DOMINGO Ť 24 Ť JUNIO Ť 2001

Ť Carlos Bonfil

La estrategia de Luzhin

En 1996 la realizadora holandesa Marleen Gorris conquistó un Oscar de la Academia por Memorias de Antonia, la saga matriarcal de una educación sentimental al margen de las convenciones sociales. La cinta era estupenda, su éxito comercial fue inmediato, y aún hoy se le encuentra fácilmente en algunas tiendas de video. Una acertada combinación de cine popular y propuesta de autor. Y algo más: un sólido punto de vista de intachable corrección política. Su película siguiente, La señora Dalloway, adaptación de una novela de Virginia Woolf, tuvo una repercusión considerablemente menor, a pesar de la actuación notable de Vanessa Redgrave. La adaptación era correcta y la ambientación de época muy sugerente. La fuerza del filme, sin embargo, era más consecuencia del estupendo trabajo de la protagonista que de la habilidad expresiva de la realizadora. Su tercera película, La estrategia de Luzhin (The Luzhin Defence), también adaptación de un relato breve, esta vez de Vladimir Nabokov, posee virtudes y limitaciones similares.

La acción se sitúa a finales de los veinte a orillas del lago Como, al norte de Italia. Un torneo mundial de ajedrez tiene lugar en una estación de veraneo frecuentada por aristócratas europeos y exilados rusos, y en cuyas inmediaciones figuran grupos de jóvenes fascistas, los Camisas negras de Mussolini. Los contendientes estelares son el italiano Turati (Fabio Sartor) y el ruso Alexander Luzhin (John Turturro). El primero, un fanfarrón invicto, ídolo local, intrigante de baja estopa; el segundo, un personaje estrafalario con reputación de genio, que rompe con las convenciones y certidumbres, de sí muy precarias, de una triste aristocracia de posguerra. En el centro de este torneo de vanidades, la joven Natalia (Emily Watson) sucumbe, para horror de su familia, al encanto del exasperante Luzhin.

La estrategia de Luzhin no es, como pudiera pensarse, una mera crónica de justas deportivas ni una reflexión sobre las obsesiones existenciales de un jugador. Ni Dostoievski ni Pérez Reverte. Es básicamente una historia de amor contrariada por las circunstancias y la mezquindad del entorno social. Una historia también de heroísmo sentimental, muy a tono con personajes que Emily Watson y John Turturro han interpretado en sus mejores cintas. En Rompiendo las olas, de Lars von Trier, Watson es ya un emblema de una abnegación sentimental canonizable; en 2000 y ninguno, del canadiense Arto Paragamian, Turturro despliega talento como un personaje solitario y extravagante condenado a un desenlace fatal. Marleen Gorris aprovecha la solvencia de ambos actores, pero no ofrece mayores sorpresas, ni en la adaptación de Peter Berry ni en las soluciones narrativas que entremezclan continua y exhaustivamente el tiempo de la infancia de Alexander en la Rusia zarista y el momento del torneo, como si las fijaciones infantiles determinaran o frustraran el éxito de cada jugada, como si la insistente figura paterna fuera una mala jugada del destino. Este padre tiene su prolongación en el personaje de Valentinov (Stuart Wilson), el maestro aborrecido; ese ajedrecista frustrado, celoso siempre del joven genio, nuevo Salieri del Master Amadeus del Ajedrez Mundial. Frente a la fragilidad inmensa de Luzhin, todo mundo parece conspirador y traicionero, y tanta fatalidad la exorciza una y otra vez a golpes de jaque mate o de orgasmos múltiples con la persona amada, en montaje paralelo entre el tablero y la cama. Hasta la jugada final, su "defensa" providencial que habrá de decidirlo todo.

En su afán por construir, a partir del relato de Nabokov, una historia de amor ejemplar y una fábula de afirmación social femenina, la realizadora desdibuja muchos otros aspectos interesantes, uno de ellos: la pasión misma del jugador Luzhin, la cual merecía un ritmo narrativo más sugerente y libre, menos atento al recurso obsesivo, al flash-back o a las convenciones del melodrama y de la biografía edificante. Un fresco social más ambicioso habría completado también la metáfora de la sociedad mundana de entre las dos guerras como un ajedrez más, con sus alfiles y sus reinas y sus incontables estrategias de exterminio. En su jugada comercial, Marleen Gorris ha dejado el campo libre a todo tipo de interpretaciones y de peroratas sobre la genialidad y los destinos fatales, e incluso a que la publicidad del film llegue a vender la trama al anunciar que Luzhin "ganó la última partida después de su muerte".