LUNES Ť 18 Ť JUNIO Ť 2001
TOROS
Ť Fiesta de película
Como en tiempos de Santa Anna
LUMBRERA CHICO
ƑDe qué podemos hablar en estos días los taurinos mexicanos, si no hay corridas, novilladas ni pachangas en ninguna parte del país (con excepción de la distante y borrosa temporada grande de El Toreo de Tijuana, que sigue sin pena ni gloria, o de los miércoles para gringos en la plaza de Cancún, o de los bien intencionados festejos en Puebla)? ƑTiene sentido, por ejemplo, detenerse a especular acerca de la hipotética temporada ''más chica'' que tal vez sí, pero tal vez no arrancará en julio en la Monumental Plaza Muerta (antes Plaza México)? ƑO de las obras de remodelación que mantienen cerrada la Lorenzo Garza, de Monterrey? ƑO de la encarnizada polémica que se ha abierto en el reino de Juan Carlos I en torno de José Tomás y El Juli, por las recientes y desdichadas actuaciones de ambos diestros en la isidrada de Las Ventas?
No, señores y señoras, los taurinos mexicanos olvidan en estos días el tema de sus amores y se encaminan de nuevo, resignados, a los cines, donde una película recién estrenada el pasado viernes pinta y recrea una etapa de nuestra historia en que por mandato del supremo gobierno de Benito Juárez estaban prohibidas las corridas de toros en todo el territorrio nacional. Me refiero, desde luego, a Su alteza serenísima, del veterano Felipe Cazals, que narra las últimas 72 horas de don Antonio López de Santa Anna, el hombre que fuera once veces presidente de la República, luchara contra las fuerzas de ocupación de Estados Unidos y perdiera la mitad del país, en una guerra librada con honor pero sin recursos, que los libros de texto gratuito describen rabiosamente como un acto de traición a la patria, que se concretó en la supuesta ''venta'' de aquellos 2 mil kilómetros de México que en realidad nos fueron arrebatados por la furia imperial.
Liberal, conservador, católico, masón, federalista, centralista, genio militar, mago del oportunismo chaquetero, Santa Anna sirvió a todas las causas que dividieron al joven México independiente del siglo XIX y encarnó todas las pasiones que lo bañaron de sangre. Después de su última derrota fue enviado al exilio en las Bahamas por el gobierno de Benito Juárez y, a la muerte de éste, fue perdonado por el presidente Lerdo de Tejada, quien le permitió regresar a la ciudad de México en 1874, donde expiraría dos años más tarde. La cinta de Cazals no emite, en rigor, un juicio histórico sobre Santa Anna, pero le asesta una sentencia inapelable. ''La miseria que vivimos, general, es el fruto de todas sus victorias'', le dice al caudillo el último de sus hombres de confianza.
Uno de los logros más notables de esta película es el cuidadoso rescate que hace Cazals del habla popular en el México decimonónico, aderezando sus diálogos con frases como ésta: ''De lengua me como un plato y me quedo a la saboreada''. O si no: ''Por favor, caballeros, no me vengan con cucamones''.
Con las actuaciones de Alejandro Parodi, Blanca Guerra, Ana Ofelia Murguía y Pedro Armendáriz, Su alteza serenísima es una magnífica opción para conocer aquel México antiguo en que, como hoy, tampoco había corridas de toros, novilladas, ni pachangas, excepto aquellas a las que Santa Anna asistía con puntualidad.