MIERCOLES Ť 20 Ť JUNIO Ť 2001

ASTILLERO

Julio Hernández López

MÉXICO SE VERA hoy frente a dos distintos espejos deportivos. A uno de ellos llega con inmejorable cara, pues se ha convertido, mediante uno de sus clubes profesionales, en la revelación de la Copa Libertadores, hasta ahora dominada por sudamericanos. A otro se presentará con un aire maltrecho, pues la selección nacional ha dejado de ser el gigante que había sido en la ratonera área balompédica formada por países de Centroamérica, el Caribe y Estados Unidos, e incluso está en riesgo de no ganar uno de los lugares de esa región para el mundial que se jugará en canchas de Corea y de Japón.

EN EL AZTECA, el Cruz Azul enfrentará al tricampeón de la Libertadores, el Boca Juniors, que es y ha sido uno de los grandes del futbol mundial. Para el club de propiedad cementera es todo un triunfo haber llegado a esta final, pues nunca antes una oncena mexicana había logrado colarse hasta ese nivel. Tal hazaña ha generado una euforia generalizada, que desea creer que el futbol nacional ha alcanzado dimensiones similares a las del sudamericano, cuyo alto rendimiento suele nutrir con jugadores de gran valía a clubes de primerísima calidad, como son los europeos.

CONVIENE TENER presente, sin embargo, que no es, en realidad, el futbol mexicano en lo general el que estará hoy en la final de la Libertadores, sino un club en particular que, habiendo tenido un de-sempeño mediano en los torneos recientes de temporada (dos por año, para mejor servicio de la taquilla y, sobre todo, de los patrocinadores), y no habiendo pasado siquiera a la liguilla de campeonato en el último, ha dado un salto espectacular en la multicitada Copa Libertadores, a la que el balompié nativo ha sido invitado en años recientes sin derechos plenos como queda demostrado, por ejemplo, en el hecho discriminatorio de que, en caso de ganarle al Boca, el Cruz Azul no podría jugar la final de la Copa Intercontinental contra el campeón de Europa, que en este caso es el Bayern Munich de Alemania, pues los estatutos de esta competencia transoceánica señalan que el representante del torneo americano debe ser socio pleno, como sólo son los clubes sudamericanos, y no un convidado, como en este caso han sido los mexicanos. Gracias a esta cláusula injusta, el equipo argentino tiene asegurada la final contra el alemán, así fuese derrotado por la máquina celeste.

EN CONTRAPARTIDA, la selección nacional mexicana jugará en San Pedro Sula en situación extraordinariamente desastrosa. Lleva cinco derrotas al hilo y está en muy serio riesgo de perder uno de los tres boletos para Corea-Japón que fueron geográficamente asignados para disputarse entre seis países de una zona donde antaño era el rey indiscutido. La máxima preocupación de esta contienda clasificatoria se dio el sábado reciente, cuando Costa Rica quitó a México el invicto en su cancha del Azteca, mediante un marcador de 2-1. A esa vergonzosa derrota sigue un partido que tiene temblando al director técnico, Enrique Meza, a los seleccionados (que a su salida aérea rumbo a su nuevo encuentro prefirieron evitar el uso de las instalaciones normales del aeropuerto y llegaron al avión a bordo de un autobús especial) y a los aficionados mexicanos en general. El adversario es Honduras, un país que ha resultado futbolísticamente muy amargo para los nuestros pues, por ejemplo, su selección Sub 23 eliminó a la mexicana rumbo a Sydney, y el club Olimpia dejó fuera al Pachuca en el pasado torneo mundial de clubes. Técnicamente, México todavía está en condiciones de alcanzar uno de los tres boletos para el próximo mundial, pero su hundimiento físico y anímico le coloca en desventaja frente a equipos de creciente fuerza, como Estados Unidos, que es el puntero invicto de la eliminatoria en curso.

COLOCADO FRENTE a esos dos espejos, el aficionado mexicano suele reaccionar con apasionado simplismo, incentivado por un manejo maniqueo por parte de varios medios de comunicación y varios opinantes profesionales del ramo. El villano favorito del momento es Enrique Meza, el Ojitos, quien hizo tres veces campeón al Toluca y, como él mismo recuerda en estos momentos aciagos, había sido aclamado por aficionados, medios y anexas como el director técnico que la selección necesitaba en sustitución de Manuel Lapuente. Los otros malvados son los jugadores a los que se considera faltos de ánimo, dignidad, vergüenza y voluntad.

LO QUE NO suele verse en esos espejos alterados es la triste realidad del gran negocio de unos cuantos llamado futbol nacional. El deporte más popular de México no recibe apoyo gubernamental verdadero, y los fondos destinados a su promoción amateur suelen quedarse en las mafias de representación deportiva denominadas asociaciones, federaciones y otros entes creados al amparo del estilo patrimonialmente expropiador del priísmo que desde luego, como otras áreas --por ejemplo las delegaciones federales de las secretarías del gabinete nacional--, ni siquiera han sido tocadas por el foxismo candil del extranjero y oscuridad de su patria.

OTRO PUNTO definitorio son las empresas privadas de televisión, que convierten la transmisión de los torneos profesionales en motivo de prósperos mercadeos publicitarios. Televisa, a pesar de la competencia que ahora representa Televisión Azteca, ha ejercido cotidianamente su poder en la definición de torneos, en su regulación (mediante la Federación Me- xicana de Futbol), en su comercialización, e incluso en la infructuosa inflación de sueldos y prestaciones a figuras, esencialmente extranjeras --con frecuencia con la esperanza fallida de fortalecer al América-- con las que se ha pretendido dar al balompié local una dimensión que no proviene de su base, de sus escuelas, de sus fuerzas básicas (una excepción notable es la de Juan Francisco Palencia).

ESE FUTBOL de apariencias es el que hoy se asoma a dos espejos distintos. Una selección nacional desanimada, en vías de ser crucificada, y un Cruz Azul crecido, apoyado por un Azteca repleto. Es deseable, necesario, que el equipo tricolor levante cabeza y recupere el nivel habitual de juego que, sin ser excepcional, no es tampoco para andar dando lástimas en eliminatorias mundiales antes a modo, y, desde luego, sería emocionante que la máquina siga pitando.

ASTILLAS: LA PRIMERA DAMA en ser vocera no se queda atrás, y también anda en campaña permanente. Hace poco recibió el título de locutora honoraria en una ceremonia cursi y oportunista que daba pena ajena. Ahora recibió la presea José Tocavén que La voz de Michoacán le entregó en el teatro Melchor Ocampo de Morelia, en ocasión de cumplir 53 años (el diario, no la vicepresidenta de Comunicación Social). Desde ahora hay quienes aseguran que Marthita es la carta no tan tapada de la casa presidencial para el 2006, una especie de apuesta hacia la relección en familia... El toallagate avanza. Dice el Presidente que se llama "transparencia" saber cuánto cuesta una de las prendas secadoras que se usan en el primer baño del país. Gente del pueblo, menos leída que Fox, llama de otra manera menos elegante al hecho de gastar 4 mil pesos únicamente para esos menesteres corporales...

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