Sembradíos de
productos básicos resultan afectados por las
Alfredo Molano Bravo Correo electrónico: [email protected] Un día de marzo del 98 el cacique Querubín Quetá, del pueblo cofán, que habita hoy entre los ríos Guamués y San Miguel, convocó a los más antiguos taitas y curacas para mirar qué hacían con los cultivos ilegales de coca que estaban invadiendo su territorio. Para los cofanes, la coca ha sido una medicina tradicional, pero no tiene carácter ceremonial como el yagé. La usan para los dolores de cabeza, para los daños de estómago y para curar el cansancio. Es una planta silvestre llamada por ellos sacha-cuichi. A mediados de los años 80, llegó la coca comercial y tras de ella una impetuosa y avasalladora colonización de campesinos provenientes de Nariño, del Cauca y del Huila. Invadieron el resguardo, tumbaron selvas, mataron indios y los taitas revivieron la sangrienta época de las caucherías, cuando los ingleses y norteamericanos, a través de la Casa Arana y la Casa Rosas, exterminaron la gran mayoría de pueblos indígenas amazónicos para hacer llantas y forrar cables eléctricos. Los cofanes trataron de defenderse. Primero, huyendo y, luego, ante la absoluta impotencia, se unieron a su enemigo y terminaron también cultivando coca para vendérsela al blanco. Los taitas y los curacas fueron viendo que el nuevo cultivo era más peligroso para la cultura cofán que los caucheros que les robaron sus selvas y que los frailes capuchinos que destruyeron sus dioses. Los indígenas ganaban demasiado dinero y por ahí les entraba el blanco con su caravana de espejitos y cuentas de vidrio: grabadoras, alcohol, armas y putas. La coca que en sus manos fue una medicina se convirtió en sus bolsillos en un vicio. Las comunidades abandonaron sus cultivos de chontaduro, de plátano, de yuca, de maíz. Las familias se rompieron, los resguardos se descompusieron y los taitas, autoridades tradicionales, fueron burlados. Para rematar, los colonos se apropiaron vorazmente de sus tierras. Por eso, aquel día de marzo el pueblo cofán optó por un "plan de vida" para enfrentar los desafíos de la coca comercial y su letal cortejo. El plan de vida es lo que suele llamarse, en otras palabras, un proyecto de desarrollo. En Bogotá, la División de Asuntos Indígenas les ayudó a reunirse con funcionarios de los Ministerios de Educación, del Medio Ambiente, de Salud Pública, Ecopetrol, Incora, Invías y Plante, para sacar adelante sus programas. Su aliado principal ha sido el Plante, dado que la coca era considerada y sigue siendo su enemigo principal. El Plante ha invertido más de 100 millones de pesos en la construcción de estanques para la producción de tilapia, carpa y cachama; en cultivos y secaderos de yuca para sacar almidón; y en las huertas de plantas medicinales para apoyar su medicina tradicional. En días recientes, aprobó una contrapartida de 390 mil dólares adicionales para complementar sus proyectos. Pues bien, el 22 de diciembre del año pasado, los cofanes oyeron el zumbar de dos avionetas y de cuatro helicópteros artillados. La escuadrilla hizo una primera pasada descargando venenos desde una altitud de 300 metros, cuando lo legal no debe superar los 30. Más aun, la fumigación aérea está expresamente prohibida en los resguardos indígenas. Los aviones hicieron cuatro pasadas. Los venenos cayeron en los patios de las casas, en los estanques, en los gallineros, en las huertas, en los yucales, en los cultivos de chontaduro, en las plataneras. Cuatro días después los peces boqueaban, las gallinas volteaban los ojos y las plantas estaban achucharradas. Los taitas no podían creerlo. El mismo Estado que los había ayudado y esperanzado ahora los arruinaba. Sigamos. El 26 de diciembre fue asesinado Henry Pascal, ex gobernador del cabildo del Yarinal, en un retén paramilitar; el 3 de enero fue asesinado Pablo Emilio Díaz, director de la Fundación Zio-al, que en lengua cofán significa unión de sabiduría, en otro retén paramilitar. Los taitas hablan ya de la doble fumigación y llaman al Plan Colombia el Plan Bomba. Y cómo no, si dicen ellos: "Esto es una epidemia, desde que se están fumigando los campos del resguardo indígena de Aponte, el 80 por ciento de los niños de la comunidad han caído enfermos " |