LUNES Ť 18 Ť JUNIO Ť 2001

Ť José Cueli

Ponce en Vista Alegre

Para Enrique Ponce no existe en el mundo más que una cosa: el toreo. Fuera de esto, apenas si en el resto del planeta queda algo que merezca su atención. No es que Ponce se sepa el toreo, es que es el toreo mismo, es que constituye en él una embriaguez, un delirio. Está siempre borracho de toros y campo bravo, como podría estarlo de vino o de cerveza, y difícilmente se encontrará otro, no que lo superara, sino que lo igualara en hacerle faena a todos los toros. A los que domina ''no sin todo tipo de ventajas'' en tal forma que los hace parecer noblones y mensos.

Pero en cuanto en medio de la mayor expectación, ''Plaza de Vista Alegre, Madrid, el martes pasado'', Ponce comienza su manera de ejercer el toreo, su trazo artístico arranca al público exclamaciones de sorpresa y la admiración que despierta ante el ruedo va llenando de pases naturales, de pecho, redondos, desdenes, doblones rodilla en tierra, toda la gama del toreo poncista ''que hoy día tras de imitar la torería'' desarrollaba una cátedra torera mientras su figura crecía y se dilataba sublime. Rotundo, seguro, ejecuta los pases de acuerdo a los más estrictos cánones de la tauromaquia, con reposo, demostrando ''sin pretenderlo'' que está en la primera línea del toreo.

En su faena, Ponce ya no es Ponce. Era un fantasma absurdo que toreaba lentamente, hondura, torería, pases y más pases, sordo y ciego a lo que no fuera torear, exaltado, transfigurado. Imponente de mando y arte. Los públicos, envidiosos de su inteligencia, su facilidad e intuición de las distancias, la manera de meter en carril a los toros y generar belleza, le exigen, exigen.

En la plaza de toros de Vista Alegre, Ponce bordó el toreo a un repetidor y encastado torillo al que no se cansó de torear, hasta que el juez le ''ordenó'' lo ejecutara. Los aficionados pedían un indulto, que no se concedió, al toro que fue paseado en triunfal vuelta al ruedo; su matador salió a hombros.