martes Ť 26 Ť junio Ť 2001
Luis Angeles
Educación para la vida
Cuando escuchamos que un gran programa de gobierno terminará con el analfabetismo, que abatirá el rezago educativo o que elevará en definitiva la calidad de la educación, fruncimos el seño en señal de incredulidad, o tal vez por un poco de malevolencia al contar con nuevos elementos para criticar y documentar nuestro escepticismo.
Esta misma semana, el titular del Consejo Nacional de Educación para la Vida (Conevit), y por extensión director del Instituto para la Educación de los Adultos (INEA), planteó en entrevista a este diario atraer mediante el establecimiento de "plazas comunitarias", debidamente equipadas con computadoras, a los marginados de la educación para que concluyan su educación básica.
Sin duda se trata de una propuesta plausible. La incredulidad proviene no sólo de los intentos fallidos del pasado, sino de propuestas similares que en su momento se le criticaron al ex candidato a la Presidencia, Francisco Labastida, de llevar computadoras a cada escuela de educación básica, y de algunos padres de familia que suponían con ello un mayor gasto escolar en sus hijos.
No se trata de ver si la propuesta es novedosa o no, pues, como se sabe, existe una gran experiencia internacional en el uso de sistemas cibernéticos para la educación a distancia, sobre todo a nivel superior, sino de lo que se trata aquí y ahora es de llevarla masivamente a la educación básica. Lo original de la propuesta radica en utilizar la cibernética para llevar conocimiento a esos sectores de la sociedad y no sólo de comunicarlo.
Esta propuesta implica un cambio fundamental, pues a partir de ahora el sistema educativo no irá en busca del educando, sino que éste debe ir a buscar al sistema educativo, sin la retroalimentación y el reconocimiento necesarios para reforzar el proceso de aprendizaje. Este cambio significa reconceptualizar los contenidos educativos de los programas existentes para que sigan siendo pertinentes y flexibles a los intereses de los adultos, para que resulten atractivos y aumenten la cobertura, y para que sean efectivamente el sustento de la capacitación para el trabajo.
El uso extensivo de los medios cibernéticos es teóricamente posible en cualquier lugar del planeta, con sólo que haya energía eléctrica, equipo de cómputo y recursos humanos. La disponibilidad de electricidad y máquinas puede derivar sólo de una inversión inmediata; en tanto que la formación de los recursos humanos lleva más tiempo y su desempeño siempre es un acto de responsabilidad, lo más difícil de conseguir, por cierto, en nuestros terrenos educativos.
La magnitud del rezago educativo es apabullante. En el último censo de población poco más de 6 millones de mexicanos declararon no saber escribir un recado, esto es, tenemos un analfabetismo de poco más de 12 por ciento. Esos mexicanos mayores de 15 años que no saben leer y escribir, más los que no concluyeron su educación primaria o secundaria, es decir, los que carecen de la educación básica que la ley considera obligatoria, pasaron de 30 millones a comienzos de la década de los noventa, a 36 hacia finales, aunque con respecto al total de habitantes disminuyera de 60 a 55 por ciento como proporción del total de población.
El esfuerzo institucional de los últimos años no ha sido suficiente para contener el rezago educativo, y sólo para disminuirlo en términos relativos, no en los absolutos. La magnitud de los recursos humanos y presupuestales ha resultado insuficiente para que el rezago educativo no se haga mayor a la proporción de uno por cada tres mexicanos, y que nos hace inviable como economía competitiva internacionalmente en esta era del conocimiento y del capital humano.
Creo que sí es posible avanzar a grandes trancos en esa tarea, porque la mayor parte de ese rezago está en el medio urbano, que es donde vive 75 por ciento de la población nacional, pero apoyarse demasiado en las empresas es suponer que los mexicanos en condición de rezago tienen empleo, cuando seguramente son los más marginados de los beneficios de las instituciones de salud, del empleo, del transporte y de la seguridad pública.
No es que sea malo el optimismo para emprender un gran programa, en todo caso es indispensable. Pero lo razonable sería que esta vez el voluntarismo no confunda los deseos con la realidad, y en un acto de autosuficiencia se proponga triplicar resultados de los anteriores gobiernos en materia de educación básica. No me quiero imaginar la suerte del equipo de cómputo en el medio rural, donde lo común no son los apagones sino los alumbrones; donde el acceso a la red telefónica forma parte de la demagogia; menos aún me quiero imaginar la suerte del equipo de cómputo ante la inseguridad pública y el vandalismo urbano. O tal vez la propuesta es sólo para el medio urbano donde los avances cuantitativos pueden resultar más espectaculares.
Lo razonable en esta materia es la mesura, sobre todo a la luz de otras experiencias nacionales y de otras latitudes; la prudencia para tener la credibilidad necesaria, y para que se tome en serio el programa por parte de las organizaciones de la sociedad, indispensables por cierto para llevar adelante este proyecto. De cualquier forma, la propuesta me entusiasma y me propongo realistamente iniciar mi propia "plaza comunitaria".