domingo Ť 24 Ť junio Ť 2001
Guillermo Almeyra
La oposición cubana y el "Gran Velorio"
La nota de Blanche Petrich en nuestro diario sobre el debate que realizaron en la capital mexicana varios dirigentes de diferentes grupos de la oposición cubana de derecha (hay otra de izquierda en la isla) es sumamente reveladora.
Poco se puede hablar de política cuando Jesús Díaz -que sin embargo fue un hombre de letras y de pensamiento hace unos 30 años, cuando editaba El Caimán Barbudo y Pensamiento Crítico- sólo responde a la necesidad de eliminar contemporáneamente las rigideces de La Habana y del exilio en Miami con la tajante frase: "šNo hay diálogo porque Fidel Castro es un hijo de puta de cojones y no quiere diálogo con nadie!". La reducción a la voluntad de un solo hombre del problema de las relaciones entre la sociedad en la isla y los exiliados y de las conflictivas y seculares contradicciones históricas entre Cuba y Estados Unidos muestra claramente el primitivismo de una oposición orientada sólo en sus reacciones políticas por la bilis y la testosterona.
Es lícito preguntarse por qué intelectuales que fueron revolucionarios han sido acorralados a un grado tal que les ha llevado a dejar de pensar y a permitir que la amargura les anegue el cerebro y criticar, por lo tanto, el sectarismo y la política cultural del régimen de Fidel Castro, pero no se puede dejar de comprobar el hecho de que la oposición no tiene ni ideas, ni análisis, ni contactos con la realidad cubana, ni le interesa proponer algo para el futuro de su país. Por eso depende totalmente de dos cosas que escapan a su ámbito de acción: de la política del ultraconservador George W. Bush y de los gobiernos latinoamericanos que puedan estar dispuestos a servirle de jauría al señor de Washington, y del "Gran Velorio", o sea de la muerte de Fidel Castro. Como los aristócratas franceses que, para destruir la Revolución, confiaban en las cortes europeas y en los ejércitos de las mismas, o en el Vaticano y el peso del catolicismo armado entre los campesinos de la Vandea.
Estos opositores, algunos de los cuales son ex marxistas, en vez de confiar en "el arma de la crítica esperan de la crítica de las armas" (sólo que extranjeras). Se cierran así el camino hacia la mayoría de la población cubana, que sigue siendo defensora de la independencia nacional, cualesquiera sean sus sentimientos o críticas respecto a Fidel Castro, y en los hechos y por su impotencia política y carencia de alternativas proponen fundamentalmente cambiar al que consideran un nuevo Stalin por una nueva y total dependencia del gobierno de Washington que, para colmo, es el más imperial de los últimos 100 años.
Ahora bien, la Revolución cubana fue algo más que Fidel Castro, y Cuba también fue y es algo más que el muy poco democrático caudillo barbudo que envejece en el trópico junto al Malecón. Deberían saberlo sobre todo los que en su momento fueron revolucionarios y los que deberían haber estudiado a Stalin para poder ver las diferencias que existen entre lo que fue la URSS y lo que es Cuba. Además, no deberían olvidar que la base del consenso que conserva Castro consiste esencialmente en el sentimiento nacional antimperialista.
Bush, contra los intereses de los pueblos estadunidense, cubano y de toda América Latina, mantendrá el hostigamiento y el bloqueo unilateral e ilegal contra Cuba, como mantiene del mismo modo los bombardeos a Irak. Por otra parte, intentará también -como han hecho antes otros presidentes estadunidenses- acelerar la fecha del "Gran Velorio" mandando prematuramente a Castro bajo tierra. De todos modos, independientemente de Bush, el caudillo cubano en algún momento morirá. Sería fundamental, por lo tanto, estudiar cuáles fuerzas sociales y cuáles políticas se enfrentan ahora -aunque sea en germen- en el escenario cubano, para asegurar la continuidad de la independencia nacional con las renovaciones político-sociales que fuesen necesarias. Y, por consiguiente, una oposición leal a su país y a los trabajadores cubanos, en vez de esperar el "Gran Velorio", debería hacer propuestas de mejoras, de soluciones, de cambios para alimentar el debate interno que desde hace rato existe en Cuba.
Es más: si algo hay que esperar es que en la sociedad cubana -y en el mismo seno del Partido Comunista de ese país- haya tiempo para que ese debate madure en la claridad y no la precipitación de una crisis brutal provocada por la desaparición del eje del régimen. Porque, aunque Castro trate de evitar la necesaria democratización del debate y de la sociedad, la postergación de su inevitable "Gran Velorio" ayuda de hecho a preparar la transición y a evitar caer en una nueva situación colonial. Ť