MARTES Ť 26 Ť JUNIO Ť 2001
Ť Carlos TaberneroŤ
Esperando a Godot: todos listos, nadie se mueve
Líderes del mundo se reúnen esta semana en la Organización de Naciones Unidas en Nueva York con el objetivo de alcanzar un renovado compromiso en la lucha contra el virus de inmunodeficiencia humana/síndrome de inmunodeficiencia adquirida (VIH/sida), pero aparte de palabras, no existe voluntad alguna para solventar el problema de la ausencia de condiciones mínimas de vida y de sistemas de salud pública que sustenta la base de la propagación del virus.
La sesión especial de la Asamblea General de Naciones Unidas se convocó para desarrollar "una acción mundial con el fin de superar una crisis mundial". Los cinco objetivos prioritarios -según el secretario general, Kofi Annan- incluyen: 1) detener la propagación; 2) bloquear la transmisión de madre a hijo; 3) situar el cuidado y el tratamiento al alcance de todos; 4) hacer públicos los descubrimientos científicos, y 5) proteger especialmente a aquellos que son más vulnerables.
Las estadísticas son duras: 36 millones de personas viven con el VIH/sida, y en algunos países de Africa una de cada cinco vive con el virus. Se dice que un tercio de los jóvenes africanos de 15 años morirán de sida. Como es habitual, la retórica dramática utilizada tanto en la descripción del problema como en el enunciado de las prioridades y las iniciativas oficiales disimula una realidad bien distinta en lo que se refiere a la relación parasítica establecida entre las dos poblaciones del planeta: los privilegiados y los desposeídos.
Casi dos décadas después del descubrimiento del virus y del clamor generado por una epidemia en rápida (y, en principio, turbadora) expansión en los países ricos, nadie duda hoy en día que la epidemiología del sida coincide geográfica, social y económicamente con la de otras enfermedades infecciosas, como la malaria y la tuberculosis. Es más, la descripción estadística sitúa esta pandemia principalmente en conexión directa con la pobreza, la malnutrición y el analfabetismo endémicos; es decir, con la carencia y violación de los derechos humanos. Por ello, más de dos tercios de la población infectada se prepara para morir en las zonas más desfavorecidas del planeta, en aquellos países clasificados como "en vías de desarrollo": Africa, el Caribe, el sudeste asiático y los países del desaparecido bloque soviético.
Las voces de alarma ante esta catástrofe y las demandas de un compromiso internacional para una intervención seria y eficaz se remontan a la década de los ochenta. Pero, después de diez años de experiencia en investigación científica, incluyendo cinco años de trabajo sobre el VIH en el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, he llegado a la conclusión de que las organizaciones internacionales, los gobiernos y las compañías farmacéuticas no sólo se han mostrado pusilánimes a la hora de tomar medidas contundentes, sino que carecen de voluntad para llegar al fondo del asunto. Este hecho, unido a la manifiesta inercia de una comunidad científica encerrada en su propia contemplación, cegada por la competición incondicional en el contexto favorable de la naciente necesidad urgente de generar programas de investigación y desarrollo, alejada de la población para la que teóricamente trabaja, e incapaz de ejercer una presión razonada y enérgica sobre los gobiernos y las instituciones que la sustentan, explica el precario estado alcanzado por la pandemia del VIH/sida.
Desde esta perspectiva, la microscópica contribución al fondo global de la lucha contra el sida recién anunciada por el presidente George W. Bush, y los préstamos ofertados (con el consiguiente agravamiento de la deuda) en los últimos meses por US Import Export Bank y el Banco Mundial (BM) resuenan como un sarcasmo macabro ante la precariedad de las vidas de millones de personas que viven con el VIH/sida. Son las políticas estructurales del BM y el FMI las que bloquean el desarrollo de sistemas de salud pública en los países afectados.
Teniendo en cuenta que los programas financiados por estas contribuciones y préstamos tienen como prioridad la prevención y el tratamiento, la obstinada negación, a través de la sádica política comercial ejercida por la industria farmacéutica, del acceso de la gran mayoría de la población a medicamentos extraordinariamente caros y el bloqueo ejercido por las mismas mediante chantajes diplomáticos y económicos a fármacos genéricos de costo considerablemente reducido, ánade la extorsión y la tortura a un panorama ya de por sí descorazonador.
Como siempre, sabemos mucho de la declaración que la Asamblea General negociara en Nueva York durante los tres días de sesiones. La declaración final reconoce la necesidad de una inversión anual de hasta 10 mil millones de dólares en los próximos cuatro años "en los países de ingresos bajos y medianos para la prevención, la atención y el tratamiento del VIH/sida". Asimismo, reitera que "nuestra respuesta debe basarse en la prevención", dejando en segundo plano tanto el aumento significativo de la "disponibilidad de medicamentos antirretrovirales" como el fortalecimiento de "los servicios de atención de la salud y la infrestructura". Finalmente, se marca como objetivo "instar" -en lugar de exigir- "a los países acreedores que aún no lo hayan hecho, a que consideren la posibilidad de cancelar totalmente las deudas oficiales bilaterales de los países pobres muy endeudados".
La disposición de las prioridades es explícita en cuanto al mantenimiento de la política internacional que ha imperado en las últimas dos décadas con respecto a esta pandemia y cuyos resultados no pueden ser más siniestros.
Resulta evidente que no existe voluntad alguna para solventar el problema de la ausencia de condiciones mínimas de vida y de sistemas de salud pública que sustenta la base de la propagación tanto del VIH como de otras epidemias en los países afectados.
Por otra parte, el lenguaje utilizado en el enunciado del último objetivo denota la reserva con la que se hace el llamamiento a la cancelación de la deuda ante la conciencia de la negativa garantizada por parte de los "países acreedores". El resultado esperado (y notoriamente lucrativo para los privilegiados) es el mantenimiento indefinido de la condición "en vías de desarrollo" para los países endeudados y, en consecuencia, de su explotación inmisericorde.
Ante esta situación cabe que nos preguntemos si realmente nos importa que millones de personas agonicen bajo el yugo del VIH/sida y de otras enfermedades; si, dada la absoluta falta de voluntad solidaria de las organizaciones internacionales, los gobiernos, la comunidad científica y las grandes empresas estamos dispuestos a cooperar activamente, presionando para promover un cambio definitivo que permita a estos países salir de la ciénaga en la que se ahogan.
En resumen, la sesión especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas se presenta, una vez más, como una función teatral donde las marionetas principales recibirán copiosas ovaciones tras interpretar una farsa sádica y cruel, cuyos versos, por repetidos, no hacen sino sonar como el eco torvo de las cadenas arrastradas por los pútridos corredores que forman la prisión del llamado "Tercer Mundo".
Ť DOCTOR EN CIENCIAS BIOLOGICAS POR LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA, ESPAÑA, FUE INVESTIGADOR SOBRE SIDA EN EL NATIONAL INSTITUTE OF HEALTH DE ESTADOS UNIDOS