TORPEZAS DE BUSH
El
presidente de Estados Unidos, George W. Bush, se sigue moviendo en el escenario
internacional con una agilidad que recuerda más a un paquidermo
que a una libélula. En Extremo Oriente, por ejemplo, insistió
sobre una fusión de ambas Coreas --que ni Seúl ni Piongyang
quieren ni creen posible-- y amenazó reiteradamente a China con
los vuelos espías y el apoyo militar al independentismo del gobierno
de la provincia china de Taiwán, al mismo tiempo que, contradictoriamente,
presionaba para el ingreso del coloso asiático en la Organización
Mundial del Comercio (OMC).
Después, al elaborar su plan de escudo estelar
--repudiado por los europeos que sostienen que desencadenará una
carrera armamentista-- no se privó tampoco de decir que el mismo
serviría para evitar agresiones contra estadunidenses, europeos,
rusos y amantes de la libertad por parte de "quienes odian la democracia".
Ahora bien, como las potencias capaces de lanzar cohetes
atómicos intercontinentales son Estados Unidos, Gran Bretaña,
Francia, Rusia, China y, quizás, India, Pakistán e Israel,
si se descartan los primeros y quizás los últimos, sólo
quedaría como enemigo y potencial agresor el régimen de Pekín,
que aún no es una gran potencia militar mundial pero ya es, en cambio,
un coloso económico y tiene gran poder regional.
Esta situación está detrás de los
roces entre el nada sutil presidente texano y los gobiernos europeos, que
no quieren ni tener que dedicar enormes sumas al rearme de la Unión
Europea ni, en caso de no hacerlo, depender por completo de EU y del instrumento
de éste en la región, la Organización del Tratado
del Atlántico Norte. Bush quiere extender el radio de acción
de la OTAN pero los gobiernos europeos piensan reemplazarla por un instrumento
para la seguridad europea, con armas y mandos propios .
La demanda de Bush de que Rusia entre en la OTAN --que
muy probablemente será rechazada por el propio Kremlin-- busca controlar
con el corsé de hierro de aquélla a la segunda potencia mundial
atómica que existe en la actualidad (pues Rusia sigue siendo tal,
a pesar de su pésima situación económica y social),
y así domesticar el nacionalismo del complejo militar-industrial
ex soviético, encerrar a los rusos en el estuche del nacionalismo
hostil de sus vecinos bálticos, ucranianos, polacos, lituanos y,
por último, impedir lo que está sucediendo ya, o sea, que
la tecnología armamentista y nuclear rusa sea vendida a China que
está modernizando sus fuerzas armadas.
Por supuesto, los gobiernos europeos no ven con buenos
ojos una propuesta que, cualquiera que fuese su resultado, reforzaría
su sumisión y les haría tener que enfrentar conflictos con
Rusia y con China, países que consideran mercados potenciales y
con los cuales han coincidido varias veces en políticas opuestas
a la de Washington.
El interés bien entendido de los países
de América Latina recomienda por consiguiente tratar de aflojar
los asfixiantes lazos que los hacen dependientes de Estados Unidos, jugar
con las contradicciones que existen entre las grandes potencias y buscar
otros asociados, política y económicamente. Seguir al texano
de las botas y mimetizarse con sus pocas y torpes ideas no es aconsejable
ni lógico.
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