martes Ť 26 Ť junio Ť 2001
Marco Rascón
Los pactos
CONCEBIR QUE LA POLITICA GIRA sobre uno mismo, definida a partir del yo y no de programas, termina siempre mal, porque las decisiones se convierten en caprichos y la cohesión en vulgar acto de fe: "yo decido el tiempo, lo que es bueno y malo; mi moral debe ser la moral pública y yo sé cuándo pelear y cuándo pactar. A los enemigos yo los elijo. Soy el representante de la honestidad y la esperanza, el candidato para llegar a ella, el gobernante que así lo garantiza, siempre que me siga a ciegas".
En septiembre de 1994 el PRD votó en contra de la calificación presidencial de Ernesto Zedillo. A fines de noviembre la dirección y la coordinación de las fracciones perredistas le propusieron "un pacto de transición". En ese momento el PRD asumía la responsabilidad de la unidad nacional en torno de Zedillo, dejó pasar por alto los "errores de diciembre" y contribuyó a que naciera el primer hijo de la transición pactada: la ley Cocopa.
Gracias a eso, la toma real de la Presidencia de la República no fue el primero de diciembre de 1994, sino en septiembre de 1996 con el segundo Informe de Gobierno. En aquella ocasión, con un Congreso pactado y sometido, nadie levantaría la voz ante la advertencia de hacer caer "toda la fuerza del Estado" en aquéllos que atentaran contra la estabilidad del régimen. Colosistas, panistas, priístas y todas las corrientes del PRD sellaron un pacto a partir de la debilidad de Zedillo, dado que si era rebasado y en consecuencia reinara la ingobernabilidad, toda la clase política estaría en peligro. En ese momento nació la afición por los pactos, la clase política fue una sola y surgió también el pacto que hoy se propone a Vicente Fox, no de manera partidista, sino personal.
Con esa experiencia y los usos de reventar, para luego pactar, Andrés Manuel López Obrador pretende ganar el liderazgo único del PRD. Considera que llegó el momento de la generosidad y de salvar a Rosario Robles mediante un pacto de no agresión, pero dejando que se le identifique con Oscar Espinosa, para que ya no pueda levantarse.
Amalia García y Ricardo Monreal han salido a respaldar la propuesta; por una parte reclaman derechos de autor en esa política, y por la otra consideran que López Obrador dio un albazo como el que dio con Zedillo y significó un estrecho acercamiento del PRD hasta finales de 1996. La propuesta actual es una redición de la anterior, montada hoy sobre una supuesta oposición radical contra Fox, que sólo ha generado confusión y pesimismo.
El jefe de Gobierno del Distrito Federal ha dicho que la "sumisión no es el camino con Fox", pero tampoco estar delante de él y sus políticas, pues en un recuento rápido de acciones, López Obrador se identifica más con las ideas y programas del PRI y del PAN que con la memoria de izquierda y las propuestas del PRD. Al margen del programa perredista, cabe mencionar algunas de estas acciones: la absurda política de austeridad sobre un presupuesto ya aprobado; la integración de un Consejo de Desarrollo Económico por los banqueros y empresarios más cuestionados por el mismo López Obrador como beneficiarios del Fobaproa; la paralización del desarrollo urbano para los sectores medios y pobres; los donativos por 300 millones de pesos a la alta jerarquía de la Iglesia católica; la reducción salarial y despidos por razones políticas; la rendición frente a Tv Azteca y su política de golpeteo y amarillismo; el uso de métodos perversos para descalificar al gobierno anterior; la entrega de los terrenos de Ferrería a Carlos Slim para su centro de comunicaciones; las restricciones en la construcción de vivienda popular; la militarización de Iztapalapa; el ejercicio de gobierno mediante formas autoritarias con bandos y decretos; la persecución de la vida nocturna y la cancelación de toda política cultural, por sólo mencionar las más importantes. No está de más decir que en las áreas centrales de gobierno no se ve una sola minifalda, pues ahí se aboga por las formas austeras de vestir de las jefas, que no deben ser protagónicas.
Por el contenido de la política, pareciera que el pacto que se propone de no agresión tras las pifias del horario de verano y los subsidios fuera una disputa por la política de derecha. En su estrategia, López Obrador considera que la única manera de sostenerse y crecer es mimetizarse en un ambiente de derecha, pues a la izquierda la tiene ganada; su supuesto exige solamente fe y credibilidad a ciegas en sus caprichosas determinaciones, pues considera que al final saldrá triunfante, después de haber engañado al enemigo.
Por eso su propuesta no tiene eco en sus interlocutores de derecha que apuestan no sólo a hacerlo a un de lado, sino a sepultar profundamente las opociones de izquierda, pues López Obrador está haciendo política de derecha a nombre de la izquierda y será ésta la que pague los errores y sufra la debacle.