jueves Ť 21 Ť junio Ť 2001

Adolfo Sánchez Rebolledo

Las toallas del desencanto

Es improbable que el asunto del menaje de las cabañas presidenciales en Los Pinos sea motivo de una sanción de la Secretaría de la Contraloría, pero la indignación del público, al menos el radiofónico, al revelarse los transparentes precios de las sábanas del Presidente, expresa con claridad el estado de ánimo de una franja de la población para la cual, parafraseando al viejo Proudhon, la política siempre es "un robo", o lo que es lo mismo, un negocio personal de los gobernantes.

Que el Presidente use toallas bordadas de 4 mil 25 pesos suena mucho peor en muchos oídos ciudadanos que las inconmensurables cifras del rescate bancario que dejó al país casi en cueros, por dar un ejemplo entre muchos. Sin embargo, no es exclusivamente un asunto de claridad de las informaciones oficiales, como piensa el gobierno. Irrita, sobre todo, la gratuidad del abuso, la ostentación personal que niega la imagen preconcebida del Presidente como un hombre sencillo del campo. En el detalle de las toallas, si se quiere insignificante en el conjunto de los gastos gubernamentales, los creyentes del cambio advierten con pesar moralino que todo sigue igual, que la política es como siempre: el mismo pozo sin fondo de intereses personales y demagogia. Tal vez por eso, cada vez que un gobernante habla de austeridad mucha gente formada en el llano del antigobiernismo próximo pasado se pregunta qué hay detrás de esa palabra y cuánto habrán de costarle a su menguado bolsillo las economías fijadas por el gabinete.

Puede ser que el propio Presidente sea víctima de los voraces proveedores de Los Pinos, pero el escándalo también corre por cuenta de quienes le construyeron exitosamente, quién lo duda -mediante inversiones millonarias de cuya procedencia nadie quiere acordarse-, la imagen ficticia del ranchero que se negó a vivir en la residencia de Los Pinos y prefirió dormir en las cabañas... pero bajo sábanas de seda. ƑPensarán ahora ofrecer un nuevo tour a la casa presidencial para observar las nuevas adquisiciones de la familia?

Como quiera que sea, en unos breves días, la figura presidencial se ha visto sometida a un serio proceso de priízación simbólica, justo en el sentido que la oposición tradicional confirió al estilo fariseo de gobernar de los viejos políticos. La primera piedra de esta homologación del Presidente con sus colegas del pasado la puso su propio cuñado, quien organizó en su natal Guanajuato, en el rancho San Cristóbal por más señas, una multitudinaria concentración de apoyo al mandatario en la que, sintomáticamente, no estuvieron los jerarcas del Partido Acción Nacional, pero sí muchos Amigos de Fox. Dicen las crónicas que la reunión tuvo el perfil de las que antaño organizaba el todopoderoso tricolor, sin faltar los acarreados y las tortas al final; y, en cierta forma, el discurso presidencial ciertamente recordó algunas de las piezas del mejor lopezportillismo, tan aficionado a las citas de memoria. Con todo, lo peor está por verse. Ahora resulta que nuestra economía no es tan fuerte como para sustraerse a las tendencias mundiales y ya se habla abiertamente de estancamiento y de recesión, lo cual significa lo que millones de mexicanos ya han sentido en carne propia: despidos masivos, carencias y mayores deficiencias en los servicios públicos, más polarización social y menos oportunidades para los que nada tienen. Por desgracia, la experiencia de la crisis no es nueva, pues nos acompaña desde hace ya varios lustros.

Es evidente que el gobierno tiene poco espacio para maniobrar, pero eso ya se sabía desde hace mucho tiempo y, sin embargo, jugó con las promesas y prometió éxitos que no podía lograr. Ahora vendrán las facturas y el desencanto que tiene filosas aristas antidemocráticas. Y aún falta la reforma fiscal, con sus anunciados aumentos en medicinas y alimentos.

No se necesita ser adivino para imaginar que la luna de miel comienza a declinar.