lunes Ť 25 Ť junio Ť 2001

Armando Labra M.

Mandar, gobernar. Plan y poder

Pues no me checan las cifras con los discursos, los dichos con lo hechos. Después de leer con buen ánimo y paciencia el Plan Nacional de Desarrollo (PND), e incluso descubrir con sorpresa que me pareció compartible mucho de su diagnóstico económico, político y hasta social, un simple parpadeo hacia cualquier rumbo de la realidad provoca, cuando menos, una franca preocupación.

Lo más notorio del PND son sus analogías de tono respecto de sus predecesores, con una importante diferencia: se dice qué pero no cómo, cuándo, quién, cuánto, ni dónde. Una que pudiera considerarse como aportación novedosa es la reiteración tozuda de que es el individuo o el ciudadano, principio y fin del plan. Y bueno, un detalle, no más: quedan al mero final, en el último apartado, en un par de breves páginas, los "compromisos con México". Cómo cumplirlos resulta ser, también, una pequeñez pendiente.

Quizás por ello, comentar ahora el PND resulta un anacronismo masoquista que interesa quizás a los arqueólogos de la economía. Sólo cobra algún sentido hacerlo si le vamos comparando con una realidad que ciertamente se resiste a ser moldeada por la acción de documentos y buenas intenciones. Sirve leerlo para finalmente ver quién gana o pierde, o mejor aún, quién manda, para quién se gobierna.

Un buen botón de muestra nos lo aporta el Reporte Económico de David Márquez, publicado hace ocho días en La Jornada. Ahí se observa cómo el coletazo de la recesión de Estados Unidos se manifiesta en el decaimiento de la producción industrial aquí y allá durante el primer trimestre del año, con el agravante para nosotros que el impacto en el empleo es más nocivo y la carga recae predominantemente sobre los salarios. La novedad no es que así suceda en tiempos difíciles, sino que durante los años de crecimiento, los salarios y el empleo tampoco compartieron los beneficios. De 1993 a la fecha, el índice de la producción industrial creció en 139.1 puntos mientras el correspondiente al empleo en sólo 98.1 y el de los salarios reales en 89.2. Siendo la industria el sector mejor remunerado del país, el rezago es muy preocupante, porque indica que la mano de obra arroja una productividad creciente que no es remunerada. Aumenta el número de horas trabajadas, pero disminuyen las remuneraciones.

No es el caso de Estados Unidos, en donde en efecto cae la productividad (-1.3%, la mayor disminución desde 1993), el empleo en la industria (277 mil desempleados en el primer trimestre del año), aumentando los costos de la producción y contrayendo las utilidades. Aquí no. El salario es el que absorbe el efecto del receso. No hay nada en el PND que apunte cómo encarar este tipo de problemas previsibles, pero claramente se aprecia quién sale ganando y quién pierde. Y más quedará si en vez del 7 por ciento ofrecido, o el 4.5 comprometido, crecemos en menos de 2.5, como es ya oficial e inevitable merced al atorón económico en curso.

Podemos seguir distrayéndonos con los avatares folclóricos de la giras presidenciales, con los desencuentros entre los panistas y un gobierno autodeclarado de y para empresarios, con las frases bucólicas que cotidianamente encogen la estatura presidencial, con la fina redacción del PND o el toallagate. Pero si enfocamos lo importante, no se ven acciones públicas reales en la economía, la política y la sociedad, que indiquen que se gobierna para mejorar conforme los planes y discursos. Sin embargo, alguien manda, alguien decide, pero no quien usted cree ni para quien usted quisiera.

Y es que, como diría Humpty Dumpty, lo que importa es quién manda, no quién gobierna. En esta larga, costosa curva de aprendizaje del gobierno en turno, caracterizada más por los vacíos que sólo por los yerros, se agitan intereses reales que ya nos dan sorpresas ingratas instigadas por el verdadero partido en el poder, que muy distante está ya del PAN y el resto de los partidos. Que no pierde el tiempo con la administración de las banalidades de la cosa pública.

Nadie votó por los Amigos de Fox, pero resulta que mandan. El gobierno de y para empresarios no está en el gobierno, pero manda y llena los vacíos de poder que va dejando el cambio. Y sin descuidar el negocio, al contrario. Y sin la monserga de rendir cuentas. Quizás por eso no checan las cifras ni los discursos ni los planes, mal acostumbrados, como estamos, a suponer que quien manda, gobierna. Cosas de esta curiosa transición.

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