martes Ť 19 Ť junio Ť 2001

Bernardo Barranco

La necedad del cardenal Sandoval

El caso Posadas resurge cada año y provoca una burbuja de especulaciones; sin embargo, en este 2001 la arremetida enarbolada por el cardenal Juan Sandoval Iñiguez no sólo es más intensa, sino que presenta nuevos componentes.

El primer elemento es que el Vaticano hace suyo el reclamo para demandar al gobierno de Vicente Fox el total esclarecimiento del magnicidio. El comunicado oficial emitido por Joaquín Navarro Valls, vocero oficial, muestra una toma de posición de la Santa Sede y una señal de presión. El segundo elemento nuevo es el deslizamiento más abierto a la opinión pública tanto del móvil como de los autores materiales, es decir, el presunto involucramiento de la familia Salinas de Gortari en el narcotráfico y en el operativo montado por Carrillo Olea, entonces director del Instituto Nacional de Lucha contra el Narcotráfico.

El cardenal Sandoval usó una táctica reiterada para tener mayor impacto: utilizó al periodista italiano Andrea Tornelli, viejo amigo de los cardenales mexicanos, para que la nota surgiera con mayor notoriedad desde Europa.

Tornelli, muy cercano especialmente al cardenal Norberto Rivera cuando trabajaba en la revista 30 Giorni, en 1996, explotó las declaraciones de Guillermo Schulenburg sobre sus dudas respecto a la existencia de Juan Diego, planteamiento que había pasado desapercibido en la revista mexicana Ixtus. Esto detonó el linchamiento y posterior sacrificio del entonces abad de la Basílica.

Tornelli también se ha encargado de reiterar la supuesta "papabilidad" del cardenal Rivera, suposición ampliamente explotada por el aparato que rodea al arzobispo primado. Y ahora desde Il Giornale, el cotidiano milanés propiedad de Paolo Berlusconi, hermano del primer ministro italiano, Tornelli afirma: "las pruebas sobre el asesinato del cardenal mexicano entregadas por el arzobispo de Guadalajara al Vaticano confirmarían que se trató de un crimen de Estado". En realidad, aún no existen tales pruebas contundentes, pero el caso se enreda dramáticamente.

Los desplantes histéricos de Carpizo y el bravucón reto de debatir públicamente con Sandoval, sometiéndose a un detector de mentiras, en nada ayudan a esclarecer un asesinato que continúa en la nebulosa impunidad. El problema de fondo es la incredulidad generalizada frente a la tesis de la confusión y la desgracia del fuego cruzado. Con el asesinato del cardenal Posadas Ocampo se inicia la franca descomposición del viejo sistema político mexicano, se rompen las reglas no escritas que cohesionaban a los grupos y las elites en el poder, que posteriormente, con los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu, someterían al país a una dura prueba de estabilidad social.

La jerarquía católica también ha sido sometida a las contradicciones del asesinato; la sacudió radicalmente el entonces todo poderoso nuncio Girolamo Prigione, quien de manera patológica defiende la tesis oficial de accidente y controla férreamente a los obispos descontentos. El silencio y la complicidad de la mayoría de los prelados son el precio a pagar y, al mismo tiempo, el desencanto de las nuevas relaciones entre el Estado y la Iglesia que surgen de las modificaciones institucionales pactadas con Carlos Salinas de Gortari. Prigione influyó en la actitud tibia y en extremo prudente del papa Juan Pablo II. El lector recordará su tercera visita a México en agosto de 1993; a unos meses del traumático suceso de Guadalajara el Papa apenas hace una referencia ante el presidente Salinas en Mérida.

Hasta hace muy poco los obispos habían dejado solo a Juan Sandoval. El cardenal ha desgastado su posición tratándonos de decir que lo sabe todo, probablemente en confesión, y que sólo nos puede decir algo. Algunos obispos abiertamente lo contradicen, como el fallecido Reynoso y Hernández Arteaga, de Chihuahua; pero la mayoría calla. Es posible que no hayan querido abrir el espinoso expediente de la relación de la Iglesia con el narcotráfico. Más allá de las narcolimosnas, hay puntos muy oscuros en los que muchos prelados, incluido el propio Posadas Ocampo, transitan por delicadas fronteras. Resulta lógico suponer que si el narcotráfico ha penetrado las principales esferas políticas, económicas y judiciales del país, por qué no sospechar que ha ocurrido lo mismo en algunos sectores de la Iglesia. Existen episodios y personajes registrados. El nombre de Carrillo Olea ha circulado insistentemente por los estrechos pasillos del laberinto católico, por lo menos desde hace tres años.

La estrategia montada por el cardenal con la complicidad de Tornelli ha sacudido fuerte al nuevo gobierno y de nueva cuenta ha logrado tensar a la opinión pública. Su estrategia parece llegar a los límites del desgaste personal e institucional y se ha enrarecido la atmósfera por la sombra conspirativa del atentado y la intimidación. Si la muerte del obispo de Cuernavaca, Luis Reynoso, resulta de un atentado, y es cierto que el cardenal Sandoval fue víctima de envenenamiento, la situación es gravísima y necesitaríamos hacer un análisis en otra tesitura; si no es así, el cardenal requiere cambiar su estrategia.