VIERNES Ť 22 Ť JUNIO Ť 2001

ENTREVISTA

Las muchas vidas de la leyenda Hooker

Pablo Espinosa

Como personaje de la vida que es una novela a ritmo de blues, John Lee Hooker bajó distintas ocasiones al infierno y escribió canciones relatando aquellas experiencias, como si John Milton, Homero y Borges recuperaran al unísono la vista. Vivió en el paraíso de su pasión más honda: las mujeres. Se bebió innúmeras botellas de ese lubricante suyo del placer, el whisky, esa cicuta de los blues-men, según un capítulo que compartió con la más grande leyenda del blues, el papá de todos los gallones: Robert Johnson. La anécdota, más bien, este hecho de la vida real es tan novelesco que los hermanos Cohen debieron incluirlo en su obra maestra más reciente, Where are thou?, donde uno de sus personajes es precisamente Robert Johnson:

Hookerferrocarrilero.Cuentan los historiadores ?Homero tan ciego pero tan objetivo como Borges y como Milton? que había una mujer tan bella pero tan bella que el maestro John Lee cayó arrastrado por su sensibilidad hasta las más hondas honduras que en realidad eran las más sublimes alturas, que emanaba esa belleza menudita.

El amor floreció. Pero hete aquí ?nos relatan los cronistas en la más seria de las bibliografías posibles? que la hermosa era casada, el marido muy celoso y a poco estuvo John Lee Hoker de pasar a la historia como genio precoz, a los 23 años de edad, pues aquel Otelo avecindado en Cincinnati había puesto veneno en el whisky del enamorado.

Sobrevivió al amor, al veneno, al whisky y a las lavativas el maestro Hooker, como no lo había logrado hacer, en acrecentamiento de su leyenda, el maestrísimo Robert Johnson, doce años antes. Muchos años después, otro blues-man, Eric Clapton, habría de caer también en las llamas de la pasión con una mujer casada. La muerte metafórica en Clapton fue una obra maestra, Layla. Pero esa es otra historia.

Hay muchos John Lee Hooker, tantos que su dimensión artística no se puede reducir a los "éxitos" que la mayoría conoce: Boom boom boom; One bourbon, one scotch, one beer; I'm in the mood; I'm bad like Jesse James, rolas que en realidad el maestro grababa como una manera de pagar impuestos en la vida, una forma de sobrevivencia en la carnicería feroz que ha sido siempre la industria de la música.

HOOKERguitarraHay otros John Lee Hooker, tantos como mujeres hay en el mundo. Y a todas las amó. Hooker, ese Mozart del blues. Los cortos de entendederas intentarían reducir a esos arcángeles, Mozart y Hooker, con el piadoso epíteto de "mujeriegos".

Está también el John Lee Hooker maestro de varias generaciones de, a su vez, maestros de la cultura rock. Primero, los maestrísimos de Canned Heat, que en 1970 grabaron con el maestro el soberbio disco doble Hooker'n'Heat: The best of plus, luego de que ya MC5, The Doors y The Animals se habían limitado a grabar los primeros covers del maestro. Con el tiempo, la discografía de Hooker ha incluido a The Rolling Stones, Ry Cooder, Johnny Winter, Van Morrison, Eric Clapton y Carlos Santana, entre otros distinguidos alumnos blancos, albinos y morenos del más negro de los arcángeles que amaron las mujeres.

Está también el John Lee Hooker juguetón, lúdico, desmadrosérrimo, cualidades evidentes en muchas de sus grabaciones, que son bluses equivalentes a los divertimenti mozartianos.

Pero hay un John Lee Hooker que nunca logró hacer mejor retrato de sí mismo, de la cultura blues y del espíritu humano en general y que plasmó en un solo soplo: Moanin' blues.

Ese documento está en un disco que grabó en 1960. Se llama precisamente Moanin' blues, la ficha técnica es Charly LP1029, está en acetato y no he conocido todavía ningún mortal ni mortala que resista el impacto anímico, el ramalazo emocional, la experiencia sublime de un mensaje artístico puesto en tal cabalidad que solamente halla equivalentes en, digamos por ejemplo, el fresco La Primavera, de Botticelli, el Ulysses, de James Joyce, la sonrisa de la Mona Lisa o el aria más desgarradora saliendo de la boca de María Callas, mientras Anna Pavlova baila un vals con Mefistófeles.

Ese blues de John Lee Hooker, como pocos en la vida, concentra en una sola persona a Cioran, a Kierkegaard y a Schopenhauer. Carajo, ese es un blues, no pedazos.

Está, por último, el John Lee Hooker que ayer murió sin jamás haber abdicado de su trono.

Al igual que sucede cada año con el espíritu de su par, Edgar Allan Poe, habrá anónimos poetas que vayan cada aniversario de su muerte a dejarle una botella de whisky al pie de su lápida y habrá mujeres que allí mismo posen sus labios, en un beso renovado de la llama de la pasión y, como lo dijo Jeanne Moreau, habrá de pronunciar alguna de ellas en su memoria, al pie de su tumba: "Siento debilidad por los hombres devorados por la pasión".

Aquí yace un blues-man, que como su nombre lo indica, supo del amor de las mujeres, habrá de decir la lápida.