miercoles Ť 20 Ť junio Ť 2001

Gabriela Rodríguez

Violencia de género

La violencia contra las mujeres y las niñas tiene sus raíces en la cultura masculina del poder. La gran paradoja es que siendo la familia una de las instituciones más valoradas en los países de América Latina, el agresor es con frecuencia un familiar. Se trata de un patrón cultural de comportamiento que se sostiene en la condición subordinada de la mujer, e incluye, además de golpes y abuso sexual: amenazas, coerción y privación arbitraria de la libertad, vigilancia de los movimientos de la compañera y restricción de su acceso a recursos.

Según lo expuesto en el Simposio 2001: violencia de género en las Américas, entre 10 y 50 por ciento de las mujeres del mundo han sido golpeadas o maltratadas por un hombre en algún momento de su vida; 3 a 20 por ciento reciben golpes durante el embarazo; y 10 a 25 por ciento han sido víctimas de abuso sexual durante la niñez. De acuerdo a las declaraciones de Patricia Espinosa, directora del Instituto Nacional de las Mujeres, en México la violencia al interior de sus hogares es la cuarta causa de muerte, después de la hipertensión, la diabetes y el cáncer (Simposio 2001, Cancún, Quintana Roo, 5 de junio).

Además de causar lesiones, la violencia de género lleva a largo plazo a desarrollar otros problemas de salud: dolores crónicos, discapacidad física, uso indebido de drogas y alcohol y depresión. Las mujeres con una historia de maltrato físico y abuso sexual enfrentan un mayor riesgo de embarazos no deseados, infecciones de transmisión sexual (incluyendo VIH/sida) problemas en embarazo, parto y abortos.

Los factores causales de la violencia son múltiples y complejos. Estudios comparativos indican que es más común en sociedades donde las mujeres son vistas como propiedad masculina; donde el control sobre los recursos y las decisiones de la familia están en manos de los hombres, y donde la definición de lo que significa "ser hombre" enfatiza la dominación y la necesidad de proteger su honor (Ellsberg, M. Path, Washington, D.C). Estudios sobre la masculinidad señalan que ésta se desencadena cuando los hombres perciben alguna pérdida de poder, y la agresión es como una estrategia para restablecer su poder "tradicional". En muchas ocasiones la violencia ocurre en el contexto de celos y control. Los hombres viven con miedo a la traición y las tensiones constantes convierten las peleas en el método para resolver conflictos. Mientras los varones crecen con la idea de que las mujeres les pertenecen, les deben obediencia y cuidados, ellas se resignan a malos tratos e infidelidades, sobre todo cuando dependen económicamente de ellos (Baker, G. Promundo, Río de Janeiro). Los principales sucesos que desencadenan la violencia de género son: no obedecer al marido, contestarle de mal modo, no tener la comida preparada a tiempo, no ocuparse debidamente de los hijos o la casa, hacerle preguntas sobre el dinero o las presuntas amigas, ir a alguna parte sin su permiso, negarse a tener relaciones sexuales con él o expresarle su sospecha de que no le es fiel. En el caso de abuso sexual en la niñez, la mayor parte de los estudios informa que la prevalencia entre las niñas es por lo menos tres veces mayor que entre los varones; la vasta mayoría de los agresores es del sexo masculino y la víctima los conoce. Cuando se cree y se asiste a la niña o niño que da a conocer el abuso, las consecuencias suelen ser menos graves que cuando no se le cree, se le echa la culpa o se le repudia.

La gravedad de la situación obliga al Estado a garantizar respeto, protección y ejercicio de los derechos humanos de la mujer, incluyendo el derecho a una vida libre de violencia, al ejercicio de sus derechos sexuales y reproductivos mediante mecanismos que la coloquen en pie de igualdad con el hombre, restableciendo su autonomía, su acceso al trabajo, a los recursos y a la seguridad en sí misma.

Los institutos de la mujer del país tienen como reto la promoción de una gran transformación política y cultural de la sociedad. En la discusión actual de la iniciativa de ley del Instituto de la Mujer del DF, lo que se está jugando es el ejercicio de los derechos de las mujeres, y esto exige, tal como señala el Llamado a la Acción del Simposio 2001: terminar con la impunidad, garantizar la aplicación efectiva de la legislación, asignar recursos para ofrecer servicios de asesoría legal y de salud integral (incluyendo en casos de violación la anticoncepción de emergencia, la prevención y tratamiento de infecciones de transmisión sexual, sida y acceso a servicios seguros de aborto legal), promover campañas de educación sexual y equidad de género en los medios de comunicación y en las escuelas, para evitar la reproducción generacional de la violencia. En fin, un conjunto de servicios que podrían lograr avances sustanciales si se logra coordinar sectores gubernamentales claves y se respeta la separación de los poderes. Dejar actuar a los poderes Judicial, Legislativo, Ejecutivo en cada una de sus esferas e impedir que los desacuerdos políticos entre los partidos -particularmente la visión más conservadora del PAN- inmovilicen la tarea colosal que hay que emprender.