MIERCOLES Ť 20 Ť JUNIO Ť 2001
Augusto Monterroso
Vocación literaria y acendrado centroamericanismo
Es para mí una altísima satisfacción recibir en este momento el doctorado Honoris causa que la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán ha tenido a bien concederme en forma por demás generosa. Debo agradecer muy especialmente al señor rector de la misma, licenciado Ramón Ulises Salgado Peña, así como a los distinguidos funcionarios que lo acompañan, licenciado Dagoberto Martínez, licenciado Juan Antonio Medina Durón, doctor Víctor Manuel Ramos y licenciado Oscar Acosta, que hayan tenido la gentil deferencia de venir personalmente hasta la ciudad de México a hacerme entrega del diploma en que se acredita dicho doctorado, toda vez que motivos de salud me impidieron acudir a mi natal Tegucigalpa para recibirlo, como habría sido mi más profundo deseo. Quiero agradecer asimismo, con toda sinceridad, el acogimiento brindado por don Gerardo Estrada en esta Secretaría (de Relaciones Exteriores), encabezada a su vez por don Jorge G. Castañeda.
No es menos satisfactorio para mí que esta ceremonia se realice en la ciudad de México, en la que resido en calidad de exiliado político desde el ya lejano 1944, es decir, la mayor parte de mi vida, y en la que he publicado todos y cada uno de mis libros, gracias a los cuales, Ƒo debería decir a pesar de los cuales?, hoy se me concede este honor.
Conmovido ante sus palabras, debo congratularme por la ocasión en que, hace ya de esto muchos años, Oscar Acosta y yo nos encontramos en Madrid, dando así pie a una fraternal relación que sin duda lo ha llevado a hacer los elogios a mi obra que acabamos de oír. Siendo Oscar Acosta uno de los más distinguidos poetas y hombres de letras de Honduras y de nuestro idioma, sus conceptos vienen a duplicar la alegría que hoy experimento. Le doy las más cumplidas gracias por ese aprecio que siempre ha manifestado por mi persona y por mi trabajo, que, puedo asegurárselo, en todo momento ha sido correspondido por mí, desde la amistad y la admiración.
En mi libro de memorias Los buscadores de oro he reflexionado ya sobre lo que han significado para mí estos avatares: nacer en Honduras, ser ciudadano guatemalteco y ocupar, aun cuando sea en forma humilde, un modesto lugar en la gran cultura mexicana. Y en verdad que cuando me refiero a esto último no se trata de algo subjetivo: el propio gobierno mexicano me autorizó a pensarlo así cuando en 1988 me concedió la preciada condecoración de El Aguila Azteca, y en 1992 el título de Creador Emérito del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, distinciones que llevo con orgullo y satisfacción.
Pero es un hecho que dejo bien claro en las páginas de mi mencionado libro memorístico, que fue durante los años de mi niñez vividos en Honduras cuando se despertó en mí, en la escuela primaria, la vocación por la literatura a la que he permanecido siempre fiel, vocación aparejada a un acendrado centroamericanismo que no dejo nunca de afirmar y que terminó de consolidarse durante mi adolescencia y primera juventud en Guatemala, en donde la acción clandestina y la lucha callejera por la libertad y la justicia social me enseñaron el mundo de la solidaridad y convirtieron en vida real lo aprendido en los libros.
Es mucho lo que podría expresar ahora acerca de esta lucha y estos aprendizajes; pero debo terminar por elemental sentido de la oportunidad.
Gracias a la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán; gracias a la Secretaría de Relaciones Exteriores de México por su hospitalidad; mil gracias queridos amigos todos.
Ciudad de México, martes 19
de junio, 2001.
(Palabras del escritor en ocasión del doctorado Honoris causa que le concedió la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán, de Tegucigalpa, Honduras)