MARTES Ť 19 Ť JUNIO Ť 2001
Ť Ugo Pipitone
Los jóvenes de Gotemburgo
Tares heridos de arma de fuego en las manifestaciones de Gotemburgo. De los cuales uno, grave, con un impacto de bala en la espalda. La policía sueca disparó sobre los jóvenes que se manifestaban contra la presencia de Bush y la reunión de la Unión Europea. Que algunos de estos jóvenes manifestantes estuvieran equivocados, sobre todo en las formas de sus protestas, no puede ni debe ser razón para dispararles. Si tuviera que dispararse sobre todas las ideas equivocadas que recorren el planeta, y nuestras cabezas, sería la hecatombe del género humano.
Y si hay un lugar en el mundo en que disparar sobre los manifestantes es especialmente odioso ese lugar es Europa; la región del mundo que se proyecta hacia la construcción de la primera democracia posnacional. No se puede disparar sobre la disidencia a menos que se acepte el riesgo de crear un abismo entre sectores de juventud y la propia construcción europea. De acuerdo, un grupo de manifestantes destrozó el centro de Gotemburgo Ƒpero justifica esto el uso de armas de fuego?
El "síndrome de Seattle" agrupa distintas almas juveniles en que justas razones se mezclan con malas banderas. La juventud que protesta en ocasión de cada cumbre mundial encarna razones legítimas de preocupación: de la falta de solidaridad internacional a la alarma frente a equilibrios ecológicos amenazados, de la preocupación frente a los alimentos transgénicos al retorno del nuclear. A agrupar estas legítimas razones de protesta, la bandera escogida es la peor de todas las posibles: contra la globalización. Como si el fortalecimiento de las interdependencias mundiales fuera un enemigo. Como si la juventud, en el siglo XIX, se hubiera manifestado contra el ferrocarril.
Los manifestantes de Gotemburgo tenían razón en exigir: "Salvad la tierra" o "Menos beneficios y más pueblo". Y sin embargo, cuando a eso se añade eslogan contra el euro, la globalización y el capitalismo, es evidente la confusión que recorre las mentes de algunos sectores de juventud. (Y también, por nuestra desgracia, de menos jóvenes, pero ése es otro tema.) La moneda única es el símbolo momentáneo de una integración europea que constituye un gigantesco paso adelante hacia identidades colectivas más amplias y solidarias en un viejo continente que, en la primera mitad del siglo XX, mostró todo el poder destructivo de los nacionalismos en el espacio europeo. Convertir este acercamiento entre pueblos y economías en enemigo muestra un inquietante vacío de comprensión. Que, por cierto, quedó evidente con el rechazo de verdes y nacionalistas irlandeses al acuerdo de Niza acerca de la ampliación de la Unión Europea.
Hacer coincidir capitalismo y globalización es una media verdad fuente inagotable de ideologismos más o menos descarriados. El reto de la izquierda (en el archipiélago de sus distintas almas) consiste hoy en hacer avanzar la globalización y, sobre todo, la regionalización hacia nuevas formas de cooperación y solidaridad entre naciones. De esto se trata y no de romper una posibilidad que nos ofrece la historia. Afuera de la globalización y de los acuerdos regionales de cooperación no hay sino el retorno al nacionalismo y a ficciones autoritarias, cuyos últimos residuos llevan los nombres de Corea del norte, Cuba y, afortunadamente, poco más.
Los jóvenes de Gotemburgo (como antes los de Seattle) encarnan un malestar en que justas razones de protesta se mezclan con formas ideológicas que corresponden a un pasado derrotado. A veces la juventud anticipa el futuro y a veces lo encarna sin saberlo. Hoy, las dos cosas parecerían ocurrir al mismo tiempo.
Se ha creado una situación de exasperación que no anuncia nada bueno para el futuro. De una parte, manifestantes que en cada cumbre mundial se convierten en factor de protesta (a veces violenta); de la otra, gobernantes que parecen no ver las justas razones de protesta entremezcladas con malos argumentos. Muro contra muro: lo peor entre todos los escenarios posibles. Una situación en que el uso de armas de fuego contra los manifestantes podría darles razón en creer que globalización y represión son sinónimos. Lo que no puede y, sobre todo, no debe ser así.