DOMINGO Ť 17 Ť JUNIO Ť 2001
Ť Carlos Bonfil
La casa de la alegría
Una tragedia americana. En 1905, dos años antes de partir a París, donde residiría la mayor parte de su vida, la novelista estadunidense Edith Wharton publicó La casa de la alegría (The house of mirth), disección nada piadosa de una sociedad aristocrática neoyorkina invadida por la vulgaridad de los nuevos trepadores sociales. En el centro de la narración, una heroína, Lily Bart, en ruptura con las convenciones morales de su medio. Una mujer al filo de los treinta años, atractiva, calculadora, aficionada al cigarro y a los juegos de azar, capaz de mostrarse sola en un edificio reservado a hombres solteros, empecinada en contrariar todos los preceptos para cualquier joven casadera de la época. En una novela de Jane Austen o de George Eliot, Lily Bart habría sido precursora de una emancipación femenina, protagonista de un drama existencial en el que posiblemente habría resultado victoriosa. En la crónica de costumbres de Edith Wharton, su figura es esencialmente trágica. Cuando en la cinta de Terence Davies, el pretendiente de Lily, Lawrence Selden, inquiere irónico "ƑNo es acaso el matrimonio tu vocación, aquello para lo que fuiste educada?", señala un determinismo social y anticipa también la fatalidad que aguarda a una mujer incapaz de cumplir ese destino. Más adelante la señora Peniston, tía anciana de la heroína, confirmará esa desgracia social ("No corres el riesgo de perderte, ya te has perdido").
El realizador inglés de Voces distantes, naturalezas muertas (Distant voices, still lives) y de El largo día termina (Long day closes), señala desde el inicio del film la naturaleza trágica del relato, situándose así muy por encima de la labor de rutinario adaptador de cintas de época a la que en ocasiones se le ha querido reducir, de modo también rutinario. Y lo hace a través de una fotografía portentosa, en la que un rostro femenino emerge entre las brumas de una estación ferroviaria como si encarnara una revelación ominosa. Esta calidad de combinar realidad y sugerencia onírica no será ajena para cualquier admirador del cine de Davies, para quienes conocen y aprecian La Biblia de neón, otra adaptación de novela, y para quienes adviertan como filiación estilística más directa de La casa de la alegría, los apuntes autobiográficos del film La trilogía de Terence Davies, de 1974-83. El lirismo visual en la recreación de atmósferas tiene su momento culminante en la larga transición, con el agua como motivo recurrente, que va de un interior doméstico abandonado, a una lluviosa tarde neoyorkina, y de ahí a las ondas del Mediterráneo con la ciudad de Montecarlo como punto de llegada. No hay en esta cinta el fasto mundano y la violencia erótica presentes en La edad de la inocencia, de Martín Scorsese, la más célebre adaptación fílmica a partir de Wharton, pero en su lugar, se impone una sobria melancolía más a tono con el drama de una inocencia sacrificada y el retrato de sus victimarios. El tránsito de los salones aristocráticos a los talleres de costura con salarios de miseria es un eco de la novela naturalista (Frank Norris, Theodore Dreiser), con referencias a conflictos revolucionarios en la Rusia zarista y a las condiciones de explotación en el dorado sueño americano. Cuando la pobreza irrumpe en la vida de Lily Bart, el edificio de las simulaciones sociales y afectivas queda expuesto con crueldad, la tiranía del morbo y la calumnia, el interés carnal de Gus Trenor (Dan Akyrod, estupendo), la pusilanimidad de un arribista como Lawrence Selden, y también la desventurada excelencia moral de esa nueva Bovary, Lily Bart (Gillian Anderson, actriz estadunidense, detective Dana Scully en Expedientes X, sorprende aquí por el acierto de su interpretación).
Una retrospectiva del director Terence Davies le permitiría descubrir a espectadores más jóvenes (y se espera, menos prejuiciados) películas poco vistas en México, así como la novedad de su Trilogía. Esta familiaridad con el estilo de uno de los mejores realizadores ingleses, facilitaría tal vez una mejor comprensión de su ritmo narrativo y su manejo elegante de la acción y de la contención dramáticas. La caída de Lily Bart no sólo tiene las reminiscencias naturalistas señaladas, sino un fuerte y trágico acento bíblico, evidente en su título, pues según el Antiguo testamento, "el corazón de los tontos tiene su lugar en la casa de la alegría".