DOMINGO Ť 24 Ť JUNIO Ť 2001

Ť Angeles González Gamio

La Academia Mexicana de Historia

Este es un buen momento para recordar la historia de esta academia tan importante, para mantener viva nuestra memoria -valga la redundancia- histórica, ya que nuevamente está impartiendo las conferencias anuales ƑHistoria para qué?, en las que participan varios de sus insignes miembros; para mencionar sólo algunos: Josefina Muriel, quien hablará de las mujeres viudas en el desarrollo económico de la Nueva España, conferencia en la cual seguro nos sorprenderá con información de enorme interés. Otra notable historiadora, Clementina Díaz y de Ovando -cronista de la UNAM-, va a dar una plática que aseguramos sabrosísima, acerca de la vida social a principios del siglo XX; no se van a quedar atrás las charlas de Eduardo Matos, Andrés Lira, Enrique Florescano, Beatriz de la Fuente, Alvaro Matute y Josefina Zoraida Vázquez. Acaban de pasar las de Jean Meyer y de Miguel León Portilla -actual director de la academia-, con llenos de cerca de 600 personas, lo que nos habla del enorme interés que existe sobre nuestro pasado, que da lugar a que ese gentío abarrote la hermosa casona colonial que aloja a la institución.

Esta tiene su historia: actualmente ubicada en la plaza Carlos Pacheco 21, la fachada originalmente estuvo en la calle de Capuchinas, actual Venustiano Carranza, y era parte de un palacio virreinal, que se dice fue obra del sobresaliente arquitecto Lorenzo Rodríguez. Para salvarlo de la destrucción se le trasladó piedra por piedra a este sitio, ubicado en el barrio de San Juan, en las cercanías de la Alameda Central, por lo que seguramente será un sitio estratégico cuando ese rumbo reviva, dentro del dilatado y ambicioso Plan Alameda, que por fin ya se inició con la edificación de un gran hotel en donde estuvo el célebre Del Prado y con la remodelación del edificio artdeco de la antigua Estación de Bomberos, que va a alojar el Museo Nacional de Arte Popular.

Y continuando con historia, la de la propia institución es igualmente interesante, por lo que vale la pena recordar lo que comentamos en una crónica de hace unos años: corría el año de 1919, cuando se reunió un grupo de ilustres amantes de la materia, para dar nacimiento a la Academia Mexicana de la Historia, correspondiente a la Real de Madrid. Este hecho cristalizó alrededor de 100 años de esfuerzos, en los que se había intentado fundar dicha institución, pero circunstancias diversas -los avatares políticos y el antihispanismo de algunos historiadores, entre otras- hicieron que en varias ocasiones el intento fracasara.

Al conocer los nombres de los fundadores, se hace evidente que la academia nació "con el pie derecho" y en el momento oportuno: Luis González Obregón, Jesús Galindo y Villa, Mariano Cuevas, Luis García Pimentel, Manuel Romero de Terreros, marqués de San Francisco, Jesús García Gutiérrez, Francisco A. de Icaza y Juan Iguiñez.

Claro que su vida no fue fácil; sin una sede propia, sin presupuesto fijo, tuvo altas y bajas. Una buena época fue cuando estuvo al frente don Atanasio Sarabia, quien como funcionario del Banco Nacional de México logró que esta institución proporcionara el financiamiento, para darse el lujo de adquirir la hermosa fachada virreinal de tezontle, decorada con fina chiluca, y construir el resto del edificio.

En cuanto a los objetivos, la academia lleva a cabo trabajos de investigación dentro de las diversas ramas de la historia de México, fomenta y propaga los estudios históricos realizados por los académicos, así como por otros historiadores, y contribuye a la conservación del patrimonio cultural de México; en particular ayuda a salvaguardar los edificios, museos, bibliotecas, documentos y demás testimonios valiosos del pasado. Esto lo llevan a cabo 30 académicos especialistas en las distintas ramas del saber histórico. Es interesante saber que siete de ellos son de estados de la República. A lo largo de su vida, la academia ha acogido en su seno a muchos de los historiadores más relevantes de México y a varios del extranjero como corresponsales.

Hay mucho más que decir, pero se terminó el espacio, por lo que sólo resta ir, después de escuchar las interesantes conferencias, a saborear unos churros con chocolate en el tradicional El Moro, en San Juan de Letrán 42 (hoy Eje Central). Ya sabe que en este lugar el espumoso brebaje puede ser a la mexicana, a la española o a la francesa, según le guste de espeso, pero todos con el excelente sabor milenario que caracteriza a ese fino grano, aporte gastronómico de México al mundo.

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