lunes Ť 18 Ť junio Ť 2001

Elba Esther Gordillo

Protocolo de Kioto; globalización sustentable

Hay, al menos, tres condiciones cruciales para que la humanidad ingrese al siglo XXI sin los agobios, las amenazas a la vida y los agudos contrastes que han caracterizado el pasado.

Una primera es que la llamada globalización se dé con beneficios y participación más equitativos para todos y no como hasta hoy con efectos severamente excluyentes. En segundo lugar, que se promueva un verdadero desarrollo y no solamente un crecimiento económico y que éste sea sustentable en términos de su relación con la preservación del medio ambiente y la protección de los recursos naturales (no únicamente los energéticos, sino algunos tan comunes y ya bajo graves amenazas como el agua), y en tercer lugar, que el desarrollo económico-social implique una mayor prosperidad para el conjunto de las naciones y sus integrantes, en cuanto a los niveles de bienestar y la calidad de vida de la población.

Las discusiones de la ronda de Kioto, que dieron origen a un Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, conocido comúnmente como Protocolo de Kioto, firmado en 1997, se han ocupado precisamente de uno de estos prerrequisitos referidos a la protección del ecosistema para hacer posible un desarrollo sustentable: reducir las emisiones de gases de efecto invernadero producidos por la quema de combustibles fósiles, que provocan el calentamiento de la Tierra (se estima que la temperatura se ha elevado en 0.6 grados en los últimos 100 años, lo que a la naturaleza le habría tomado alrededor de 2 mil años).

El Protocolo de Kioto busca sentar las bases para que, de manera racional y consensada, las naciones enfrenten los graves daños que el explosivo crecimiento industrial experimentado en el siglo XX ha generado con la incontrolada emisión de gases tóxicos, cuyos efectos han trastocado el clima en el mundo, lo que amenaza la vida en el planeta y plantea la desaparición de bosques templados y tierras cultivables, el aumento de zonas desérticas y la elevación del nivel del mar. En el caso de los países pobres en particular, se prevén pérdidas agrícolas y aumento de enfermedades infecciosas, como el cólera, el dengue y la malaria.

Para evitar la continuación de este deterioro, el Convenio Marco de Kioto demanda a los países industrializados que recorten las emisiones de bióxido de carbono en aproximadamente 5.2 por ciento desde los niveles de 1990 para el año 2012.

De ahí la importancia de las deliberaciones y la trascendencia de las resoluciones de esta ronda. De ahí también la preocupación a nivel mundial por la falta de su plena aceptación por parte de algunas de las potencias, en especial Estados Unidos, país que es, además, el mayor emisor de bióxido de carbono del mundo y consumidor de la mitad de los recursos energéticos del planeta, y por la confrontación política que la discusión ha generado entre la Unión Americana y las naciones que integran la Unión Europea y que se puso claramente de manifiesto la semana pasada durante la visita a Europa del presidente George W. Bush.

Estados Unidos retiró se adhesión a este protocolo en marzo pasado, con lo cual su ratificación a nivel mundial y su entrada en vigor, convenida para 2002, se encuentra en entredicho. El desencuentro entre estadunidenses y europeos sobre este asunto crucial será tema central de la próxima reunión de la ronda de Kioto en julio en Bonn, Alemania.

Diferentes cuestiones llaman a preocupación sobre esta fricción entre los Estados con mayor capacidad para enfrentar las amenazas del cambio climático: en primer lugar, la decisión de Bush de caminar solo en la atención de este grave problema que incumbe a toda la humanidad, con el anuncio de su Plan Energético (que plantea, entre otras decisiones, la explotación petrolera de la hasta ahora intacta reserva ártica de Alaska), lo que representaría una visión más pragmática y menos humanista que la que tuvo su antecesor, Bill Clinton; en segundo sitio, el predominio en la visión del nuevo gobierno estadunidense --cuya administración aún no ha cumplido los primeros seis meses-- de los intereses y las concepciones de las grandes compañías petroleras; en tercer lugar, los efectos adversos que esta disputa podría tener en la cooperación internacional en la atención de riesgos de dimensión mundial.

La humanidad encara en este desafío riesgos de extrema gravedad y un enorme reto a su capacidad de cooperación. El efecto invernadero causado en medida importante por la acción del hombre y un crecimiento económico incontrolado, no solamente ha acompañado, como una de sus manifestaciones, al crecimiento de extremas desigualdades entre las naciones y al interior de las sociedades, sino también ha venido a alterar adversamente nuestras relaciones con la naturaleza. Se trata, pues, de resolver la disyuntiva decidiéndonos por una vía de globalización que ponga por encima de los intereses financieros, los supremos anhelos de la vida.

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