Hace algunos años, durante el reino de don José López Portillo, su señora esposa y los abundantes, influyentes y prepotentes orgullos de su nepotismo, la diplomacia mexicana pasó vergüenzas indecibles y sofocones constantes. Son muchos los recuerdos de esa época egomaniaca, despilfarradora y de contrastados estados de ánimo. Quiero compartir con los amigos lectores algunos de esos momentos que cubrieron de gloria a los distinguidos patrones de este desafortunado país nuestro. Estas son las anécdotas recogidas en distintas fuentes diplomáticas. Advierto que la mayor parte de ellas tienen como personaje central a la señora Romano: 1- La Primera Dama llegó a Madrid al frente de la Filarmónica de la Ciudad de México para la presentación de la orquesta dirigida por el maestro Lozano (acompañaría a una vigorosísima pianista, Guadalupe Parrondo, en la segunda parte del programa). Este bazarista, en esa época consejero cultural de la embajada, se hacía el nudo de la corbata para salir rumbo al Teatro Real, cuando sonó el teléfono. La voz perentoria de un capitán de la guardia personal de la Primera Dama, lanzó una inquietante pregunta: ¿De qué color está pintado el palco real? De los colores nacionales: el rojo y el gualda. Además no está pintado sino tapizado con una seda muy fina y antigua, respondió el azorado cultural. ¿Qué es eso de gualda? Un tono del amarillo. Ah sí, pues lo siento mucho, pero la señora hoy no puede estar en un ámbito que tenga esos colores, dijo el capitán con tono preocupado. Debe usted pedir que cambien el tapiz, agregó ya de forma más perentoria. El cultural pensó en el campo militar número uno, en un cese fulminante o en un cambio a las chimbambas (hacía unos meses, un gran diplomático dedicado a la protección de los trabajadores migratorios había recibido su orden de regreso a México por no haber atendido en forma totalmente satisfactoria a la exigente Dama durante su estancia en Ginebra), pero, sacando fuerzas de su debilidad congénita, le espetó al tajante ayudante y aspirante a comandante el siguiente despropósito: Pues yo lo siento más, pero no puedo hacer nada. Me parece ridículo pedir a los españoles que pongan en el palco un tapiz de otro color porque así lo exige la carta astral de la Dama. Me sentaré tranquilamente en mi sillón de siempre, consultaré con el gato y redactaré una renuncia estrambótica por sus razones, pero muy clara en sus términos. Se hizo el silencio, el ayudante no dijo palabra y cortó la comunicación. El cultural se quitó la corbata y se dirigió al baño para proporcionar a su bañante consorte la información sobre lo sucedido y formular una serie de pésimos vaticinios. Caminaba por el pasillo cuando sonó de nuevo el teléfono. La voz del capitán había cambiado y se daba los lujos de la benevolencia: Ya arreglamos el problema. La señora tiene un anillo giratorio de esmeraldas que le permitirá contrarrestar los efluvios negativos de los colores prohibidos para el día de hoy. Así es que no sea mamón y cálmese que ya pasó todo. El cultural mamón se anudó la corbata y del brazo de su bien perfumada y nada informada del caso compañera, la emprendió en su Ford Fiesta rumbo al Teatro Real. 2- La musical Dama necesitaba la presencia de un piano de concierto (era, debemos reconocerlo, una sincera amante de la música y una pianista correcta) en su cuarto de hotel. No había en el hermoso Hotel de la Reconquista de Oviedo un piano de esas características y en la Ciudad de la Regenta sólo había un instrumento parecido al deseado por la Dama en el Teatro Campoamor. Más tarde se descubrieron varios de media cola en las mansiones de los ricos de Vetusta. El siguiente problema fue todavía más peliagudo, pues el piano escogido y prestado por sus orgullosos dueños no cabía por la puerta de la suite del ilustre edificio convertido en hotel y declarado, desde hacía muchos años, patrimonio histórico del Principado. El ingenioso capitán ya aparecido en esta desapacible crónica, encontró la solución: abrir un boquete en el muro, meter el piano, cerrar el agujero, y, al final de la estancia ovetense de la Dama, repetir la operación. Los administradores del hotel abrieron tamaños ojos ante la propuesta, alegaron, lloraron, propusieron colocar el piano en un salón que convertirían en exclusivo para la Dama musicante... nada... el piano debía estar al lado del lecho. Cedieron y todo pasó como el capitán pretoriano lo exigió. No hace falta decir que la bella Vetusta no olvidó el desaguisado. Tampoco lo hizo el presupuesto de una nación (no lo hizo, pero lo soslayó) que administraba la abundancia petrolera y apapachaba a la parentela consanguínea, colateral, chueca o derecha de su Tlatoani. Muchas cosas pasaron: aviones que salían de París rumbo a México para regresar al día siguiente con paletas de guanábana, perros falderos abrazados por la Dama para burlar las nunca antes violadas cuarentenas escandinavas, taconazos y zapatazos de guarura en los pasillos del Palacio Imperial de Tokio, alicuijes del Señor que, para entretener sus ocios en una noche de escala en Sevilla, compraron y dejaron olvidados en tres cuartos del Hotel Alfonso XIII tres aparatos de televisión colorida... y más y más... Los excesos y papelones que las comitivas presidenciales de la actualidad cometen se van acercando poco a poco a los desfiguros neronianos del Señor de La Colina del Perro (ahora en venta por algunos milloncejos verdes). Me cuentan que los invitados, ayudantes y familiares del actual patroncito son tan numerosos que la tripulación del avión presidencial tiene que cederles sus asientos y viajar de pie. Informan que en China algunos funcionarios de Conaculta se la pasaron toqueteando a los guerreros de terracota, mientras algunos alegres invitados jugaban a las escondidillas entre las estatuas de los antes fieros guardianes de la Casa Imperial (los señores de Relaciones dijeron: yo no fui, fue Teté, pégale, pégale, que ella fue), y los empresarios manifestaron su enojo por no recibir tratos preferenciales de diversas maneras. Por ejemplo: uno de los patroncitos de Televisión Azteca se enfrentó al embajador de México que le pedía no tocar a los guerreros de terracota, de la siguiente y muy fina manera: ya párale, estás tomando una actitud muy mamona. Me dicen que el embajador optó por retirarse a su residencia y que ya no volvió a aparecer en los actos oficiales y en los retozos de la chiquillería oficial y empresarial. Si es así, lo felicito por su digna retirada y espero que la cancillería apoye su actitud. Además, me dicen que un patrón de Televisa se enojó porque tuvo que formarse en la fila de espera del museo y así manifestó su disgusto: Ni que fuera un antro. Que se prepare el cuerpo diplomático y, de manera especial, sus culturales, pues todo indica que se puede organizar una nueva oleada de sofocones, ridículos y papelones.
Hugo
Gutiérrez Vega
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