JUEVES Ť 21 Ť JUNIO Ť 2001

Angel Guerra Cabrera

La gira de Bush y el rumbo planetario

La muy publicitada gira de George W. Bush al viejo continente y su asistencia a la cumbre europea de Gotemburgo, Suecia, confirman tres cuestiones. Una, las pugnas entre los grandes polos de poder en el mundo están lejos de ser un simple recuerdo de los tiempos de la guerra fría; dos, Estados Unidos persiste en actuar descaradamente fuera de la ley internacional, ahora que no existe más la contención que le hacía el bloque soviético; tres --acaso estratégicamente la más importante--, la resistencia popular anticapitalista se acentúa pese al fin del socialismo "real" y a la crisis de las viejas izquierdas.

Tras las sonrisas Colgate y los dicharachos repartidos por Bush a sus colegas del otro lado del Atlántico y la educada cortesía conque fuera recibido, subyacen animosidades por intereses encontrados que cada vez afloran con mayor claridad. Cabe recordar la ácida esgrima verbal entre Washington y las capitales del viejo continente antes y durante el viaje de Bush y la inesperada exclusión de la Unión Americana de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU y de la Junta Internacional Antinarcóticos hace unas semanas, gracias a la labor de las diplomacias china y cubana, pero con evidente apoyo europeo.

Las zalameras promesas del inefable Silvio Berlusconi y de su admirador declarado José María Aznar de considerar los argumentos estadunidenses en torno a la construcción del escudo antimisiles, mal pueden disimular las tensiones entre Washington y la Unión Europea sobre el despliegue del citado escudo, que busca reactivar la economía estadunidense y aumentar las ganancias del complejo militar industrial a costa de desatar una nueva carrera armamentista, por lo que no hubo acuerdo alguno.

Tampoco varió la posición crítica europea sobre la brutal decisión del gobierno de Bush de abandonar los compromisos del Protocolo de Kioto sobre reducción de la emisión de gases contaminantes, no obstante ser Estados Unidos el más gande contaminador del planeta. No se llegó, en fin, a entendimiento en ninguno de los demás temas de la agenda común, entre ellos la negativa de Washington a participar en el Tribunal Penal Internacional.

Más allá de la sorprendente sociabilidad entre ambos, podrían aducirse parecidos resultados de la reunión entre Bush y el presidente de Rusia, Vladimir Putin, pero con una acotación. Aunque este último reiteró su enérgica oposición al escudo antimisiles y a las pretensiones del estadunidense de extender la OTAN hasta el norte de la frontera rusa y de desconocer el tratado ABM de 1972, firmado entre Estados Unidos y la antigua URSS, se mostró dispuesto a examinar las "nuevas amenazas" --en alusión al supuesto peligro coheteril que representan, según Washington, los llamados Estados irresponsables-- y también a que se realicen consultas al respecto entre los ministros de Defensa y del Exterior de los dos países.

La segunda potencia nuclear mundial es una incógnita en cuanto a su real capacidad de resistir las presiones de Estados Unidos, porque se debate entre el deseo de recuperar algo del cimero lugar que llegó a alcanzar en el ajedrez mundial en los tiempos soviéticos y una angustiosa penuria económica que se lo impide. Podría ser vulnerable a ofrecimientos de ayuda financiera de Washington complementados por la eventual posposición de la extensión de la OTAN hasta el Báltico, que salvara la cara de Putin ante la opinión pública doméstica en caso de ceder ante la iniciativa misilística.

Si Rusia cediera a esa inicativa, abierta súbitamente antes del viaje de Bush a la participación de Moscú y de los aliados europeos, a estos últimos les resultaría más difícil continuar oponiéndosele. Implicaría también una ruptura de la embrionaria alianza ruso-china, otro objetivo de Washington.

El fin del contrapeso en el equilibrio mundial que representaba la URSS propició una hegemonía sin precedentes de Estados Unidos. La ilegal guerra aérea que desató contra Yugoslavia, a la que arrastró a sus principales aliados de la OTAN, llevaba dos mensajes para Europa y el mundo: Washington no vacilaría en emplear las armas para asegurar la primacía sobre Rusia y la antigua zona de influencia soviética; además, dejaba sentada su voluntad a partir de entonces de transgredir a capricho la ley y los acuerdos internacionales.

La incierta posición de Rusia, el prolongado decaimiento japonés y la frecuente actitud vacilante de una Europa fuerte económicamente, pero cuya unidad política no acaba de cuajar, hacen pensar que un cambio en la configuración del poder internacional hoy depende más de la resistencia a la unipolaridad de la emergente China; de un tercer mundo que pueda recomponer la defensa de sus intereses y del crecimientoo de las nuevas fuerzas anticapitalistas en gestación, que una vez más mostraron con su presencia en las calles de Gotemburgo que han llegado para quedarse.

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