SABADO Ť 23 Ť JUNIO Ť 2001
Ť Mañana, ponencia de Jorge Legorreta en el Museo de la Ciudad de México
La historia de la antigua Tenochtitlán registra múltiples intentos por cambiar su fisonomía
Ť Las imaginaciones de la urbe están sujetas a procesos contradictorios y de lucha
MERRY MAC MASTERS
De haberse concretado una serie de proyectos imaginados a lo largo de casi siete siglos, la ciudad de México sería muy diferente a la que hoy conocemos. La gran urbe, de hecho, se ha construido y destruido una y otra vez y lo seguirá haciendo. La de la antigua Tenochtitlán también ha sido una historia de humanizaciones y deshumanizaciones, desde las utopías renacentistas sobre las que se fundó la metrópoli hasta los múltiples intentos por cambiar su fisonomía, en especial la de su mismo corazón.
Las imaginaciones de la urbe están sujetas a procesos contradictorios y de lucha. En el transcurso de la historia de la ciudad han aparecido proyectos que pudieron realizarse en otras condiciones políticas y sociales pero que, para bien o para mal, no se hicieron. No obstante, hay proyectos que probablemente hubieran estado mejor.
Rescatar la ''ciudad vivida''
Para el arquitecto Jorge Legorreta, hoy día ''pudiéramos contar, por ejemplo, con ríos que durante la primera mitad del siglo XX se entubaron porque eran de aguas negras". De haber sido así, al circular por el Viaducto, ''en medio de donde va el río de aguas negras a la altura del suelo, pudiéramos tener el agua del río hondo, y mientras transitábamos en un moderno coche, por otro lado tener barquitas o canoas motorizadas, incluso, como transporte por la ciudad. Todos esto se imaginó. Evidentemente dominaron las ideas de las construcciones, de tener más superficie vial para los coches".
Mostrar la ciudad que se soñó es el objeto de la conferencia que Legorreta impartirá mañana, a las 13 horas, en el Museo de la Ciudad de México. Ciudad imaginada. Utopías lacustres y urbanísticas es la tercera ponencia de cuatro dentro del ciclo Imaginaciones y transformaciones de la ciudad de México.
Antes de entrar en materia, Legorreta advierte: ''Creo que los urbanistas contemporáneos y los políticos sí deberíamos basarnos en un aprendizaje de nuestra historia para hacer proyectos enfocados a lograr los bienestares colectivos de las personas".
Se debe rescatar para sus habitantes la ''ciudad vivida", para que no se convierta en un espacio de ''catástrofes, dolores y desgracias" para la población.
La ciudad de México se trazó con las ideas humanistas de Alberti. El primer virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza, llegó en 1535 con el libro Reedificatoria, del arquitecto renacentista, que rompía con la ciudad encerrada del Medievo, imponiendo plazas abiertas donde los viejos pudiesen transmitir sus enseñanzas a los niños y los jóvenes.
También en el siglo XVI, Vasco de Quiroga, al aplicar las teorías de Tomás Moro, compró terrenos cercanos a Tacubaya con el fin de hacer una organización colectiva, ya que ''las utopías tienen que darse en lugares donde empieza a generarse la sociedad".
Si los arquitectos contemporáneos ''han marginado los pensamientos de nuestros indígenas para construir la ciudad", en 1767 el padre Alzate presentó un proyecto para controlar el agua, para entonces convertida en el ''azote de la ciudad", en donde ''el fuego convivía con el agua", según la concepción indiana, que fue rechazado por el cabildo donde imperaban los de los constructores que querían seguir haciendo drenajes.
En 1793 el arquitecto Castera planteó por vez primera los ejes viales. Propuso convertir la ciudad en un cuadrado de 11.5 kilómetros por cada lado, dentro del cual una zanja la protegería de las inundaciones, pero además se construirían calles rectas, de acuerdo con las modas neoclásicas, tirando todas las casas en su paso. Este proyecto inspiró el de Carlos Hank González en los años setenta, apunta Legorreta.
El porfiriato, sin utopías
Maximiliano de Habsburgo también llegó con la idea de construir cinco grandes bulevares, que eliminarían todo lo que les estorbaba, pero sólo se logró abrir el ahora Paseo de la Reforma. Durante el Porfiriato no hubo utopías, señala Legorreta, porque se crearon las condiciones para que éstas se hicieran realidad. Sin embargo, en los años sesenta del siglo XX se dieron a conocer varios proyectos ''muy polémicos". Uno fue convertir la calle de Tacuba en un eje vial. Otro, denominado Renovación urbana del Centro Histórico de 1967 pretendía ''darle dignidad" al Primer Cuadro, encerrándolo en un anillo de cinco o seis manzanas de ancho, cuyo fin era ''sustituir el patrimonio histórico por modernos edificios", como en la recién inaugurada Unidad Tlatelolco. En 1984 se volvieron a hacer otra serie de proyectos denominados ''centros y corredores urbanos", también con la idea de ''rentabilizar los usos de suelo". Se suspendieron por los sismos de 1985.
La última utopía es el aeropuerto de Texcoco, para lo cual habría que llenar con agua el ex lago, y que hasta el momento sólo ''se ha construido en las imaginaciones y las computadoras".
Para Legorreta las polémicas surgidas en torno de los diferentes proyectos señalan la necesidad de un espacio de debate público. En la actualidad trabaja, con otros historiadores y urbanistas en la creación de un centro de información de la ciudad de México, que estaría al servicio de la población para ''empezar a pensar" la urbe.