Luis González Souza
Crítica simplemente honesta
CRITICAR O NO CRITICAR, ser perro que ladra o caballo que lindo cabalga, seguir las guerras discursivas o regalar treguas. Penosamente, ese parece ser ya el dilema del nuevo tiempo mexicano. Y ese es el tamaño del hoyo en que seguimos empantanados. Antes del sacudimiento electoral del 2 de julio, y poco después, ya el pantano estaba ahí: voto útil o inútil, apoyo o guerra al nuevo gobierno, desde dentro o desde fuera.
Lo cierto es que de falsos dilemas está empedrado el subdesarrollo, en este caso intelectual. Y también, de trágicas paradojas: cuando más y mejores críticas necesitamos, ahora que la famosa transición está por resolverse, más nos hundimos en el absurdo dilema de criticar o no, y más delicadas se vuelven las pieles de los criticados. No menos cierto es que sin crítica, no hay cosa humana que avance.
No es fácil, pero sí urgente, salir de ese pantano. Como siempre, la autocrítica es un buen comienzo. Al pantano caímos, porque tantas décadas de autoritarismo priísta obstruyeron el nacimiento de una cultura sanamente crítica. Pero, derribado el dique de la no alternancia electoral, la critica se disparó y, como juguete nuevo, ahora no sabemos qué hacer con tanta posibilidad de crítica. Unos la usan cual torpedero 2006: apenas sufrimos la primera elección estadunidense hecha en México, y ya hay impaciencia por la próxima. En el otro extremo, la crítica es encarada como un monstruo de mil cabezas: no ha concluido su primer año, y ya el nuevo gobierno cayó en la autoritaria tentación de ver a todos sus críticos como simples "contreras" o, en el mejor de los casos, como pobres "perros" que con sus ladridos confirman la galanura del nuevo presidente andante.
Salimos, pues, del pantano de la no crítica, mas
sólo para caer en el de la trivialización de la crítica.
No hace mucho ya comenzaba a proliferar la crítica constructiva:
bien contextualizada, respetuosa, objetiva, fundamentada y propositiva
(con el remedio y el trapito a la vista). Autocríticamente, sin
embargo, tenemos que asumir el paso atrás al que nos ha llevado
la borrachera del 2 de julio en esta materia. No es sano ni ético
desperdiciar las renovadas esperanzas de la sociedad, hundiéndolas
en el pantano que va de la crítica mezquina y oportunista a las
reacciones y censuras de perfiles fascistoides.
De todos los atributos de la crítica constructiva,
tal vez hoy debamos conformarnos con el de la honestidad. Una crítica
simplemente honesta bastante ayudaría -a nuestro entender- a salir
de tantos y tan mortales pantanos. Por fortuna, no son muchos los requerimientos
de una crítica honesta. A nuestro gusto, bastaría con dejar
más o menos claro, explícita o implícitamente, el
móvil de la crítica.
Cuanto más se relacione dicho móvil con el bienestar del país y/o la opinión de la sociedad, tanto más honesta -y necesaria- aparecerá la crítica. El ejemplo más actual y evidente son las críticas -por fortuna, ya innumerables- a los seudolegisladores que tuvieron a bien colocar otra vez a México al borde del precipicio bélico. En estos casos, la crítica será -ya es- con todo, sin pedir ni dar cuartel.
A la inversa, la crítica es más deshonesta, y hasta contraproducente, cuanto más su móvil sea relacionado con agendas politiqueras o beneficios personales. Aquí, confirmando el pantano referido, los ejemplos sobran: las críticas -sospechosas al menos por su extemporaneidad- a la gestión de Rosario Robles como jefa de Gobierno del DF, una gestión que hasta hace poco elogiaban -y aún elogiamos- tirios y troyanos. O críticas que sólo transpiran envidias o revanchismos enfermizos, como las dirigidas -ya como infaltable ritual de reafirmación izquierdista- contra funcionarios otrora de "nuestro lado" (señaladamente, Castañeda y Aguilar Zinser). O, desde luego, cantidad de críticas a Fox que no tienen mucho -o nada- que ver con el bienestar de México.
Caso extremo y autocrítico: cuando Honduras le anotó el tercer gol a nuestros ratoncitos verdes (en vías de agigantarse con la llegada de El Vasco Aguirre, o de Hugo Sánchez para el caso), no resistí la tentación de gritar a mis futboleros acompañantes: "ahora no chillen quienes por Fox votaron". Obviamente, fue grande la trifulca que armé. Pero nuestro país hoy está urgido de mucho mejores trifulcas y de críticas más inteligentes. No sólo la reconozco, sino que así lo escribo ahora mismo, tal como en verdad lo pienso.