miercoles Ť 20 Ť junio Ť 2001
Luis Linares Zapata
México y su selección
La selección de futbol, tal y como hoy se encuentra después de la derrota ante Costa Rica, es un innegable producto mexicano. Tiene las debilidades de la fábrica nacional: falta de técnica, preparación intermedia y deficientes directivos a cambio del capital invertido que le sobra. Adolece, como el sistema político, de un sobrecupo de dirigentes que reproduce las mañas, corrupción y la voracidad comercial de ese tipo de funcionarios sinvergüenzas tan común en nuestro medio. También recoge las inconsistencias de esa ánima colectiva que se desmorona, improvisa y flojea ante los famosos, los duros o los fuereños. Apoyada por el público hasta el extremo de renovar, en cada partido, sus infladas esperanzas de ver a ese verde equipo envuelto en la gloria, aguanta a pie firme, una y otra vez, sus estrepitosas caídas. Tal y como se han olvidado las crisis sexenales, los malos salarios y las debilidades de la estructura productiva ya bien trasladados en un constante deterioro de las condiciones de vida de las mayorías. En fin, la selección tiene la característica de reflejar, con precisión envidiable, las cortedades, las ansias de triunfo, los buenos aires y vibras que corren por el país en esta transitoria etapa donde se descubre el mundo y Fox amenaza con visitarlo tan a menudo como sea necesario para aprovechar su momentáneo figurón (Castañeda dixit). Como el país, y sus largos años de retraso en civilidad, organización y técnica, la selección circula por las canchas del mundo con un apreciable desajuste temporal en sus concepciones, métodos de defensa y ataque, y sobre todo con un decaimiento notable en su actitud, espíritu de cuerpo y competencia.
Los jugadores, técnicos y directores no pueden aprenderse el sencillo método de defender con once y atacar con ocho utilizando para ello la velocidad de piernas, tal y como no se ha logrado ensamblar artículos de consumo con ritmo, costo y precisión suficientes para atraer a las masas de consumidores internos, dar la pelea a los chinos y tratar de iguales a los suecos. La simplicidad e inmediatez del juego la aturden de similar manera como lo hacen las feroces reglas del juego que las trasnacionales le asestan a las empresas locales y a sus sobrepagados administradores. Es mucho para su nivel de entendimiento el pensar que los goles se hacen después de cuatro a cinco pases y un despiadado tiro duro, raso y colocado a la portería; no después de una veintena de giras y visitas de Estado, con firmas bilaterales al canto, misiones de estudio, recomendaciones del FMI y acuerdos culturales. Mas todavía parece lejano de los actuales jugadores el espíritu de competencia extrema, donde cada quien pone su parte y da el máximo de esfuerzo tal y como los gerentes nipones, coreanos u holandeses lo hacen al imponer sus propios terrenos, circunstancias y descarnadas maneras cuando de hacer negocios se trata.
Cada juego, cada disputa de pelota, tiro a gol, cobro de castigo o despeje de cancha es definitorio de la calidad personal y de grupo, de idéntica y natural manera como un producto, sujeto a estricto control de calidad, da sustento al sello de marca, pone el punto final a un proceso planeado, bien ejecutado y a cargo de implacables supervisores de organización y trabajo en conjunto. No hay perdón para un calcetinazo, menos aún a las rebanadas, pérdida de balón por ser el vigésimo pase lateral o pelotazo sin ton ni son al área, como tampoco lo hay para un mal ejecutado servicio al cliente, procesos de diseño carentes de objetivo o una manufactura con defectos de fabricación. Todo quiebre de cintura cuenta; un buen cabezazo, desde la mayor altura si es posible, puede ser la diferencia entre la derrota y el triunfo a la usanza de un terminado, vaporoso y fino empaque para la mercancía.
Mandar a los ejecutivos en búsqueda de mercados sin apoyo publicitario, alternativas de financiamiento o malos productos que vender equivale a llamar a la selección a jóvenes sin velocidad, sin estatura en la defensa, peso suficiente para no ser desplazados a la primera carga, sin condición física o sin tácticas de pizarrón bien introyectadas; el jugador y su técnico tienen que visualizar la línea directa que existe entre su desempeño y el futuro que le aguarda al salir del campo de juego. Ya sea en forma de dinero, prestigio o fama. La zanahoria va delante del látigo, pero éste es implacable y sonoro para con los que pierden. La gloria es concupiscente y efímera, hay que apresarla y gozar de ella mientras dure. El chiste estriba en alargar su disfrute, pero ello se logra con tenacidad y preparación anímica para la lucha y el triunfo. La derrota, como las quiebras de los espíritus, partidos, sistemas bancarios o de gobiernos, no es un destino manifiesto de los seleccionados mexicanos, sino el resultado del abandono y de pensar que la victoria está dada y al alcance de cualquiera sólo porque lo desea y habla de ello. El voluntarismo simplón sólo enrojece a los gritones, pero no da la reciedumbre para aguantar 90 minutos de pelea. Así como la ley no se obedece y acata porque es bondadosa o justa, sino porque es la ley, de similar forma hay que ensamblar un buen equipo no porque sean queribles, buenas personas o simpáticos sus integrantes y el profesor que los alecciona, sino porque juegan y saben ganar. Los que no puedan hacerlo que se cambien de lugar, profesión u oficio, dicen las santas e inflexibles leyes del mercado, la política y la vida.