento, la llamada Comisión de la Verdad. Las dispares presiones sociales ejercidas desde la base, como la cortedad en las visiones e intereses concretos de los partidos, empresarios del deporte y el espectáculo o el gobierno mismo, les achican viabilidad.
Después de la descarga de rencores, rabias y frustraciones que causaron las inexcusables derrotas de la selección mexicana en sus últimas apariciones, y que llevaron a la renuncia del técnico y la zacapela en contra de muchos de los jugadores por su actuación, carente de energía, coraje y orgullo profesional, se ha llegado a la búsqueda de los complementos esenciales que causan el infeliz fenómeno. Aquellos aspectos del mismo que han quedado en la trastienda de la atención ciudadana y que, para muchos, son los reales detonadores de la debacle futbolera del país. Se habla ya de los patrocinadores pero, sobre todo, de los directivos de equipos, federaciones o selecciones. Esos deslavados personajes que hacen, de vez en cuando, por demás tontas e insípidas declaraciones o aparecen en las victorias para repartir abrazos a cuanto sujeto se les atraviese pero, sobre todo, encubren el reparto de las jugosas utilidades del negocio entre unos cuantos.
No hace falta examinarlos con muchas cifras, cuadros, gráficas o estadísticas, que son sin duda necesarias y que las hay a torrentes, para mostrar su torpe desempeño. Con oírles intentar una explicación plausible del fracaso de las selecciones o justificar su personal actuación en una gira de competencia es suficiente. De inmediato saldrá a relucir el exiguo nivel de su intelecto, lo cerrado de su visión para enmarcar lo sucedido y hacerlo comprensible, el estrecho cauce por el que trascurren sus intereses. Oír a Jorge Valdano opinar sobre las finanzas y pretensiones del Real Madrid o su colaboración en el equipo argentino es como asistir a un espectáculo inusitado, diferente, discordante respecto de lo que digan o hagan el señor De la Torre o el representante toluqueño Lebrija, por mencionar sólo a algunos de sus colegas mexicanos. Es tan escasa la información disponible sobre escuelas para valores infantiles o juveniles que se han impulsado o ligas menores patrocinadas por las respectivas federaciones, que se tiende a creer que no hay trabajo en esas áreas. Nada se diga de otros aspectos delicados como programas de estudios avanzados sobre materias (organización, biomecánica del deporte, etcétera) en universidades para preparadores y conductores que respondan a iniciativas de los directivos. De inmediato salta la falta de integración vertical que baje hasta los municipios o a las primarias y secundarias públicas. Son contados los clubes que cuentan con fuerzas intermedias y son financiados por socios o por patrocinadores comerciales. No se conocen centros para jugadores que prometen ser de excelencia por ciudad, barrio o estado, en fin, todas esas particularidades que hacen de la mera afición colectiva un deporte organizado y exitoso.
El futbol, como un fenómeno de masas trasciende, con mucho, el simple espectáculo y tiene que ser manejado con criterios que incluyan reglamentos operativos para funcionar como clubes, selecciones o escuelas de cuadros; códigos de ética por equipo y para sus apoyadores; comisiones de vigilancia en varios órdenes de su acontecer. Hasta cuerpos de supervisión general que fuercen y den solidez institucional a lo que hoy es un desbarajuste discrecional de unos cuantos improvisados, casi siempre ineptos o riquillos autoritarios que satisfacen, alargándolos, sus ímpetus de patrones.
A la manera de la discutida Comisión de la Verdad que esclarezca el pasado y que ningún viso de concreción atisba tener, el escenario en que se desempeña el futbol profesional del país parece destinado a sortear su actual crisis con varias remociones de jugadores, otras de técnicos y unas cuantas de directivos. Lo esencial del despapaye seguirá esperando tiempos mejores para su tratamiento o solución. A lo mejor serán necesarios más desaparecidos, peores derrotas y frustraciones, adicionales matanzas de indios o continuar con los saqueos masivos de la riqueza y el erario nacional para que se levante tal protesta social, más amplia, organizada y hasta feroz, para que, finalmente, se atienda como es debido el reclamo de verdad y eficiencia.