jueves Ť 21 Ť junio Ť 2001

Soledad Loaeza

Sembrando vientos

El gobierno del Distrito Federal ha anunciado que en septiembre iniciarán cursos 15 nuevas preparatorias y una universidad local. La noticia de aumentos en el gasto educativo tendría que ser motivo de celebración; sin embargo, la inocultable intención política del proyecto manda el gozo al pozo. Como lo han demostrado las decisiones e indecisiones en los primeros seis meses de gestión del jefe de Gobierno de la ciudad, Andrés Manuel López Obrador, su prioridad es acrecentar su capital político personal y, de manera residual, el de su partido. Las preparatorias y la universidad que se anuncian obedecen a la vieja lógica de la izquierda echeverrista, cuna de López Obrador, que siempre ha creído que los estudiantes jóvenes son instrumentales en la lucha por el poder. Se le promete a los jóvenes el paraíso del título universitario, sin las amarguras de calificaciones, exámenes, evaluaciones, programas de estudio, certificaciones ni maestros, a cambio de apoyo a líderes y ambiciosísimos objetivos de transformación social en manifestaciones y concentraciones multitudinarias. Sería mucho más honesto y mejor para el país que se dejaran de formar luchadores sociales -con todo y tarjetas de presentación grabadas- y proponer con toda modestia enseñar a los jóvenes un oficio o proporcionarles una profesión que les permita ingresar al mercado de trabajo con buena capacitación o buena formación. En lugar de ello, los perredistas siguen reaccionando con santo horror cada vez que se habla de la necesidad de que la educación esté vinculada con las demandas de la industria o, más en general, de la economía.

La convicción de que la educación debe estar vinculada en forma primordial a las necesidades de la política es una de las tradiciones que se implantó en la izquierda mexicana desde los años sesenta, después de que sus repetidos fracasos en el medio obrero la obligaron a reorientar sus empeños de organización hacia las clases medias, en particular hacia los universitarios. Por sorprendente que parezca, si miramos la historia reciente encontramos que en este empeño siempre han contado con el apoyo de autoridades gubernamentales. Por ejemplo, la caída del rector Chávez en 1966, que fue saludada con entusiasmo por la izquierda de la época, fue vista con beneplácito, si no es que propiciada, por el entonces secretario de Gobernación, Luis Echeverría. La experiencia más reciente y penosa de este tipo de estrategia y complicidades fue la huelga universitaria de 1999 que mantuvo a la UNAM cerrada diez meses, pero que, sobre todo, echó abajo más de 15 años de reformas y cambios en los que se habían rescatado muchas de las áreas del quehacer universitario, devastado por años de recorte presupuestal.

El vínculo privilegiado que ha pretendido mantener la izquierda con la educación media y superior públicas le ha representado un costo muy elevado a esa misma fuerza política. En primer lugar, la aisló socialmente durante años; en segundo lugar, le ha impuesto al discurso un toque de cinismo, porque siempre despierta suspicacias un universitario medianamente bien vestido que se erige como representante de la clase obrera. Por último, el éxito de la democracia electoral ha disminuido la importancia real de los jóvenes estudiantes en la lucha por el poder, simplemente porque no votan.

En 1999 los estrategas del Partido de la Revolución Democrática tendrían que haber sabido que en todo el mundo los jóvenes entre 18 y 25 años son mayoritariamente abstencionistas; si hubieran tomado en cuenta este dato, quizá habrían aconsejado a sus líderes que no intervinieran en la reforma a las cuotas propuesta por el rector Barnés, o les habrían planteado la posibilidad de que la permisividad o el apoyo a los desmanes del CGH no les ganaba el voto joven, y sí les arrebataba el de otros grupos para quienes el paro significó la clausura de la educación pública como una alternativa válida y certificable por otras instituciones y por potenciales empleadores, distintos del gobierno del Distrito Federal o de algún municipio perredista.

Muchos son los reproches que se le pueden hacer a esta izquierda perredista tan olvidadiza, pero entre ellos el más severo tiene que ver con su obstinada negativa a aceptar que los jóvenes estudiantes no son un recurso político. El proyecto de las preparatorias y la universidad del Distrito Federal, más que una propuesta académica, es un ave de tempestades que sobrevuela desde ahora el Congreso Universitario y cualquier intento de recuperación del Centro Histórico.