VIERNES Ť 22 Ť JUNIO Ť 2001
Ť Apenas unos 30 funcionarios y legisladores llegaron a la Basílica de Guadalupe
Desdeña la clase política a Tomás Moro
Ť Carlos Abascal, el único funcionario de primer nivel que acudió a la ceremonia religiosa
Ť "Quien debe pedir un milagro es Dulce", dice Roque Villanueva en alusión a Sauri
CIRO PEREZ SILVA
En la zona especial, separados del resto de los fieles por una reja de madera, apenas una treintena de políticos y diputados esperaban turno para tomar la comunión de manos del arzobispo primado de México, cardenal Norberto Rivera, mientras en la parte trasera el secretario del Trabajo, Carlos Abascal Carranza, inclinaba la cabeza y se postraba de hinojos al tiempo que los acordes del órgano tubular y el coro de la Basílica de Guadalupe acompañaban el Pannis angelicus.
A unos metros, más de cien camarógrafos y fotógrafos y reporteros dejaban correr la cinta, disparaban decenas de flashes y tomaban notas. A fin de cuentas se trataba del funcionario de más alto nivel que acudió, aunque tarde, al llamado para conmemorar a Tomás Moro, patrono de los políticos.
Pero para él esta celebración no era nada especial: "Yo voy a misa todos los días y ésta no es diferente a las otras", dijo al término de la ceremonia religiosa, cuando trataba de escabullirse por la parte posterior del altar principal para evitar a los medios de comunicación.
Otros, sin embargo, aprovecharon el momento para "pedir milagritos", como César Horacio Duarte Jáquez, quien rezó "por el triunfo del PRI" en Chihuahua, o para hacer recomendaciones, como el senador Humberto Roque Villanueva, al asegurar que "quien debería pedir un milagro es Dulce", refiriéndose a la dirigente de su partido, Dulce María Sauri Riancho.
La misa solemne que celebró Rivera Carrera acompañado por el cuerpo de canónigos de la basílica, empezó minutos después de las 19 horas. A pesar del entusiasmo de los organizadores, fueron pocos los que respondieron a la convocatoria "para salir del clóset" y expresar sin temor sus convicciones religiosas.
Al principio de la celebración se encontraban dentro de la basílica algo más de dos docenas de políticos, entre legisladores y funcionarios de segundo o tercer nivel, quienes fueron interceptados a su paso por el atrio para interrogarlos sobre el significado de su presencia en un acto religioso.
La respuesta pareció ensayada. Todos declararon que en nada interfería su vida pública con el hecho de que profesaran libremente sus creencias. Sólo Roque Villanueva se vio precisado a mezclar ambas acciones, cuando un grupo de ciudadanos se le acercó antes de que entrara al templo para entregarle algunos documentos, plantearle una serie de peticiones y arrancarle el compromiso de atenderlos la próxima semana en sus oficinas del Senado.
Pero a pesar de la casi total ausencia de funcionarios del gabinete foxista, de líderes camarales o de partidos, la puerta de acceso a la zona central se abría una y otra vez para dar paso a personajes que resultaban desconocidos para los periodistas.
Diligente, el joven Francisco Jaime Acuña Llanos, responsable de la Comisión de Derechos Humanos del arzobispado de México, recibía con una sonrisa a quienes se acercaban a esa puerta y los conducía hasta monseñor Palencia, quien repetía el saludo y la sonrisa, sin apenas cruzar palabra.
Acuña Llanos confiaría más tarde que él mismo no conocía a los personajes para quienes se reservó el pasillo central de la basílica.
-ƑCómo sabe entonces que se trata de políticos? -se le preguntó.
-Pues por la forma de caminar -respondió con absoluta seguridad.
Esa forma de caminar determinó que el resto de los fieles ocuparan las zonas laterales, separados de aquellos a quienes eligieron para gobernarlos.
Además del presidente municipal de Tultitlán, actor y escritor José Antonio Ríos Granados, quien dejó a su coestrella Lorena Herrera y llegó a la iglesia del brazo de la diputada panista Teresa Gómez Mont en la zona privada estuvieron los diputados Cantú Segovia, Tarcisio Navarrete, Manuel Minjares, el delegado en Benito Juárez, Jorge Espina, y la senadora Cecilia Romero.
Ya en la homilía, Rivera Carrera le recordó a los políticos presentes que santo Tomás Moro no intercede por todos, lo hace sólo por aquellos "que se empeñen en servir a su pueblo, no con demagogia o simulación, sino con las obras de justicia y de paz que brotan de su corazón lleno de la sabiduría de Dios".
Les dijo también que "el hombre no se puede separar de Dios ni la política de lo moral, y que gobierno es, antes que nada, ejercicio de virtudes", para describirles luego los signos que permiten saber si la sabiduría de la que habla Salomón en el Libro de los Reyes del Antiguo Testamento y que deben tener los gobernantes es humana o viene de Dios.
"Los que tienen la sabiduría que viene de Dios son puros ante todo, además son amantes de la paz, comprensivos, dóciles, están llenos de misericordia, son imparciales y sinceros", dijo el cardenal, antes de preguntar a la asamblea: "ƑHay alguno de ustedes con sabiduría y experiencia? Si es así que lo demuestre con su buena conducta y con la amabilidad propia de la sabiduría".
ƑPor qué patrono de los gobernantes?
El patrono de los gobernantes y de los políticos, nombrado así por Juan Pablo II en octubre del año 2000, inmortalizó una frase que, al parecer, hicieron suya los dirigentes políticos mexicanos que acudieron ayer a la misa de la Basílica en su honor: "muero siendo un buen servidor del Rey, pero Dios es primero".
Siendo el primer laico en el reinado de Enrique VIII en ascender al Consejo de la Corona y en ocupar el cargo de canciller, Tomás Moro cayó en desgracia de la monarquía británica al oponerse, en 1532, al divorcio del rey y a su interés por asumir el control de la Iglesia, lo cual derivó en uno de los cismas importantes de la grey católica.
No fueron sus posiciones políticas ni sus propuestas de una sociedad mejor, expresadas en su bella obra Utopía, ni su relación con los pensadores de la época, como Erasmo de Rotterdam, lo que hicieron santo a Tomás Moro. Para el papa Juan Pablo II lo más importante es que este personaje defendió la indisolubilidad del matrimonio, el respeto al patrimonio jurídico "inspirado en valores cristianos y la libertad de la Iglesia frente al Estado".
En su carta apostólica del 3 de octubre, Juan Pablo II subrayó la enseñanza fundamental de Tomás Moro para todos los políticos y gobernantes, incluyendo a los mexicanos que en algún momento debieron recordar a Benito Juárez o disfrazarse de nuevos Maquiavelos confesionales: "el hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral".