LUNES Ť 25 Ť JUNIO Ť 2001

León Bendesky

Desigualdad

En la Edad Media se pensaba que existían tres grandes profesiones: la medicina dirigida a la salud física, la ley a la salud política y la teología a la salud espiritual. Mucho después, Alfred Marshall, famoso profesor de Cambridge, tenía la esperanza de poder convertir la economía en la cuarta ocupación con ese rango de nobleza al estar encaminada a conseguir la salud material, se entiende que no sólo la de los ricos. Desde que Adam Smith colocó, a fines del siglo XVIII, a la economía como una disciplina independiente de su herencia más cercana, que era la filosofía moral, ésta ha buscado las interpretaciones más adecuadas sobre el proceso de la generación de la riqueza y su mejor distribución entre los miembros de la sociedad, eso que hoy llamamos el desarrollo. Esta búsqueda no ha sido por completo en vano, pero la práctica de la gestión de la economía se ha quedado muy lejos de los fines que se perseguían tanto con las distintas formulaciones teóricas que se han propuesto durante dos siglos y medio, como respecto a las aspiraciones de su utilidad colectiva.

La sociedad, en general, amplía constantemente el acceso a los recursos y las formas de existencia, de modo que los niveles de la vida material en un momento determinado son superiores a los disponibles para las generaciones anteriores. Esto se expresó desde muy temprano en la teoría del salario que se componía de una parte que se consideraba de subsistencia y que tenía un cierto carácter histórico. Las diferencias entre ese nivel mínimo y los altos ingresos siempre han sido abismales. La desigualdad es un rasgo definitorio de la organización social, aunque tiene graduaciones muy diversas entre las naciones.

Este es uno de los elementos centrales que conciernen a la economía, es decir, cómo crear las condiciones y los incentivos para que se usen los recursos para generar riqueza y, al mismo tiempo, reducir la desigualdad social. Esto tiene que ver con las formulaciones acerca del comportamiento de los agentes privados y las acciones del Estado, con las medidas de las políticas fiscales y monetarias, con las corrientes del comercio y de las inversiones, con la distribución entre las ganancias y los salarios.

En la última década hubo un aumento de la riqueza. Uno de los problemas de esta noción es la manera en que se mide. Una forma convencional de hacerlo es a partir de los activos que pueden invertirse y ésos se contabilizan por el valor que tienen en los mercados de dinero, bonos y acciones. El auge de los mercados bursátiles, como fue de modo notable el caso del Nasdaq, asociado con las empresas de tecnología, eso que se llamó la nueva economía, fue un factor que sostuvo ese aumento de la riqueza en este periodo. Es hasta cierto punto paradójico que cuando crece la riqueza y el producto se aprecia un aumento en la brecha social de la distribución. La riqueza, así medida, aumenta más rápido que el ingreso derivado de los salarios.

La revista The Economist (junio 16, 2001) señala que en el mundo hay alrededor de 7.2 millones de personas con activos que pueden invertirse valuados en más de un millón de dólares y entre los que se cuentan más de 400 que con una fortuna denominada en los miles de millones de dólares. Los montos de dinero que controlan equivalen a alrededor de una tercera parte de la riqueza mundial. Esta puede ser una forma hasta cierto punto operativa de concebir lo que constituye la riqueza, y puede ser abordada desde muchos puntos de vista. Uno es, evidentemente, el de la desigualdad y así se comprueba que en Estados Unidos, por ejemplo, entre 1979 y 1997 el ingreso promedio del 20 por ciento más rico de la población pasó de 9 a 15 veces más que el que corresponde al 20 por ciento más pobre. En el caso de México las diferencias son conocidas: el 10 por ciento más rico recibe casi 40 por ciento del ingreso y el 10 por ciento más pobre apenas 1.5 por ciento.

Otro aspecto del asunto tiene que ver con el debate actual sobre la reforma fiscal y se refiere a los impuestos que pagan los más ricos. Al respecto, el mismo semanario cita argumentos que dicen que en la economía global el pago de impuestos de este grupo se ha vuelto una cuestión de elección más que de necesidad. Y aunque se reconoce que esto puede ser una exageración es cierto que existen muchas formas de pagar lo mínimo posible. Si volvemos otra vez al tema de la desigualdad se ve que ésta se reproduce por los dos lados, uno es el de las posibilidades de participar del ingreso derivado de la riqueza, sobre todo en su forma predominante hoy de riqueza financiera, y el otro el de las contribuciones que se hacen a los ingresos estatales.

Si en la época de crecimiento económico se acrecienta la riqueza y el ingreso, la evidencia no es, necesariamente, en favor de una mejor distribución o incluso de una mayor eficiencia económica, como puede apreciarse en varias experiencias de expansión reciente en México. Este es otro más de los argumentos que pueden hacerse a favor de una alteración de los patrones de operación del sistema económico y de las políticas que se aplican. A pesar de las constantes referencias a las condiciones de la globalización las disputas en torno de la economía siguen manteniendo un carácter bastante provinciano que tiene que superarse con mejores formas de pensar y una mayor audacia política