lunes Ť 25 Ť junio Ť 2001
Iván Restrepo
ƑUn programa nacional de milagros?
Recientemente varios sacerdotes de la zona metropolitana de Guadalajara organizaron una peregrinación al Lago de Chapala llevando al frente una imagen de la Virgen de Zapopan. El motivo fue elevar oraciones a fin de lograr que lloviera, que del cielo cayera el agua que necesita el lago más grande de México y que atraviesa ahora por una gravísima crisis. También hubo otra peregrinación, esta vez no religiosa, a cargo del partido familiar por excelencia: el Verde Ecologista, que el gobierno concedió a la familia González Torres.
No es la primera vez que el clero organiza actos diversos para pedir al altísimo que llueva. Con ese motivo, en Zacatecas, San Luis Potosí y Aguascalientes, por ejemplo, en años pasados sacaron en procesión imágenes que los católicos consideran milagrosas. Un obispo llegó incluso a considerar que la sequía era fruto de una sociedad invadida de vicios y pecados a la que Dios castigaba negándole un recurso indispensable para la vida en la Tierra.
Aunque se dice que la fe mueve montañas, por ahora no existe ninguna evidencia de que las peregrinaciones y las oraciones obren el milagro de hacer llover, de que brote un manantial en el desierto o en un sitio donde antes abundaban el agua y el bosque, y que por no contar más con estos dos elementos ahora sólo hay erosión. En cambio, sí está probado que es más factible la lluvia en áreas donde existe humedad suficiente gracias a la cubierta vegetal que proporcionan los árboles, que los manantiales se conservan en donde no ha llegado la presencia destructora de los talamontes, y que los lagos de cualquier país conservan su nivel y su salud ambientales si se garantizan sus fuentes alimentadoras, la cubierta vegetal que los rodea y no los convierten en el destino final de desechos de todo tipo, y si, además, el agua que contiene el vaso lacustre se usa racionalmente.
Por lo que sabemos, no es lo que sucede en los lagos del país, que hace unas cuantas décadas no presentaban los problemas que hoy tienen. El de Chapala permite ilustrar la forma irresponsable de destruir en unas cuantas décadas lo que a la naturaleza le llevó siglos formar.
Por principio, a Chapala se le fueron reduciendo sus fuentes alimentadoras. Por un lado, el agua que recibía de la cuenca Lerma-Santiago la utilizan, muy mal, los agricultores y las industrias ubicadas en cinco estados del centro del país. Además, la que llega al vaso está contaminada. Enseguida, los afluentes locales virtualmente desaparecieron debido a la deforestación, a la extracción del agua del subsuelo, a la expansión urbana y a diversas actividades económicas que se distinguen por hacer un mal uso del líquido. Y para rematar, a Chapala lo transformaron en el principal tanque de almacenamiento de agua para cubrir las necesidades de Guadalajara y su área metropolitana, que hoy es la segunda región más poblada del país.
De ese inmenso tanque natural se extrae más líquido del que lo alimenta, de tal forma que se habla ya de que pronto quedará vacío. Es un asunto que conocen desde hace tiempo las autoridades responsables de garantizar el buen estado de los recursos del país. Abundan en la Comisión Nacional del Agua y en el gobierno de Jalisco incontables estudios sobre Chapala que muestran cómo se desperdicia el agua en los centros urbanos y en el campo, se agotan los mantos freáticos por la extracción irracional y la falta de medidas para recargarlos, se provoca la erosión y la falta de humedad por la deforestación.
Si la solución de los problemas ambientales, sociales y económicos se lograra con rezos y peregrinaciones, con sacar a la calle vírgenes y santos, hace rato que el gobierno mexicano tendría su correspondiente programa nacional de milagros. La actual administración habría encargado al parlanchín cardenal de Guadalajara la tarea de recuperar Chapala y demás áreas ambientalmente críticas de Jalisco. De igual manera el cardenal Rivera Carrera sería responsable del programa para resolver el problema del abastecimiento de agua en la Zona Metropolitana de la ciudad de México. Y todos felices y contentos, adelgazando, de paso, la burocracia creada para resolver ésos y otros asuntos pendientes.