SABADO Ť 16 Ť JUNIO Ť 2001

Juan Arturo Brennan

Danke schoen, Herr Masur

Gracias, señor Masur, por la muestra de respeto que nos ha dado al traernos con la Filarmónica de Nueva York dos programas distintos y de Primer Mundo en vez del tradicional omelette de caballitos de batalla con que nos han obsequiado orquestas y directores extranjeros de reciente paso por esta ciudad. Su generosa oferta de Shostakovich, Strauss, Schumann y Bruckner nos hizo sentir tratados como adultos musicales; quizá podamos crecer un poco más si otros siguen su noble ejemplo. Por lo mismo, gracias de verdad por traer a Kodaly y a Bernstein como invitados inesperados y por el riquísimo postre que nos preparó su tonante y reluciente sección de metales.

Gracias, claro, por hacernos ver y oír que una colocación inteligente y lógica de la orquesta en el escenario es un buen primer paso para la claridad, la diferenciación y el trabajo de conjunto. Gracias por habernos dado un Shostakovich muscular, atlético, rico en fibra musical y en nervio sonoro, anguloso y punzante como debe sonar en toda buena versión de su Primera sinfonía. Gracias por haber logrado ese inusual triunfo de hacer sonar la enorme orquesta de Strauss cual si fuera un refinado conjunto de cámara. En especial, en los numerosos momentos en que las secciones de su orquesta parecían fundirse mágicamente con la gran voz de la señora Brewer en las Cuatro últimas canciones y cantar hermosos duetos con ella.

Gracias también por dar tiempo, aire y espacio suficientes al doloroso postludio de la última canción de Strauss; quedamos devastados y le quedamos en deuda. Gracias, sí, señor Masur, por ayudarnos a comprender que la vena humorística del Gran Burgués Serio que fue Richard Strauss se percibe mejor con un toque ligero (nunca light) sabiamente aplicado a su Till Eulenspiegel sección por sección, instrumento por instrumento.

Gracias, mil gracias por habernos traído a ese enorme cornista que es Philip Myers, y gracias por haberlo hecho tocar sin cesar durante los dos conciertos de la Filarmónica de Nueva York; su trabajo nos hizo recordar en buena hora cómo debe sonar un primer corno de primera, y cómo se conduce una sección de cornos de igual nivel. A propósito de lo mismo, gracias de nuevo, señor Masur, por haber dejado en casa a sus violinistas y pianistas favoritos, para permitir que sus cuatro espléndidos cornos nos regalaran con esa atractiva rareza que es la Konzertstück de Schumann, tocada con un brío y un ensamble admirables.

Gracias de nuevo, señor Masur, por traernos esa joya romántica que es la Cuarta sinfonía de Anton Bruckner y hacer de ella una versión elaborada, paciente, milagrosamente añejada ante nuestros ojos y oídos sobre el escenario de la Sala Nezahualcóyotl. Gracias asimismo por recordarnos, sin aspavientos ni manierismos, lo bien que le quedan a los acordes finales de cada movimiento de Bruckner esas resonancias que son memoria del gran órgano que este rústico y genial músico campesino tocaba en San Florian. Gracias por llenar todo el espacio disponible con unos corales de metales cien por ciento brucknerianos, sólidos e inamovibles como los acantilados de la mítica Helgoland, y por traer para ellos las añejas trompetas de válvulas rotatorias que le van tan bien al repertorio romántico.

Gracias también porque su presencia nos permitió, de una noche a la siguiente, calibrar la enorme diferencia que hay entre un público formado por banqueros venales y yuppies de segunda ávidos de llegar al coctel, y otro formado por melómanos ávidos de música.

Gracias, mil gracias, señor Masur, por darnos una demostración de la cara más noble y profunda del arte de dirigir una orquesta, y de convencernos (por si hacía falta) de que la sobriedad, la seriedad y la disección cabal de las partituras no cancelan la capacidad de comunicar un gozo trascendente por el oficio de hacer música, ni impiden que nos hagamos cómplices del evidente placer que le da a usted el conducir con convicción y gusto a un centenar de excelentes músicos, a mano limpia, desde su pequeño y democrático podio.

Bienvenido, señor Masur, gracias de nuevo y buen viaje. Vuelva pronto. Nos encantaría verlo y escucharlo en otra ocasión con su nueva orquesta parisiense.