Ť Eduardo Galeano
Los tesoros escondidos
El taxi hacía piruetas de circo, pero no había manera de abrirse paso. Nos resignamos. El destino y el embotellamiento del tránsito nos mandaban quedarnos quietos en esa calle de Guadalajara, hasta que alguna vez se acabara la eternidad.
Alguien golpeó la ventanilla. La sueñera me hizo violar la regla más elemental de la seguridad urbana; y abrí. Y ese alguien me entregó una tarjeta, o más bien un tarjetón, y se alejó entre los automóviles.
¿Ha visto arder?, leí. Pegué un respingo. Y en la línea siguiente: ¿Ha escuchado secretos? Y después: ¿Sabe de algún tesoro oculto en haciendas, casas antiguas o montañas? El texto aconsejaba: No espere más, y ofrecía el servicio más moderno y profesional. Al dorso, figuraba el teléfono, el fax y el e-mail de la empresa de Benito Chávez H., especializada en encontrar tesoros escondidos.
Tomé nota, por si alguna vez me canso de buscar escribiendo.