MARTES Ť 19 Ť JUNIO Ť 2001

Ť M. Vazquez Montalban

Brasil: entre la adorable irreverencia y el futuro

Los individuos y las comunidades pueden ser víctimas de sus imaginarios y por eso el actual presidente Bush siempre gobernará bajo la sospecha de que no merece gobernar y Brasil sobrevive bajo la eterna carga de no haber cumplido la profecía de un gran escritor alemán de entreguerras, de entre qué guerras no importa: Brasil es el país del futuro. Esta frase se complementa con la samba en tecnicolor de Los tres caballeros de Walt Disney o con el musculado contoneo de Carmen Miranda cubierta por todas las frutas del hemisferio o con el esplendor del futbol brasileño, entre Pelé y Romario, y la resultante es un fumetto que nada tiene que ver con lo que podríamos llamar el Brasil real. La profecía de Stephan Zweig sigue siendo válida si tenemos en cuenta las puntas del desarrollo capitalista brasileño y el potencial que el país mantiene en letargo, en parte por los déficits socioeconómicos propios y en parte por lo difícil que es ensamblar el aparato productivo de un país, en tantos aspectos tercermundista, con esa fase de la hegemonía capitalista que hemos llamado globalización, por ponerle un nombre desdentado.

He pasado por Brasil como asistente a su espléndida feria del libro, este año celebrada en Río, y he vivido la llegada de las restricciones eléctricas, impuestas porque ha llovido poco en un país que debe su electricidad a los saltos de agua. Los brasileños hablan de los apagones de luz, que podemos recordar muy bien los que vivimos la Europa de las posguerras, fuera la civil española o fuera la guerra mundial y también hablan de la adorable irreverencia, moda consistente en que los jóvenes de pronto se bajen los pantalones o las faldas y enseñen el culo en público, como acto de protesta esférica frente al desorden de la esfera terrestre y de las esferas cósmicas. Sociólogos y psicoanalistas han encontrado materia prima para sacar conclusiones de esta nueva fase anal de la joven sociedad brasileña y llegan a una conclusión previsible: enseñar el culo pone en cuestión el orden visual establecido y la jerarquía de valores egoístas basados en el culto a la privacidad.

Recorrer en coche Sao Paulo en una hora punta, en pleno apagón, con todos los automóviles de este mundo tratando de llegar del infinito al cero o del cero al infinito, es una dura experiencia racionalizadora de la ambigüedad de la condición humana. Porque Sao Paulo es la ciudad a la vez más rica y más pobre de Brasil, la que más podría parecerse a Los Angeles y la que más bolsas de pobreza reúne como consecuencia de una feroz corriente migratoria propiciada por el tremendo desarrollo desigual del país. Desde las cumbres de estos rascacielos se urden los negocios más clamorosos del Cono Sur de América Latina, aunque la sombra de este esplendor para pocos la constituya la deforestación sistemática de uno de los pulmones que le quedan al mundo, la consiguiente explotación maderera ilegal, la incomprensible crisis energética en el país de los más ricos subsuelos y las más espléndidas nubes, los déficit de producción agrícola condicionados por una mala explotación del suelo, a veces debido a la escasa rentabilidad de tierras mal elegidas, la violencia social consecuencia de un alto índice de desempleo y de una cultura armada, armadísima: Brasil es uno de los países con mayor número de armas ligeras privadas y es el segundo del mundo, después de Sudáfrica, en la tasa de homicidios anuales: 40 mil, no es una cifra inhabitual.

El esplendor de la naturaleza, la riqueza de expresividad de las formas de la cultura popular, la altura de sus escritores y creadores, entre los que cuento, naturalmente, a Romario, siguen proponiendo la profecía del futuro y sobre todo la capacidad de análisis de las vanguardias críticas que han convertido a Brasil en uno de los referentes principales de la respuesta de los globalizados a los globalizadores. Que Brasil desempeña y desempeñará un papel importante en lo que será la aventura dialéctica del siglo XXI, lo demuestra el movimiento de los Sin Tierra, la potencia intervencionista de las formaciones políticas de clase, la tradición solidaria y combativa de buena parte del clero comulgante con la Teología de la Liberación, el nivel de conciencia crítica globalizadora demostrado en el encuentro de Porto Alegre a comienzos de este año, considerado como una muy seria réplica al aquelarre teológico neoliberal de Davos.

Tal vez se cumpla así una positiva síntesis entre la adorable irreverencia y la profecía de un excelente futuro, a manera de construcción de una esperanza no teologal, sino laica. En cualquier caso, Brasil tiene un presente recomendable, se recorra el país según la admirable división de Bowles: como turista, aquél que sabe cuando empieza un viaje y cuando termina; o como viajero, el que sabe cuando empieza un recorrido, pero no cuando termina.