SABADO Ť 16 Ť JUNIO Ť 2001
SPUTNIK
No sólo de pan y de helado...
Ť Juan Pablo Duch
Moscu, 15 de junio. El espacio de pa-pel, que no es elástico como el hule, impidió incluir, en la gastronómica y anterior entrega de esta columna, una inevitable re-ferencia histórica a los estalinistas tiempos, periodo en que la ideología alcanzó su máximo esplendor como complemento de la comida, imaginarios los manjares en las mesas.
El discurso del bigotón caudillo, en sí mismo un alimento espiritual de consumo obligatorio para los soviéticos, servía para sazonar los otros alimentos, los que tenían más hueso que carne, mucho mejor que la sal y la pimienta.
Que se sepa a nadie se le ocurrió, allá por los años 30 del siglo XX, echarle un poco de sal a los recetarios ilustrados, el único sitio donde se podían ver, en apetitosas fo-tografías, las delicias que cocineros franceses --y un chino, especialista en sopa de aletas de tiburón y arroz frito con mariscos, que se equivocó de tren en la estación de Shanghai-- preparaban para los zares y miembros de su corte.
Para superar de alguna manera el desfase entre la oferta de comestibles en las tiendas y la refinada tradición gastronómica zarista (en el culinario tema, habría que investigar qué tanto influyó Rasputín encima de --perdón, en-- la emperatriz Aleksandra Fiodorovna), Stalin encomendó a uno de sus más fieles colaboradores editar un libro que explicara a las masas que ha-bía cosas más importantes que las recetas incluidas.
La tarea recayó en Anastas Mikoyan, inamovible dirigente soviético que, en pa-labras de sus compatriotas, recorrió un largo camino de Ilich a Ilich, por los patronímicos de Lenin y Brejnev.
Mikoyan parió un libro que, ahora que sí hay ingredientes en las tiendas, resulta muy apreciado por las amas de casa rusas. Esta auténtica biblia del buen comer, que responde al título de El libro de la comida sana y sabrosa, se editó en 1939.
Las reimpresiones de años recientes omiten, quizás por la abundancia de hu-moristas en la televisión rusa, los breves textos que escribió Mikoyan para acompañar cada uno de los capítulos. Cuando se publicó, es lógico, aun una sonrisa podría significar boleto para la última cena, comida o desayuno, dependiendo de la hora en que la noticia del movimiento detectado en la comisura de los labios llegara a los oí-dos del NKVD, la policía política del régimen. Hoy por hoy, no habría razón para privar a los rusos descendientes de Mikoyan de ese sublime catálogo de humorismo involuntario.
Con su propia lógica, los editores de hoy sus ideológicas razones tendrán. El caso es que hay que conseguir la edición original de hace 62 años, de donde se reproduce una breve selección de la culinaria prosa de Mikoyan, quien tomó la debida precaución de intercalarla con algunas frases cé-lebres de Stalin.
Por metodológicos motivos, no ilógicos porque se acabaría de nuevo el espacio, se cede la palabra (escrita) al camarada Mi-koyan, respetando el orden de los capítulos que él mismo escogió, pero saltándose la mayoría, también se comprende. Y bien.
Sopas: "Una de las tareas más importantes es despertar en la población nuevos gustos, crear nuevas demandas, educar nuevas necesidades, la costumbre de consumir nuevos alimentos". Parece que sólo había una variedad de borsch.
Pescado: "En 1933, el camarada Stalin, me preguntó si se vendía en algún lugar de Moscú pescado fresco. Le respondí que seguramente no. 'ƑPor qué no?', me lanzó la pregunta, y dijo: 'Antes había'. Desde entonces tomamos medidas y ahora tenemos magníficas tiendas, en Moscú y Le-ningrado, en que se pueden comprar hasta 19 variedades de pescado fresco". Parece que al resto de los soviéticos no les gustaba el pescado.
Carnes rojas y blancas: "El camarada Stalin, todavía en 1918, cuando estaba consagrado a liquidar el frente sur de la contrarrevolución, dedicaba mucha importancia al problema alimentario. En 1918, el camarada Stalin estaba convencido de que había que construir aunque fuera una fábrica de conservas. Ahora podemos decir que tenemos seis fábricas de conservas". Es difícil imaginar un conejo en salsa blanca enlatado, una de las recetas que se describen con lujo de detalles, por ejemplo.
Postres: "Antes se comía helado sólo en las grandes fiestas, en las familias de la burguesía, en las bodas o en los bautizos. En cambio ahora, podemos hacer que el helado se convierta en un producto de consumo masivo y cotidiano, al venderlo a precios asequibles. Hay que producir helado en verano y en invierno, en el sur y en el norte". En primavera y otoño, en el este y el oeste, es de suponer, la propuesta es sustituir el rico helado con ensalada de frutas tropicales bañada con champaña.
Y así por el estilo. La conclusión es ob-via: no sólo de pan y de helado, en su gastronómica acepción, se vivía en aquella época. También de la ilusión de que algún día se podría comer todas las maravillas antologadas en el Libro de la comida sana y sabrosa. Llegado el día, hay ingredientes pero la mayoría no tiene rublos para comprarlos. Las dos variantes quitan el apetito, sin duda alguna.