domingo Ť 17 Ť junio Ť 2001
Rolando Cordera Campos
Desafíos: con uno basta
Los desafíos se han puesto en fila, pero el gobierno parece preferir ignorarlos. Los hay, sin embargo, de todos tamaños. Ordenarlos, darles jerarquía y tiempo, debería ser una de las tareas centrales y permanentes de la política. Pero no lo es. Al menos todavía ahora que termina sin misericordia la primavera de la alternancia.
De lo más profundo, a pesar de su apariencia rutinaria, ha venido de nuevo el llamado de la selva que año tras año hacen los maestros de los estados pobres de México, a quienes se unen franjas de la oposición sindical de las secciones del SNTE en la ciudad de México. Se trata, dicen algunos, de un rito anual, pero esta vez quienes lo realizan parecen haber ido demasiado lejos. No sólo la opinión pública motorizada los repudió, y vaya que pesa, sino que desde los más diversos flancos de la sociedad y de la política se emitieron opiniones de condena y crítica acerba.
Lo que no ha quedado claro, ni en la crítica ni en las gestiones hechas a última hora por algunos dirigentes políticos, es la perspectiva que esos maestros tienen y, junto con ellos, lo que el país puede esperar de la educación que puedan impartir desde la circunstancia personal y social de abandono y decepción que trajeron consigo a la capital de la República. El sedimento de este triste y ominoso mensaje tiene décadas, y algunos de los marchistas deben ya ser abuelos, pero el reclamo que nos traen las huestes de la CNTE año tras año no ha sido atendido y, lo peor, tal vez, tampoco asumido con claridad por los propios manifestantes.
Lo que estaba en juego, por lo menos cuando esta agotadora marcha se inició, no era sólo ni quizás principalmente el magro salario magisterial que sigue en lo esencial, siendo eso: un emolumento ínfimo que nada tiene que ver con las encuestas que a diario le asignan a la educación el más alto valor dentro de la esquiva axiología mexicana. En verdad, lo que aquellos y estos profesores planteaban era más bien esto, el valor real y efectivo que los mexicanos estaban dispuestos a otorgarle a la formación de sus hijos y de ellos mismos y, consecuentemente, el lugar que realmente ocupaban y ocupan los profes en su escala de preferencias.
La repetición cansina de su manifestación y exigencia salarial, por desgracia, ha servido para que la sociedad mantenga esta estratagema que se vuelve engañifa social y política. Caras y vestuario, conducta al borde del caos, miopía o de plano ceguera de los maestros ante los derechos de los demás, hacen poca mella ante una sensibilidad ciudadana roma y corta, que sigue en la creencia ingenua de que no son esos los maestros de sus hijos, no es esa la educación que al final de todo el proceso se transmite a millones de niños y jóvenes de México.
Si todo está a punto de cambiar y para bien, como nos repiten cada sábado, bien se haría en poner el caso educativo, tan misterioso ya como el de la Secretaría de Hacienda del que hablaba José Alvarado hace décadas, en el centro de la mesa por lo menos en dos cuestiones.
La primera de estas cuestiones tendría que ser la del financiamiento a la educación pública que no se ha realizado y que la llamada federalización no ha hecho sino oscurecer. Aquí, sin duda, la discusión fiscal o hacendaria que no hemos tenido adquiriría miga, porque el compromiso clásico donde se prueba la voluntad ciudadana, que es el del fisco, tendría una materialidad directa para la mayoría y podría tener también formas específicas y entendibles a todos para concretarse en bienes públicos producidos por los educadores, no por el gobierno, y financiados por los mexicanos y, de nuevo, no por el gobierno.
La segunda cuestión nos remite a la representación con que cuentan estos miles de trabajadores, no tanto para cerrar calles o tomar oficinas, sino para hacer de su rabia un mensaje positivo y políticamente legítimo. Por lo menos a partir de esta experiencia anual capitalina, donde "el interior" hace temblar a los burócratas del "centro", lo menos que puede concluirse es que el célebre sindicato más grande de México y América Latina no funciona más, si es que alguna vez lo hizo, como factor que articula a sus miembros con vistas a deliberar y llevar a cabo una política educativa digna de tal nombre.
Financiamiento de los bienes esenciales, junto con representatividades efectivas y legítimas. En su precariedad e insuficiencia, estas dos variables nos arrojan saldos terribles en nuestra educación, que está a punto, dice el Presidente, de ser "revolucionada". ƑSin maestros? ƑSin fondos? ƑA base de "pura política" que se vuelve vulgar juego de antesalas?
Al inicio de esta nota hablaba de desafíos a punto de la estampida que la política debía tratar de poner en fila india. Pero si observamos con cuidado, las carencias anotadas sobre el fisco y la organización social no son, ni con mucho, privativas del magisterio pobre y empobrecido. Y bien podría añadirse que la rabia todavía circundada por el simulacro de teatro callejero y acciones ejemplares tampoco lo es. Empezar por la educación, por lo visto, nos lleva al meollo retador que los personajes de la democracia representativa se niegan a reconocer como el foco de sus tareas. No se trata de pedirle a la política que se haga cargo de todos nuestros males y que provea todos los bienes que nos hacen falta, pero, Ƒsería mucho pedir a los dignatarios de la alternancia que se ocuparan un poco de lo que importa... aunque huela mal y hable peor?