VIERNES Ť 22 Ť JUNIO Ť 2001
JAZZ
Antonio Malacara
Calle 52
CARLOS PALLAN BAUTIZA las diferentes alineaciones con que puede presentarse en concierto como grupo Calle 52 (el mítico rumbo neoyorquino donde en los años cuarenta se daba rienda suelta toda una pléyade de músicos, desde la veteranía de Coleman Hawkins y Lester Young hasta las nuevas propuestas de Thelonious Monk o Charlie Parker) y así se presentó este notable guitarrista, compositor y antropólogo el pasado martes 19 en el ciclo Más jazz. Lo acompañaban Gabriel Puentes en la batería y el inefable Aarón Cruz en el bajo eléctrico.
IRAIDA NORIEGA PRESENTO a los músicos con la misma frescura con que lo ha hecho desde hace un mes, e invitó a los asistentes a que llenaran los minicuestionarios con que se intenta convencer a las autoridades del Instituto de Cultura para que estos conciertos puedan continuar más allá de lo programado (de hecho, el último concierto de esta serie está anunciado para el martes 3 de julio). Confiamos en que estas peticiones lleguen a buenas manos en las oficinas de San Cosme, y en que no sea muy difícil entender que el jazz es un artículo de primera necesidad para cualquier comunidad, al igual que la leche de tres pesos o las toallas de cuatro mil.
EL CONCIERTO DE Calle 52 empezó con tres músicos fríos, casi enteleridos por el aguacero que había caído en la ciudad de México, y con una de las peores ecualizaciones que habíamos escuchado en el teatro Benito Juárez. El sonido del bajo se perdía entre los graves de la amplificación, la guitarra se atoraba entre sus primeras armonías y la batería nomás no aflojaba.
EL SWING NO encontraba su propio swing. El segundo tema, de Egberto Gismonti, se presentó como un loro entumecido, verde y vacilante, que intentó apenas hablar cuando se acababan ya los compases.
NO PODIA SER. Sabíamos que los músicos daban para mucho más y no estábamos equivocados. Presentaron entonces la primera pieza compuesta por Pallán, Marilia, y el trío encontró por fin una ruta de navegación. El swing despertó inundando de inmediato el teatro y el ánimo. Le siguió un viejo tema de Frank Loesser, If I were a bell, en una excelente adaptación de Jerry Bergonzi. El prisma de las cosas cambiaba cuando más les hacía falta.
LO MEJOR DE la noche llegó en el momento menos esperado. Carlos Pallán invita a subir al escenario a Diego Maroto para acompañarlos en una pieza de Charlie Parker, pero el saxofonista nunca apareció, no estaba; creímos que las atmósferas volverían a decaer pero... todo lo contrario.
EL TRIO ESTALLO en el bebop de Moose the mooche; cuerdas, tambores y platillos se integran a la perfección, el bajo de Aarón vuelve a darnos su muy particular lectura del bop, dando una suerte de mesura al nerviosismo inherente de Bird; la guitarra se vuelve viento y Carlos sopla entre las cuerdas. La gente aplaude y ovaciona y se emociona.
LOS MUSICOS SABEN que lo lograron. Es por ello que al rendir un triple homenaje con Night and day (de Cole Porter) insertada en el patrón armónico de Giant steps (de John Coltrane), gracias a una monumental adaptación de Jerry Bergonzi, el público termina por entregarse al trío, agradeciendo su autorrescate, el derroche de recursos con que lograron convertir un inicio vacilante en la más generosa de las actividades humanas, en un buen concierto de jazz.