SABADO Ť 23 Ť JUNIO Ť 2001

REPORTAJE

Ť Restauran excepcionales tumbas del cementerio municipal de la ciudad de Colima

Harán museo el Camposanto de las Víboras para admiración de los vivos

Ť Los panteones, "grandes archivos para la historia de las ciudades", dice el arquitecto Roberto Huerta

VERONICA GONZALEZ CARDENAS CORRESPONSAL

Jamás por ti se enjuagará mi llanto. Hasta que Dios me vuelva a unir a ti.

Epitafio en las tumbas de Epifania Jiménez (1855-1917) y Ma. Dolores C. O. de Rivera (1909)

Colima, Col. El cementerio municipal conocido como el Camposanto de las Víboras se erige como una ciudad silenciosa, siempre verde, con un valor histórico que preserva la memoria de los muertos. Por ahora, se tiene planeado convertirlo en una especie de museo para que lo admiren los vivos.

Construido sobre una colina en lo que a finales del siglo xix era la periferia de esta capital, el Camposanto de las Víboras conserva tumbas únicas en su género, con una riqueza arquitectónica que ha resistido terremotos y ciclones.

Arquitectos de la Secretaría de Cultura estatal y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), en coordinación con el ayuntamiento de Colima, trabajan en un proyecto de restauración del panteón municipal para impedir que las tumbas antiguas continúen deteriorándose o sean sustituidas por nuevas, como ocurrió en 1996, ante la falta de espacio para sepultar difuntos.

Una historia sepultada

Desde niño, Roberto Huerta San Miguel sintió una fascinación especial por el cementerio municipal. Cuando cursaba la carrera de arquitectura en la Universidad de Guadalajara, visitaba con frecuencia el panteón de Belén o de Santa Paula, para "disfrutar de su atmósfera y arquitectura extraordinaria". Poco después, el cementerio construido en 1884 fue remodelado y reabierto al público. Entonces Roberto se interesó en el género funerario, al considerar que los cementerios son "como grandes archivos para la arquitectura y la historia de las ciudades".

Maestro en diseño bioclimático por la Universidad de Colima, en 1996 publicó su libro El Camposanto de las Víboras, que ese año obtuvo el premio nacional Francisco de la Maza del INAH en la categoría de investigación; en 1997 fue nombrado director del Instituto en Colima.

El libro, escrito con el propósito de despertar el interés de las autoridades para proteger el sitio, restringirlo, restaurar las tumbas y convertir el lugar en una especie de museo, sirvió de inspiración al arquitecto Fernando Macedovero2 Cruz, quien trabaja en una tesis de maestría sobre revitalización patrimonial para restaurar "el área vieja" del panteón municipal.

El proyecto

Hasta el siglo xviii, los católicos eran sepultados en atrios de iglesias y conventos. De ahí el nombre de camposanto. A partir del siglo xix, con las Leyes de Reforma, el gobierno adquirió la obligación de hacer cementerios civiles. El primer panteón de este tipo que se construyó en la ciudad de Colima se ubicaba en el cruce de lo que son actualmente la calzada Galván y la calle Madero, donde los mantos freáticos se hallaban a 30 centímetros de la superficie.

En 1884 lluvias torrenciales inundaron el panteón, lo cual se sumó a una epidemia de fiebre amarilla que causó pánico en la población. Por ello las autoridades optaron por construir otro cementerio alejado de la mancha urbana, y clausurar el de la calzada Galván.

Fue así como se erigió el Camposanto de las Víboras, que presta servicio hasta la fecha. Los cuerpos enterrados en el cementerio viejo fueron exhumados y sepultados en el nuevo panteón municipal, en una pequeña colina denominada El Cerrito, explicó Huerta Sanvero1 Miguel.

El proyecto de restauración de Fernando Macedo implica consolidar el terreno, colocar pasto alrededor de los sepulcros para evitar la erosión, limpiar las tumbas de hierbas y hongos, reconstruir las partes dañadas con los mismos materiales y pintarlas del color que originalmente tenían. La herrería, en su mayor parte importada de Europa, sólo tiene daños superficiales.

Un descubrimiento del arquitecto proyectista, alcanzado a partir de una serie de análisis en las calas de tumbas viejas, es que fueron hechas con cal apagada y piedra basáltica molida, lo cual les ha permitido soportar las inclemencias del tiempo sin sufrir daños serios.

Cada tumba requiere un proyecto de restauración específico, lo cual eleva los costos. Por eso Fernando Macedo propuso restaurar inicialmente cinco tumbas originales del siglo xix, en las cuales se erogarán 70 mil pesos; entre ellas se encuentra la tumba de la familia del ex presidente Miguel de la Madrid, la cual es única en el país, porque está construida en un estilo arquitectónico sumamente raro denominado "neoindigenismo".

Además de la restauración de los sepulcros, Macedo propuso la delimitación urbana, con el argumento de que los panteones son ciudades de muertos, razón por la cual se les llama necrópolis, y tienen los mismos esquemas de una ciudad. De esta forma, es necesario delimitar las áreas para impedir el crecimiento desordenado, como ocurrió a mediados de la década pasada, cuando se alteró la parte media del cementerio para albergar nuevos entierros.

Actualmente el ayuntamiento capitalino trabaja en la delimitación urbana de la necrópolis y en la limpieza de las tumbas. Esta última tarea consiste en secar hierba para luego retirarla sin ocasionar daños a la estructura. Posteriormente se plantarán pasto y árboles de raíz profunda para evitar que los raigones dañen la construcción, como ya ha ocurrido.

Morir de amor

Los muertos también tienen historias. Durante el desarrollo de su investigación, Fernando Macedo visitó constantemente el cementerio y escuchó relatos fascinantes de sus moradores. Una de esas narraciones se refiere a la tumba del "señor Fernández", la cual prácticamente destruyeron sismos y la falta de mantenimiento, pero originalmente era un monumento funerario de excepcional belleza.

"Platicando con un señor que ha trabajado mucho tiempo en el cementerio, nos dice que hay una leyenda sobre esa tumba. La gente que visitaba el panteón decía que el señor Fernández se aparecía sobre su tumba, que era muy grande y tenía un barandal perimetral, y caminaba de rodillas alrededor de ella, porque su alma estaba penando, y que muchos lo vieron", relató.

El pintor colimense Jorge Chávez Carrillo contó a su vez que "donde empieza la segunda sección del panteón municipal, contra un muro, ya tapados los agujeros de las balas, fusilaron a mucha gente perseguida por sus ideas políticas contrarias al gobierno, o porque lucharon en bandos revolucionarios perdedores.

"Allí cayeron también muchos cristeros. A algunos los colgaron en los sabinos de la calzada Galván (antes Camino Real de Colima, actualmente una de las principales vialidades de la ciudad), pero a otros los fusilaron en ese paredón como maleantes. Los tronaban y luego los tiraban en la fosa común para olvidar su memoria para siempre.

"En el tiempo de la Cristiada -continuó el pintor- aquí enterraron a muchos militares, soldados y clases. Uno de ellos no murió por las balas de los cristeros: murió de amor. Un subteniente, recién egresado del Colegio Militar, vino a Colima y se enamoró de una mujer muy hermosa de apellido Virgen. El militar se colgaba de la ventana y le recitaba versos, le llevaba serenata y le decía llorando: 'mi vida, mi amor, me muero, me muero'. La muchacha lo rechazó y él se pegó un balazo en la cabeza al pie de la ventana."

Epitafio

Entre tus palmas, / donde nunca llegue más que viento / fugaz, tierno y callado, / en donde nazcan flores que no riegue / más que la mano que las ha formado / de tierra allí un pedazo quiero / donde dormir el sempiterno sueño / cuando mis sienes al letal beleño / se inclinen al instante postrimero.

No despiadada indiferente veas / el ardiente deseo que me anima: / una tumba te pido, y tú Colima, / šBendita siempre, para siempre seas!

Miguel García Topete (1867-1928), ex gobernador y poeta.