LUNES Ť 18 Ť JUNIO Ť 2001
Leon Bendesky
Fragilidad
La evolución de las economías de México y Estados Unidos es cada vez más coincidente. Esta coincidencia ocurre a escala de la producción total y, sobre todo, en el producto de las manufacturas. Como se sabe, éste último representa el mayor dinamismo, asociado estrechamente al aumento de exportaciones. Esta manera de operar de la economía mexicana provoca nuevas formas de dependencia que se asocian con los movimientos cíclicos del producto estadunidense. Como ya se sabe, el beneficio de la larga expansión del producto en aquel país se acabó y ahora prevalecen los efectos adversos de la desaceleración, que se están dando en un entorno hasta cierto punto contradictorio.
El dato más reciente señala que la producción industrial en Estados Unidos cayó 0.8 por ciento en mayo, con lo que se acumulan ya ocho meses de retroceso en ese sector. Esto significa que seguirá aquí la desaceleración de la actividad manufacturera como indicó la caída de esa actividad en 3.0 por ciento en abril pasado medida por el índice de volumen físico y con respecto al mismo mes del año anterior (las manufacturas constituyen la mayor parte del sector industrial que también incluye minería y construcción).
Al respecto conviene recordar algunas cifras: las exportaciones totales representan cerca de un tercio del producto total; de ellas, las no petroleras son casi 90 por ciento y las de productos manufactureros dan cuenta a su vez de 95 por ciento de estas últimas. Las maquiladoras aportan más de la mitad de las exportaciones de manufacturas y se han constituido en un sector muy dinámico en el crecimiento de la economía, pero también directamente vinculado con las condiciones de la demanda en Estados Unidos.
Lo previsible es que la Reserva Federal responda a recientes datos de la producción con un nuevo recorte de la tasa de interés, en afán de acrecentar el gasto de consumo y reactivar la economía por el lado de la demanda.
Esta perspectiva tiene aspectos interesantes, uno de índole interna de ese país y tiene que ver con el endeudamiento de las familias, que creció de manera importante en la fase de expansión de la economía, y en estrecha relación con el crecimiento del valor de las acciones, en especial, las de las empresas de tecnología que cotizan en el mercado Nasdaq.
Aún no se sabe el efecto de este endeudamiento no sólo sobre las decisiones de consumo de las familias, sino sobre el sistema financiero, si los bancos ven disminuida su capacidad de cobrar deudas. Una menor tasa de interés apunta en la dirección de controlar el posible efecto adverso de la situación, pero debe advertirse que los niveles en que se puede operar con dicha tasa son limitados y que éste puede ser un instrumento insuficiente para administrar una situación económica general que tiende a debilitarse.
El otro asunto nos concierne aquí. En primer lugar se había sugerido que la desaceleración estadunidense se podría revertir en el segundo semestre del año, lo que hoy se ve ya muy difícil. Esa recuperación es esencial para la economía mexicana y sus propias posibilidades de crecimiento. El gobierno ya ha revisado sus expectativas de crecimiento del PIB hasta 2.5 por ciento, pero los nuevos datos exigen un nuevo ajuste. En segundo lugar, una nueva reducción de la tasa de interés en Estados Unidos seguirá alimentando el proceso contradictorio de ajuste en México.
Esa contradicción consiste en que mientras se reduce la estimación del aumento de producción, el peso se revalúa y la inflación y las tasas de interés bajan. Con menor tasa externa, la tasa de los Cetes (que ya está en 9.51 por ciento en vencimientos a 28 días) puede seguir bajando y al mismo tiempo ofrecer un rendimiento real favorable que mantenga la oferta de dólares y siga apreciando el tipo de cambio (que hoy está apenas en torno a 9.30 pesos por dólar). Con ello, el déficit comercial puede aumentar y el peso sobrevaluarse más, situación que lleva al límite más convencional del crecimiento económico, es decir, la insuficiencia de dólares.
Es cierto que se han acumulado cerca de 30 mil millones de dólares en las reservas internacionales, pero lo es también que los requerimientos de divisas son elevados, por ejemplo, para pagar intereses de la deuda externa y remesas de utilidades de la inversión extranjera directa (que juntos sumaron más de 20 mil millones de dólares en 2000), y para cubrir el creciente déficit comercial (8 mmd). Por el lado de los ingresos de divisas se recibieron el año pasado poco más de 8 mil millones por concepto de viajeros (aunque se gastaron 5.5 mmd), y otros 7 mmd por transferencias (trabajadores en el extranjero), mientras que la inversión extranjera directa fue de 13 mmd. En todo caso se sabe que las reservas sólo pueden respaldar el valor del peso frente al dólar limitadamente cuando hay una corrida al crecer las expectativas de devaluación.
La economía mexicana da la apariencia de normalidad y fortaleza, pero esto puede ser engañoso, porque el entorno es de vulnerabilidad, no sólo financiera, sino económica en el sentido estructural del término. Con ese me refiero a la concentración sectorial de producción y exportaciones, a la reducida fuerza del mercado interno, la desigualdad de la distribución del ingreso, la debilidad fiscal y el atraso muy grande en la creación de infraestructura. Pero parte de la condición en que funcionan los mercados tiene que ver con la pasividad de la política económica que genera la globalización, tal y como se aprecia hoy en México. Eludir el activismo en dicha política puede ser muy costoso.